Pryderi permaneció en silencio durante tanto tiempo que Rhiannon comenzó a temer que lo había presionado demasiado. ¡Tendría que haberse consagrado a él! ¿Y si la abandonaba en aquel momento? Podría quedar atrapada para toda la eternidad.
«Es cierto que la Suma Sacerdotisa debe darse libremente a su dios. Por lo tanto te liberaremos, para que tu hija y tú podáis consagraros a mi servicio».
El árbol que era su tumba viviente se estremeció, y a Rhiannon se le aceleró el corazón. ¡Había apostado y había ganado! Pryderi iba a liberarla. Luchó contra el peso que la aplastaba por todas partes… que la atrapaba… que la ahogaba.
«Este no es el camino de la libertad. Debes tener paciencia, Amada Mía».
Rhiannon contuvo su respuesta automática. No. Debía aprender del pasado. Enfrentarse a un dios abiertamente no era inteligente…
«¿Y qué hago?».
«Usa tu afinidad con la tierra. Ni siquiera Epona puede arrebatarte ese don. Es parte de tu alma, de la sangre corre por tus venas. Sin embargo, en esta ocasión no tendrás que molestarte con los árboles de la diosa. Busca los lugares oscuros. Siente las sombras que hay dentro de las sombras. Llama a ese poder. Se acerca el nacimiento de tu hija. Y con su nacimiento, tú también renacerás a la tierra. A una nueva era al servicio de un dios».
«No entiendo».
Rhiannon se concentró. Ella no era una sacerdotisa novicia. Sabía cómo obtener un gran poder y cómo canalizar la magia de la tierra.
Mirar hacia la oscuridad no era muy diferente a llamar el poder escondido de los árboles. No quiso pensar en lo que le había dicho Shannon, que los árboles la ayudaban voluntariamente y la llamaban Elegida de Epona. Se concentró en la oscuridad, en la noche y las sombras, y en el manto de la oscuridad que cubría la nueva luna cada mes.
Sintió el poder. No era la sensación embriagadora que tenía en Partholon, cuando Epona le concedía su bendición, pero el poder estaba ahí y ella era capaz de atraerlo.
Como una vasija que se llenara lentamente, Rhiannon esperó y la niña siguió creciendo su vientre.
PRIMERA PARTE
Capítulo 1
Oklahoma
– Se acerca una tormenta -dijo John Águila de la Paz, escudriñando el cielo del suroeste.
Su nieto apenas levantó la vista de la Playstation.
– Abuelo, si pusieras cable no tendrías que estar mirando al cielo todo el rato. Podrías ver el canal del tiempo, o verlo en las noticias como todo mundo.
– Esta tormenta no puede predecirse con los medios del mundo -respondió el anciano, guardián de la sabiduría choctaw, sin apartar la vista del cielo-. Vete ahora. Llévate la camioneta y vuelve a casa de tu madre.
Eso hizo que el adolescente lo mirara.
– ¿De verdad? ¿Puedo llevarme tu camioneta?
Águila de la Paz asintió.
– Esta semana iré al pueblo y la recogeré.
– ¡Bien! -dijo el chico. Tomó su mochila y le dio a su abuelo un abrazo-. Adiós, abuelo.
Cuando su nieto se marchó, Águila de la Paz se preparó.
El guardián de la paz comenzó a tocar rítmicamente el tambor. No hizo falta mucho tiempo. Pronto, empezaron a moverse algunas sombras entre los árboles. Entraron al claro que había junto a la cabaña como si las hubiera arrastrado la violencia creciente del viento. A la luz del atardecer parecían fantasmas ancianos, pero Águila de la Paz sabía que no lo eran. Conocía la diferencia entre el espíritu y la carne. Cuando los seis se unieron a él, habló.
– Me alegro de que hayáis respondido mi llamada. La tormenta que se avecina no es de este mundo.
– ¿Ha vuelto la Elegida de Epona? -preguntó uno de los ancianos.
– No. Ésta es una tormenta oscura.
– ¿Qué quieres que hagamos?
– Debemos ir al bosque sagrado y contener lo que está luchando por liberarse -respondió Águila de la Paz.
– Pero… nosotros vencimos a esa maldad hace poco tiempo -respondió el más joven de los ancianos de la tribu.
Águila de la Paz sonrió con tristeza.
– No se puede vencer completamente al mal mientras los dioses sigan concediendo a los habitantes del mundo la libertad de elección, siempre habrá aquéllos que elijan el mal.
– El Gran Equilibrio -dijo el anciano más joven pensativamente.
Águila de la Paz asintió.
– El Gran Equilibrio. Sin la luz no habría oscuridad. Sin el mal, el bien no tendría equilibrio.
Todos los ancianos mostraron su aquiescencia.
– Y ahora, nosotros debemos trabajar del lado del bien.
Rhiannon agradeció el dolor. Significaba que había llegado la hora de que ella viviera de nuevo. La hora de que regresara a Partholon y tomara lo que era suyo por derecho. Utilizó el dolor para concentrarse. Pensó en él como una purificación. Ascender al servicio de Epona no había sido un ritual sin dolor, y no esperaba menos de lo que Pryderi debía de tener planeado por ella.
El trabajo fue largo y difícil. Para un cuerpo del que había estado separada durante tanto tiempo, fue una tremenda impresión sentir los músculos y los nervios, y la cascada de dolores y calambres que irradiaba como ondas desde su interior.
Rhiannon intentó no pensar en cómo debería haber sido aquel nacimiento. Ella debería haber estado rodeada de sus sirvientas y sus doncellas. Bañada, cuidada y mimada. Le habrían dado infusiones de hierbas que hubieran mitigado su dolor y su miedo. Y la entrada de su hija en Partholon debería haber sido una celebración jubilosa, la señal de que Epona estaba complacida por el nacimiento de la hija de su Elegida.
No, no quería concentrarse en aquellos pensamientos, aunque tenía la esperanza secreta de que cuando la niña hubiera nacido, Epona le enviara alguna señal, aunque Rhiannon no estuvieran en Partholon y aquélla no fuera su primera hija. En medio de la oscuridad y el dolor, Rhiannon tuvo tiempo para pensar en aquella otra niña, cuyo nacimiento había evitado años antes. ¿Lamentaba lo que había hecho? ¿Y qué sentido tendría lamentarlo? Aquélla era una elección que había hecho en su juventud, y que ya no podía deshacer.
Debía concentrarse en la hija que estaba pariendo en aquel momento, no en los errores que había cometido en el pasado.
Cuando la siguiente contracción la oprimió, abrió la boca para gritar, aunque sabía que en aquella sepultura, su dolor y su soledad no tendrían voz.
«Te equivocas, Amada Mía. No estás sola. ¡Observa el poder de tu nuevo dios!».
Con un crujido ensordecedor, su tumba viva se abrió súbitamente, y rodeada de fluidos, Rhiannon fue expulsada del vientre del anciano árbol. Quedó tendida, jadeante, sacudida por los temblores, sobre la alfombra de hierba, tosiendo desgarradoramente. Parpadeó con fuerza para intentar aclararse la visión. Su primer pensamiento fue para el hombre cuyo sacrificio la había sepultado. Estremecida, miró por encima de su hombro hacia el agujero del árbol, esperando encontrarse con el cuerpo de Clint. Se preparó para enfrentarse a aquel horror, pero lo único que vio fue un brillo suave color zafiro que se desvanecía lentamente, como si lo estuvieran absorbiendo las entrañas del árbol herido.
Sí, sus recuerdos estaban intactos, como su mente. Sabía dónde estaba, en el bosque sagrado del estado de Oklahoma. Y, tal y como esperaba, había sido expulsada de su prisión, desde el interior de uno de los robles gemelos. El otro se mantenía inalterado, junto al pequeño riachuelo que discurría entre los dos árboles. Estaba anocheciendo. El viento soplaba quejumbrosamente a su alrededor. Los truenos retumbaban en el cielo oscuro, atravesado de vez en cuando por el fogonazo de los relámpagos.
Relámpagos… Eso debía de ser lo que la había liberado.