– Siento ligero el espíritu -le susurró Rhiannon a su hija.
«Eso es porque, por primera vez desde que eras niña, tu espíritu está libre de la influencia del dios».
– Debería haber tomado este camino mucho antes -dijo Rhiannon.
Epona sonrió con ilimitada bondad.
«No es demasiado tarde, Amada».
Rhiannon cerró los ojos ante la oleada de emociones que acababan con sus fuerzas.
– Epona, sé que esto no es Partholon, y que ya no soy tu Elegida, pero ¿puedes saludar a mi hija? -pidió, con la voz casi inaudible.
«Sí, Amada. Saludo a Morrigan, nieta de El MacCallan, y le concedo mis bendiciones».
Rhiannon abrió los ojos al oír un aleteo. Epona había desaparecido, pero el bosque sagrado se había llenado de luciérnagas que se elevaban y volaban en círculos a su alrededor, iluminándolo todo como si las estrellas hubieran bajado del cielo a celebrar el nacimiento de su hija.
– La diosa escuchó tu súplica -dijo el anciano-. No te ha olvidado. Nunca olvidará a tu hija.
Rhiannon lo miró y tuvo que parpadear para poder concentrarse en su rostro.
– Chamán, debes llevarme a casa.
– Yo no tengo el poder para llevarte a tu mundo, Rhiannon.
– Ya lo sé. Llévame al único hogar que he conocido en este mundo, a casa de Richard Parker, que es el reflejo de mi padre, El MacCallan. Lleva mi cuerpo allí, y entrégale a Morrigan como su nieta. Dile… Dile que creo en su amor y que sé que hará lo correcto.
El chamán asintió con solemnidad.
– ¿Y dónde puedo encontrar a Richard Parker?
Rhiannon consiguió darle las indicaciones para llegar al pequeño rancho de Richard Parker, a las afueras de Broken Arrow. Por fortuna, el chamán consiguió entender sus palabras, susurradas entre jadeos.
– Lo haré por ti, Rhiannon. Y también ofreceré plegarias para tu espíritu. Que puedas vigilar a tu hija y protegerla.
– Mi hija… Morrigan MacCallan… bendecida por Epona…
Rhiannon ya no pudo luchar más contra aquel entumecimiento. Sujetando a su hija contra su pecho, dejó descansar la cabeza sobre una raíz retorcida. Y, mientras las luciérnagas volaban a su alrededor, envuelta en el sonido de los tambores, Rhiannon, Suma Sacerdotisa de Epona, murió.
Capítulo 3
Partholon
– Bueno, pues ésta es la verdad: si fuera divertido, no lo llamarían parto.
Intenté moverme para encontrar una postura más cómoda en el colchón, pero me dolía tanto el cuerpo, y estaba tan cansada, que me quedé quieta y le di un sorbito más al vino con especias que me ofreció una de mis ninfas.
Alanna y su marido, Carolan, que acababa de ayudarme a traer a mi hija al mundo, me miraron. Ambos se echaron a reír, como varias de las doncellas ninfa que estaban en la habitación, ordenando, limpiando y adorándome.
– No sé de qué te ríes. En un par de meses sabrás de qué estoy hablando -le recordé a Alanna.
– Y yo cuento con que me agarres la mano durante todo el proceso -me respondió ella alegremente, y después le dio un beso en la mejilla a su marido.
– Me parece muy bien. Estoy deseando hacer ese papel en el nacimiento de un niño.
– Creía que las mujeres olvidaban pronto el dolor del parto.
Yo miré a mi marido, el Sumo Chamán ClanFintan, cuya fuerza y resistencia superaban a las de un hombre, pero que en aquel momento estaba muy cansado y demacrado, como si hubiera hecho el camino de ida y vuelta al Infierno en vez de haber estado con su mujer mientras ella daba a luz, durante un día entero, a su hija.
– ¿Tú crees que vas a olvidarlo rápidamente? -le pregunté yo con una sonrisa.
– No creo -respondió él con solemnidad.
– Creo que yo tampoco. Me parece que eso de que las mujeres se olvidan del dolor del parto es una mentira que han empezado a hacer correr los maridos asustados.
Carolan se echó a reír desde el otro extremo de la habitación.
– Estoy de acuerdo con esa teoría, Rhea -me dijo.
– Pero ¿no ha merecido la pena? -me preguntó Alanna, que me traía a mi hija recién nacida ya limpia y vestida. Me la puso entre los brazos con una gran sonrisa.
– Sí -susurré yo, abrumada por una oleada de amor y ternura que nunca había conocido y que me había producido mi hija-. Sí, merece la pena por completo.
ClanFintan se arrodilló junto a nuestro colchón con la elegancia con la que se movían los centauros, y le acarició el pelo rizado y caoba a la niña.
– ¿Cómo vamos a llamarla, mi amor?
Yo no tuve que pensarlo.
– Myrna. Se llama Myrna.
ClanFintan sonrió y nos rodeó a las dos con sus fuertes brazos.
– Myrna… En el Lenguaje Antiguo significa «amada». Así es como debe ser, porque es verdaderamente amada -dijo. Entonces, se inclinó hacia mí y me dijo al oído-: Te quiero, Shannon Parker. Gracias por el regalo de nuestra hija.
Yo me acurruqué contra él y le di un beso en la mejilla. ClanFintan usaba rara vez mi nombre verdadero, y nunca cuando podía oírlo el público general. Sólo había tres personas que sabían que yo no era lady Rhiannon, hija de El MacCallan: ClanFintan, Alanna y Carolan. El resto de Partholon no sabía que un año antes, yo había sido intercambiada «accidentalmente» por la verdadera Rhiannon, que era idéntica a mí físicamente. Sin embargo, nuestro parecido terminaba en lo físico. Rhiannon era una bruja egoísta y odiosa que había abandonado a los suyos a su suerte. Yo me consideraba un poco egoísta, y odiosa sólo cuando era estrictamente necesario. Sabía que nunca abandonaría Partholon, ni a la gente ni a la diosa, a quienes había llegado a querer allí. Había luchado por quedarme allí, y me quedaría.
No había duda de que mi sitio estaba en Partholon. Epona me había dejado claro que yo me había convertido en su Elegida, y que mi vida no se había intercambiado por la de Rhiannon a causa de un mero error ni de un accidente. Epona me había elegido, y por lo tanto, yo debía estar en aquel mundo.
Con una total felicidad, le acaricié la cabecita a mi hija con la nariz, y le dije:
– Feliz cumpleaños, mi niña.
ClanFintan me estrechó suavemente entre sus brazos, y yo percibí una sonrisa en su voz:
– Feliz cumpleaños para mis dos chicas.
Yo me eché a reír.
– ¡Pero si es verdad! ¡Hoy es treinta de abril! Es mi cumpleaños. Se me había olvidado por completo.
– Has estado muy ocupada -dijo ClanFintan.
– Pues sí -dije, y le sonreí a aquel asombroso centauro de quien estaba tan enamorada-. Creo que deberíamos darle las gracias a Epona por el hecho de que nuestra hija haya nacido el mismo día del cumpleaños de su madre.
– Epona tiene mi gratitud eterna por Myrna y por ti -dijo él. Después tomó aire, y con su voz resonante, con la que conjuraba su magia de Sumo Chamán y adoptaba la forma humana para poder hacer el amor conmigo, exclamó-. ¡Ave, Epona!
– ¡Ave, Epona! -repitieron Alanna y las ninfas.
De repente, las cortinas vaporosas que cubrían los ventanales comenzaron a hincharse como nubes, y con una brisa llena de perfume, entraron en la habitación cientos de pétalos de rosa. Las doncellas emitieron suaves exclamaciones y comenzaron a girar y a danzar con los pétalos. Entonces, Epona habló:
«Mi Amada ha dado a luz a su hija. Le doy la bienvenida a Partholon, con gran alegría, a Myrna, hija de mi Elegida. Saludémosla con júbilo, magia y las bendiciones de su diosa».
Entonces, los pétalos de rosa se convirtieron en cientos de mariposas con un pequeño estallido, y después, las mariposas se convirtieron en colibríes que volaban y se lanzaban en picado y giraban mientras mis doncellas bailaban, riéndose.
– Esto es la verdadera magia… -susurré yo, con los ojos llenos de lágrimas de felicidad.