El policía tomó la palabra.
– La llamada fue confirmada por la directora de la guardería. Annika no sonaba ni rara ni presionada. Se tranquilizó al saber que la guardería estaba abierta hasta las cinco de la tarde. Por consiguiente todavía estaba en libertad sobre las trece horas, y se encontraba en algún lugar al este de la Danvikstull.
El técnico continuó leyendo su papel.
– La siguiente señal del teléfono se produjo a las 17.09. Un teléfono móvil conectado se comunica con la centralita del operador cada cuatro horas.
Anders Schyman apenas tenía fuerzas para escuchar al técnico. Se sentó en una silla y se frotó la frente con la yema de los dedos.
– Cada teléfono tiene un reloj que comienza la cuenta atrás cada vez que se enciende -continuó explicando el técnico-. La cuenta atrás acaba a las cuatro horas. Entonces emite una señal que le indica al sistema dónde se encuentra el teléfono. Como la señal ha llegado por la noche, parece ser que Annika ha tenido su móvil encendido. Por lo que sabemos no se ha alejado del lugar por la noche.
Schyman se quedó petrificado.
– ¿Saben dónde está? -preguntó aturdido.
– Sabemos que su móvil se encuentra en los alrededores de Estocolmo -comunicó el técnico-. Sólo podemos saber en qué zona se encuentra, y son los barrios del centro y los suburbios más cercanos.
– ¿Así que puede estar aquí cerca?
– Sí, su móvil no se ha movido de la zona durante la noche.
– ¿Por eso no podíamos llamarla?
El policía se adelantó.
– Sí, entre otras razones. Si alguien está con ella y se da cuenta de que la llaman quizá apagaría el teléfono, y entonces no sabríamos si la mueven.
– Si ella está junto al móvil -añadió Schyman.
– ¿No han pasado ya los quince minutos? -preguntó el policía.
– Todavía no -respondió el operador.
Fijaron su atención en la pantalla y esperaron. Anders Schyman sintió ganas de ir al baño y abandonó la gran sala unos minutos. Mientras vaciaba la vejiga notó que le temblaban las piernas.
No había ocurrido nada cuando regresó.
– Nacka -dijo Schyman ausente-. ¿Qué diablos hace ahí?
– Aquí llega -anunció el técnico-. ¡Ajá! Aquí la tenemos. El número A es el móvil de Annika Bengtzon, el número B es la centralita del periódico Kvällspressen.
– ¿Aparece dónde se encuentra? -preguntó el policía tenso.
– Sí, aquí hay un código, un momento.
El técnico tecleó y Schyman sintió un escalofrío.
– 527 D -pronunció el técnico desconfiado.
– ¿Qué ocurre? -indagó el policía-. ¿Pasa algo?
– Sólo suele haber tres celdas por cada estación, A, B y C. Aquí hay más. No es nada frecuente. La celda D suele ser especial.
– ¿Dónde se encuentra? -interrogó el policía.
– Un segundo -contestó el técnico, se levantó rápidamente y fue a otra terminal.
– ¿Qué hace? -preguntó Schyman.
– Tenemos más de mil antenas en toda Suecia; por desgracia no puedo recordarlas todas -respondió disculpándose-. Aquí la tenemos, estación base 527, Södra Hammarbyhamnen.
Anders Schyman sintió que la cabeza le daba vueltas y se le enfriaba el cuello; ¡joder! Ahí era donde estaba la villa olímpica.
El técnico siguió buscando.
– La celda D se encuentra en el túnel entre el estadio Victoria y la zona de entrenamientos A.
El policía se quedó aún más pálido.
– ¿Qué túnel, mierda? -preguntó.
– Lo siento pero no se lo puedo decir; sólo que parece ser que hay un túnel entre el estadio y una zona de entrenamiento en los alrededores.
– ¿Está totalmente seguro?
– La conexión se hizo a través de una celda que está en el mismo túnel. Generalmente una celda cubre una amplia zona, pero en los túneles la recepción es muy limitada. Por ejemplo, en el túnel Sur hay una celda para cubrirlo.
– ¿Se encuentra en un túnel debajo de la villa olímpica? -preguntó el policía.
– Por lo menos su teléfono se encuentra ahí, eso lo puedo garantizar -contestó el técnico.
El policía ya estaba saliendo de la sala.
– Gracias -dijo Anders Schyman y estrechó la mano derecha del técnico entre las suyas.
Después se apresuró a salir, detrás del policía.
Annika se había adormecido cuando de repente sintió que Beata arreglaba algo en su espalda.
– ¿Qué haces? -preguntó Annika.
– Puedes seguir durmiendo. Sólo controlo que la carga esté bien. Se acerca la hora.
Annika tuvo la misma sensación que si hubiera recibido un cubo de agua helada encima. Todos los nervios se le contrajeron en un tenso nudo en algún lugar de su diafragma. Intentó hablar pero no pudo. Todo el cuerpo comenzó a temblar descontroladamente.
– ¿Qué te pasa? -inquirió Beata-. No me digas que te vas a comportar como Christina. Sabes que no soporto el trabajo sucio.
Annika respiró apresuradamente con la boca abierta, «tranquila, vamos, háblale, gana tiempo».
– Sólo… me pregunto… qué vas a hacer con mi artículo -consiguió decir.
– Se publicará en el periódico Kvällspressen, igual de grande que cuando Christina Furhage murió -repuso Beata satisfecha-. Es un buen artículo.
Annika se apresuró.
– No creo que puedas -dijo.
Beata interrumpió su trabajo.
– ¿Por qué no?
– ¿Cómo les llegará el texto? Aquí no hay ningún módem.
– Mandaré el ordenador al periódico.
– El redactor jefe no sabe que soy yo quien lo ha escrito. No aparece en ninguna parte. Está escrito en primera persona. Tal y como está ahora parece una carta al director. El periódico no las publica íntegras cuando son muy largas.
Beata no se dio por vencida.
– Esto lo publicarán.
– ¿Por qué? El redactor jefe no te conoce. Quizá no comprenda la importancia de que este texto salga a la luz. ¿Y quién se lo explicará si yo… no estoy?
«Ahí tienes algo en qué pensar», pensó Annika cuando la mujer se sentó de nuevo en la silla.
– Tienes razón. Tienes que escribir un prólogo al artículo explicando exactamente cómo hay que publicarlo.
Annika resopló en su interior. Quizá no estuviera bien hacerle el juego a esa mujer. ¿Y si así sólo empeoraba las cosas? Apartó esos pensamientos. Christina había luchado, y le habían roto la cara y las articulaciones. Si tenía que morir era mucho mejor hacerlo escribiendo en el ordenador que torturada.
Se sentó, le dolía todo el cuerpo. El suelo se bamboleaba y notó que tenía problemas con la apreciación de las distancias.
– Okey -dijo-. Trae el ordenador y acabémoslo.
Beata empujó la mesa.
– Escribe que eres tú quien ha escrito el artículo y que tienen que publicarlo íntegro.
Annika escribió. Comprendió que tenía que ganar más tiempo. Si lo había hecho bien, la policía debía estar cerca. No sabía con qué exactitud podrían localizar el móvil, pero el hombre perdido en el hielo hace dos años había sido localizado inmediatamente. Ya le habían dado por perdido. La desolación se había apoderado de la familia cuando, de repente, éste llamó a su hijo con el móvil. El viejo estaba completamente agotado y muy desconcertado. No tenía ni idea de dónde se encontraba. No podía describir ningún accidente del terreno, todo era absolutamente blanco, dijo.
Sin embargo rescataron al hombre en menos de una hora. Con la ayuda de los técnicos de la operadora, la policía había conseguido situarlo dentro de un radio de seiscientos metros, y se encontraba dentro de ese círculo. Los técnicos lo pudieron ubicar con la ayuda de la señal del móvil.
– Oye. ¿Cómo conseguiste entrar en el estadio?
– No fue nada difícil -confesó Beata con aires de superioridad-. Tenía la tarjeta y el código.
– ¿Por qué la tenías? Hacía años que no trabajabas en el estadio.