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– Está viva -susurró, le devolvió el auricular a Jansson, fue a su despacho y llamó a la policía.

– ¡Oh, qué bonita! Es fantástica.

Beata parecía realmente abrumada. Eso le dio a Annika nuevas fuerzas.

– Es viejo, casi una antigüedad -informó-. Granate auténtico y oro plateado. Me gustaría tener uno como ése. Estos son los regalos bonitos de hacer, ¿no te parece?

La mujer no respondió: miraba fijamente el broche.

– Siempre me han gustado las joyas -comentó Annika-. Cuando era pequeña estuve ahorrando dinero durante años para comprar un corazón de oro blanco con un lazo de diamantes. Lo había visto en el catálogo de una joyería de la ciudad, en uno de esos que se mandan por Navidad. Cuando por fin me lo podía comprar ya había crecido y, en cambio, me compré un equipo de esquí…

– Muchísimas gracias -dijo el Dinamitero en voz baja.

– De nada -respondió Annika-. Mi abuela tenía uno igual; quizá por eso me gustó en cuanto lo vi.

Beata se desabotonó el último botón del abrigo y se prendió el broche en el jersey.

– Esto puede ser lo que necesitábamos -anunció el policía-. Ahora ya pueden colgar, la llamada está controlada. Nos ocuparemos del resto junto al técnico de la operadora.

– ¿Qué van a hacer? -preguntó Schyman.

– Nos pondremos en contacto con la central de Comviq en Kista. Quizá sea posible saber de dónde viene la llamada.

– ¿Puedo acompañarlos? -inquirió Schyman rápidamente.

El policía dudó unos segundos.

– Por supuesto -contestó.

Anders Schyman se apresuró a volver a la redacción.

– La policía ha localizado la llamada, podéis colgar -gritó mientras se ponía el abrigo.

– ¿Crees que podemos seguir escuchando? -preguntó Berit, que ahora tenía el auricular en el oído.

– No lo sé. Si no fuera así os llamaría. ¡No os vayáis todos a casa!

Bajó por las escaleras hasta la entrada y notó que le temblaban las piernas de cansancio. «No creo que sea buena idea conducir», pensó, y corrió hasta la parada de taxis de Rålambsvägen.

Fuera todavía era noche cerrada y la carretera de Kista estaba totalmente vacía. Sólo se encontraron con un par de taxis en el camino; el taxista saludó con la mano izquierda a los que eran de la misma compañía. Llegaron a Borgarfjordsgatan, y al mismo tiempo que Anders Schyman pagaba con su tarjeta, un coche de policía sin distintivos se deslizó a su lado y se detuvo. Schyman salió del taxi y se dirigió a saludar a los policías de paisano.

– Si tenemos buena suerte quizá podamos localizarla con esta ayuda -informó el policía.

Tenía el rostro pálido de cansancio y una mueca rígida alrededor de la boca. De repente Anders Schyman comprendió quién debía ser.

– ¿Conoce a Annika? -preguntó el director.

El policía respiró profundamente y miró de soslayo al otro.

– Más o menos -contestó.

En ese mismo momento llegó un guardia cansado y les dejó entrar en el edificio que albergaba las oficinas centrales de Comviq y Tele2. Les acompañó a lo largo de galerías y pasillos hasta que por fin entraron en una enorme sala llena de pantallas gigantes de televisión. Anders Schyman dio un silbido.

– Se parece a una película americana de espías, ¿verdad? -dijo un hombre que se acercó a recibirlos.

El director asintió y saludó.

– También tiene un aire a la sala de control de una central nuclear -añadió.

– Soy uno de los operadores técnicos. Bienvenidos. Por aquí -aclaró el hombre y les acompañó hasta el centro de la sala.

Anders Schyman siguió lentamente al técnico y al mismo tiempo estudiaba la gran sala. Había cientos de ordenadores, los proyectores hacían que las paredes funcionaran como pantallas gigantes.

– Desde aquí controlamos toda la red de Comviq -continuó el técnico-. Aquí trabajamos dos personas por la noche. El rastreo que nos han pedido es bastante sencillo de realizar; con sólo dar una orden desde mi terminal comienza la búsqueda.

Les mostró su puesto de trabajo. Anders Schyman no comprendía nada de lo que veía.

– Puede tardar quince minutos, a pesar de haber limitado la búsqueda a partir de las cinco horas. Ahora han pasado casi diez minutos, vamos a ver si tenemos algo…

Se inclinó sobre uno de los ordenadores y tecleó.

– No, todavía no -confesó.

– Quince minutos, ¿no es mucho tiempo? -preguntó Anders Schyman y sintió que tenía la boca seca.

El técnico le miró fijamente.

– Quince minutos es muy poco -contestó-. Es la madrugada de Nochebuena y ahora hay muy poco tráfico. Por eso creo que la búsqueda podrá realizarse en tan poco tiempo.

En ese instante aparecieron una serie de datos en la pantalla. Inmediatamente les dio la espalda a Schyman y a los policías y se sentó en su silla. Tecleó durante un par de minutos, luego resopló.

– No encuentro nada -dijo-. ¿Están seguros de que la llamada provenía de su móvil?

El pulso de Anders Schyman se aceleró. ¡Ahora no podía ir mal! Notó que crecía el desconcierto; ¿sabían estos hombres lo que había pasado en realidad? ¿Sabían lo importante que esto era?

– Nuestro jefe de noche conoce su número de memoria. Todavía estaban escuchando el zumbido de su teléfono cuando me fui del periódico -informó y se pasó la lengua por los labios.

– ¡Ah! Eso lo explica todo -dijo el operador y pulsó otro mando. Los datos desaparecieron y la pantalla se oscureció.

– Ahora sólo podemos esperar -anunció y se volvió hacia Schyman y los policías de nuevo.

– ¿Qué pasa? -inquirió Schyman, dándose cuenta de su irritación.

– Si la llamada todavía continúa, entonces aún no hemos podido recibir ninguna información. Esta se almacena en el teléfono durante treinta minutos -informó y se levantó de la silla.

– Después de media hora el teléfono crea una factura y nos la manda a nosotros. Entre los datos podemos ver el número A y el número B, la estación base y la celda.

Anders Schyman observó las pantallas parpadeantes y notó que aumentaba su desconcierto. El cansancio le golpeaba el cerebro, se sentía inmerso en una pesadilla surrealista.

– ¿Qué significa… eso?

– Según sus datos la llamada de Annika Bengtzon a la redacción del Kvällspressen llegó justo después de las seis, ¿no? Si la línea no se corta, la primera información de la llamada llegará aquí alrededor de las seis y media. Dentro de poco.

– No lo entiendo -dijo Schyman-. ¿Cómo pueden saber dónde se encuentra el móvil?

– Así es como funciona -aclaró el operador amablemente-. Los teléfonos móviles funcionan igual que un transmisor y un receptor de radio. La señal se manda a través de diferentes estaciones base, las antenas de telefonía móvil, a lo largo del país. Cada estación base tiene diferentes celdas que captan las señales de distintas partes. Todos los teléfonos móviles en funcionamiento mantienen contacto con la centralita cada cuatro horas. Ayer noche hicimos el primer rastreo del móvil de Annika Bengtzon.

– ¿Sí? -dijo Schyman sorprendido-. ¿Pueden hacerlo con cualquiera, por las buenas?

– Claro que no -repuso el técnico con calma-. Para poder hacer un rastreo se necesita la orden de un fiscal. Las penas relacionadas con esa acción suelen ser de más de dos años de cárcel.

Se fue a otra pantalla y tecleó. Luego se dirigió a una impresora y esperó.

– La última llamada desde el móvil de Annika, aparte de la que tiene lugar ahora, se realizó a las 13.09 -informó y estudió el papel-. Fue a la guardería en Scheelegatan 38 B en Kungsholmen.

Colocó el papel impreso en las rodillas.

– La señal del móvil de Annika salió de la estación de Nacka.