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La noticia de la explosión en el estadio olímpico había dado la vuelta al mundo. Las principales cadenas de televisión y los periódicos internacionales habían tenido tiempo de enviar a alguien a la rueda de prensa de las dos de la tarde en la jefatura central de la policía. CNN, Sky News, BBC y los canales nórdicos, los corresponsales de Le Monde, European, Times, Die Zeit y muchos otros estaban ahí. Los autobuses con antenas parabólicas de los canales de televisión bloqueaban gran parte de la entrada a la jefatura de policía.

Annika llegó junto a cuatro compañeros del periódico, los reporteros Patrik y Berit y dos fotógrafos. La sala desbordaba de material y personas. Annika y los otros reporteros se sentaron en unas sillas cerca de la salida; los fotógrafos avanzaron a codazos hacia delante. Como de costumbre, los de la televisión se habían colocado en medio del estrado, de forma que nadie podía ver nada, todo el mundo tropezaba con los cables kilométricos que serpenteaban por la sala, todos se resignaban a que los de la televisión hicieran las preguntas en primer lugar. Los focos de las cámaras iluminaban a uno y otro lado de la sala, aunque la gran mayoría apuntaba hacia el escenario provisional, desde donde la policía se dirigiría a ellos al cabo de unos instantes. Muchas de las cadenas emitían en directo, entre ellas CNN, Sky y el sueco Rapport. Los periodistas ensayaban sus actuaciones y escribían sus guiones, los fotógrafos de prensa cargaban sus cámaras, los reporteros de radio controlaban sus grabadoras: «Probando uno dos, uno dos». El zumbido de voces sonaba como una catarata. El calor ya era insoportable. Annika resopló y dejó la ropa de abrigo amontonada en el suelo.

Varios hombres entraron por una puerta lateral hacia el estrado. El murmullo cesó y fue sustituido por el chasquear de las cámaras. Eran cuatro: el responsable de prensa de la policía de Estocolmo, el fiscal general Kjell Lindström, un inspector de la brigada criminal del que Annika no recordaba el nombre y Evert Danielsson, del comité organizador de los Juegos. Se sentaron meticulosamente frente a la mesa y bebieron al unísono de los vasos con agua mineral.

El responsable de prensa comenzó con el relato de los hechos ya sabidos; una explosión había tenido lugar, una persona había muerto, los daños materiales ocasionados y señaló que la investigación técnica proseguía. Parecía agotado. «¿Cómo estará cuando hayan pasado unos días?», pensó Annika.

Luego continuó el fiscal general.

– Todavía no hemos podido identificar a la víctima del estadio -informó-. El trabajo se ha visto dificultado debido al mal estado del cuerpo. Si bien tenemos otras pistas que investigar. El explosivo está siendo analizado en Londres. Aún no hemos recibido ninguna respuesta segura, pero parece ser que se trata de un explosivo de uso civil. Esto quiere decir que no se han utilizado ni explosivos ni armas militares.

Kjell Lindström bebió un poco de agua. Las cámaras chasqueaban.

– Buscamos al hombre que fue condenado por los dos atentados con bomba que hace siete años dañaron otros dos estadios. No es sospechoso de ningún crimen, sólo será interrogado.

El fiscal general miró sus papeles como si dudase un momento. Cuando habló de nuevo lo hizo directamente a la cámara de Rapport:

– Una persona con ropa oscura fue vista en las proximidades del estadio momentos antes de la explosión. Queremos pedirle a la gente que llame para ayudarnos con todas las observaciones que puedan esclarecer los hechos acaecidos en el estadio Victoria. La policía quiere entrar en contacto con todas las personas que se encontraban en Södra Hammarbyhamnen entre media noche y las tres y veinte de la mañana. Aunque los datos no parezcan importantes, pueden ser de gran ayuda para la policía.

Recitó de memoria unos números de teléfono que más tarde Rapport mostraría en la pantalla.

Cuando el fiscal general acabó, Evert Danielsson, del comité organizador de los Juegos Olímpicos, carraspeó.

– Esto es una tragedia -dijo nervioso-. Tanto para Suecia, país organizador de los Juegos Olímpicos, como para el deporte en general. Los Juegos representan la competición bajo las mismas condiciones, sin importar raza, religión, ideología política o sexo. Por lo tanto, es lamentable que alguien ataque a un símbolo como es el estadio, el escenario mismo de la competición.

Annika se alzó cuanto pudo para poder ver mejor por encima de la cámara de la CNN. Observó cómo los policías y el fiscal reaccionaron ante la parrafada sobre los Juegos de Danielsson. Se sobresaltaron, como era de esperar: allí estaba el jefe del comité organizador proponiendo un motivo y una descripción del delito: que la explosión era un acto terrorista dirigido contra los mismos Juegos Olímpicos. Sin embargo todavía no sabían quién era la víctima, ¿o sí lo sabían? ¿El jefe del comité organizador no sabía lo que ya le habían confirmado a Annika, que probablemente era la acción de un miembro de la organización?

El fiscal interrumpió e intentó hacer callar a Danielsson, que aún no había terminado.

– Les pido -continuó el jefe del comité organizador-, a todos los que crean haber visto algo que se pongan en contacto con la policía. Es muy importante que el culpable sea detenido… ¿qué pasa?

Miró sorprendido al fiscal general, quien seguramente le había pellizcado o dado una patada.

– Sólo quiero añadir -dijo Kjell Lindström y se inclinó sobre ios micrófonos-, que no podemos señalar ningún motivo en estos momentos. -Miró con grandes ojos a Evert Danielsson-. No hay nada, repito, nada, que indique que esto sea una acción terrorista contra los Juegos Olímpicos. No se han recibido amenazas contra las instalaciones ni contra la misma organización de los Juegos. En estos momentos trabajamos con todas las pistas y motivos.

Se echó hacia atrás.

– ¿Alguna pregunta?

Los reporteros de televisión estaban preparados. En cuanto tuvieron la palabra lanzaron directamente sus preguntas. «Confrontación» lo llamaban. Las primeras preguntas siempre tenían que ver con cosas ya sabidas, pero que habían sido dichas demasiado lenta o enrevesadamente para ocupar un espacio de un minuto y medio. Por eso los reporteros de televisión preguntaban siempre la misma cosa una y otra vez, con la esperanza de conseguir una respuesta clara y simple:

– ¿Hay algún sospechoso?

– ¿Tienen alguna pista?

– ¿Han identificado a la víctima?

– ¿Puede haber sido un acto terrorista?

Annika suspiró.

La única razón para acudir a estas ruedas de prensa era estudiar cómo se comportaban los miembros de la mesa. Todo lo que decían se citaba en los medios, pero las muecas de los que no estaban en pantalla eran generalmente más ilustrativas que las mismas respuestas. Ahora percibió, por ejemplo, lo enfadado que estaba Kjell Lindström con Evert Danielsson por haber hablado de «acción terrorista». Si había algo que la policía quería evitar era que Estocolmo, los Juegos Olímpicos o este atentado tuvieran un cariz terrorista. Además, la hipótesis terrorista era probablemente errónea.

Aunque por primera vez surgían algunos datos nuevos. Annika garabateó algunas preguntas en el bloc. Tenía el dato de la persona vestida de oscuro que estaba junto al estadio, ¿cuándo y dónde? Así que había un testigo, ¿quién era y qué hacía allí? Las muestras de explosivo se habían enviado a Londres, ¿por qué? ¿Por qué razón no se encargaban de los análisis los técnicos de Linköping? ¿Cuándo estarían listos? ¿Cómo sabían que el explosivo era de uso civil? ¿Qué significaba eso para la investigación? ¿La reducía o la ampliaba? ¿Era fácil conseguir explosivo de uso civil? ¿Cuánto tiempo necesitarían para reparar la gradería norte? ¿Estaba el estadio asegurado, y si era así, por quién? ¿Sabían quién era la víctima en realidad o no? ¿Cuáles eran las pistas de las que había hablado Kjell Lindström que quizá pudieran ayudar a la identificación? Suspiró de nuevo. Esta historia podía ser grande y larga.