«Yo soy quien te ha liberado».
Aquella voz ya no resonaba en su cabeza, pero tenía un tono sobrenatural. Provenía de la parte inferior del árbol gemelo a su roble, de un lugar en el que las sombras eran más oscuras.
– ¿Pryderi? -preguntó Rhiannon con la voz muy débil.
«Por supuesto, Amada Mía, ¿a quién esperabas? ¿A la diosa que te traicionó?».
El sonido de sus risotadas reverberó por el claro, y Rhiannon se preguntó cómo algo tan bello podía también tener un sonido tan cruel.
– Yo… no puedo verte -dijo, entre jadeos, a medida que sentía otra contracción.
El dios esperó hasta que el dolor se desvaneció, y entonces, las sombras que había bajo el árbol se movieron. A Rhiannon se le cortó el aliento al ver la belleza de la figura. Aunque su cuerpo no estaba completamente materializado y tenía el aspecto transparente de un espíritu, aquella visión hizo que Rhiannon olvidara que estaba a punto de dar a luz. Pryderi era alto y fuerte, imponente incluso en su forma espiritual. Su cabellera de pelo negro enmarcaba un rostro que podría haber sido inspiración de poetas y pintores, y no el argumento de las historias espantosas que se susurraban sobre él en Partholon. En sus ojos había una sonrisa y su rostro estaba lleno de amor y calidez.
«Te saludo, Sacerdotisa, Amada Mía. ¿Puedes verme ahora?».
– Sí -respondió ella, con reverencia-. Sí, te veo, pero sólo en forma espiritual.
«Me resulta difícil adoptar la forma corpórea. Para que yo pueda existir verdaderamente, debo ser adorado. Se deben celebrar sacrificios en mi nombre. Debo ser amado y obedecido. Eso es lo que haréis tu hija y tú por mí, dirigir a la gente hacia mí otra vez, y entonces, yo te devolveré tu lugar en Partholon».
– Lo entiendo -respondió Rhiannon, asombrada por el hecho de que su voz sonara tan débil entre sus jadeos-. Yo… yo…
Sin embargo, antes de que pudiera terminar lo que quería decir, ocurrieron dos cosas que la silenciaron con eficacia. De repente, la noche se llenó con el sonido de unos tambores. Eran sonidos rítmicos, como el pulso de la sangre en el cuerpo. Al mismo tiempo, Rhiannon sintió la imperiosa necesidad de empujar.
Se le arqueó la espalda, y las piernas se le doblaron automáticamente. Se agarró a las raíces retorcidas para intentar anclar su cuerpo tenso, y miró hacia el espectro de Pryderi.
– Ayúdame -gimió.
El sonido de los tambores era cada vez más fuerte. Rhiannon también oía un cántico, aunque no distinguía las palabras. La forma de Pryderi tembló, y con espanto, Rhiannon vio que su bellísima cara perdía la forma. Su boca sensual se cerraba. La nariz se convertía en un agujero grotesco. Sus ojos ya no mostraban bondad, sino que brillaban con una luz amarilla inhumana. Acto seguido, la aparición cambió de nuevo. Los ojos se convirtieron en cavernas oscuras y vacías y la boca se abrió y mostró colmillos y fauces ensangrentados.
Rhiannon grito de miedo, de rabia y de dolor.
El sonido de los tambores y los cánticos se acercó cada vez más.
La imagen de Pryderi volvió a cambiar y se convirtió de nuevo en un dios bello y sobrenatural, aunque en aquella ocasión apenas era visible.
«No puedo ser bello siempre, ni siquiera para ti, Amada Mía».
– ¿Me vas a dejar?
«Los que se acercan me obligan a marcharme. No puedo luchar contra ellos esta noche, porque no tengo fuerza suficiente en este mundo. Rhiannon MacCallan, llevo décadas buscándote. He visto cómo tu infelicidad se multiplicaba al estar atada a Epona. Ahora debes elegir; ya has visto todas mis formas. ¿Renuncias a la diosa y te entregas a mí como Sacerdotisa?».
Rhiannon estaba mareada de dolor y miedo. Miró a su alrededor, frenéticamente, por el bosquecillo, buscando alguna señal de Epona; pero no vio su luz divina. Epona la había abandonado, la había dejado en manos de una oscuridad que llevaba años persiguiéndola. ¿Qué alternativa tenía? No podía imaginarse la existencia sin ser la elegida de una deidad. ¿Cómo iba a vivir si no tenía el poder que le proporcionaba aquel estatus? Sin embargo, Rhiannon no era capaz de renunciar abiertamente a Epona. Aceptaría a Pryderi sin rechazar por completo a Epona; eso debería satisfacer al dios.
– Sí, me entrego a ti -dijo débilmente.
«¿Y tu hija? ¿Me entregas también a tu hija?».
Rhiannon hizo caso omiso de la advertencia que le hacía su instinto.
– Te doy…
Aquellas palabras fueron interrumpidas por el grito de batalla de siete ancianos, mientras los hombres entraban en el claro, y formaban un círculo alrededor de los dos robles. Pryderi se disolvió entre las sombras con un rugido que hizo temblar el corazón de Rhiannon.
El dolor volvió a atenazar su cuerpo, y Rhiannon sólo supo que debía empujar. Entonces sintió que unas manos fuertes la sujetaban. Entre jadeos, abrió los ojos. El hombre que la estaba ayudando era uno de los ancianos. Su rostro estaba surcado de unas profundas arrugas y tenía el pelo blanco y largo. Llevaba una pluma de águila atada a un largo mechón. Y sus ojos… Rhiannon se concentró en la bondad de sus ojos castaños.
– Ayúdame -susurró.
– Estamos aquí. La oscuridad se ha ido. Tu hija puede entrar con seguridad en este mundo.
Rhiannon se aferró a las manos del extraño. Empujó con todas sus fuerzas. Entonces, acompañada del sonido de los tambores antiguos, la niña se deslizó de su vientre.
Y mientras daba a luz, Rhiannon llamó a gritos a Epona, y no a Pryderi.
Capítulo 2
Con su cuchillo, el hombre cortó el cordón umbilical que unía a madre e hija. Después, envolvió a la niña en una manta y se la dio a Rhiannon. Cuando Rhiannon miró los ojos de su niña, le pareció que el mundo cambiaba irrevocablemente. Sintió aquella transformación en lo más profundo de su alma. Nunca había visto nada tan milagroso. Nunca había sentido nada parecido, ni siquiera la primera vez que había oído la voz de Epona, ni siquiera la primera vez que había experimentado el poder de ser la Elegida, ni siquiera cuando había visto la terrible belleza de Pryderi.
Aquello era la verdadera magia. Rhiannon sintió otra contracción, y jadeó de dolor. Siguió abrazando a su hija contra el pecho e intentó concentrarse en ella mientras expulsaba la placenta. Vagamente, oyó al anciano dando órdenes a otros, y entendió la urgencia de su voz. Sin embargo los tambores continuaban sonando con su ritmo antiguo, y era tan maravilloso tener a su hija en brazos…
Rhiannon no podía dejar de mirarla. La niña le devolvía la mirada con unos ojos enormes y oscuros que acariciaban el alma de su madre.
– He estado muy equivocada.
– Sí -contestó el anciano-. Sí, Rhiannon, has estado equivocada.
– Conoces mi nombre.
Él asintió.
– Estuve aquí el día en que el Chamán Blanco sacrificó su vida para sepultarte dentro del árbol sagrado.
Con un sobresalto, Rhiannon reconoció al anciano. Era el líder de los choctaw, la tribu que había vencido al demonio Nuada.
– ¿Por qué me estás ayudando ahora?
– Nunca es demasiado tarde para que un morador de la Tierra cambie el camino que ha elegido. Entonces estabas rota, pero creo que esta niña ha sanado tu espíritu. Debe de tener una gran fuerza para el bien, si ha sido capaz de remediar tanto.
Rhiannon acunó a su hija, manteniéndola cerca del pecho.
– Morrigan. Se llama Morrigan, nieta de El MacCallan.
– Morrigan, nieta de El MacCallan. Recordaré su nombre y lo pronunciaré con alegría -dijo el anciano. La miró fijamente, de una forma tan intensa, que Rhiannon sintió un escalofrío incluso antes de oír sus siguientes palabras-. Hay algo que se ha roto dentro de tu cuerpo. Estás sangrando mucho, y la hemorragia no cesa. He enviado a alguien a buscar mi camioneta, pero van a pasar horas antes de que podamos llevarte al médico.
Entonces ella lo miró a los ojos y vio allí la verdad.