Se encontraban en la pequeña colina donde habían hecho el amor por primera vez, la que dominaba las Salinas. La pira de Kai se había construido sobre ella, y estaba formada por numerosas ramas empapadas con savia de alabastro. Sólo faltaban en ella el cuerpo de Kai y una cerilla.
– Entonces, ¿todo va a salir bien?
– ¿Todo? ¿A qué te refieres, mi amor?
– Me resulta raro celebrar su funeral sin… Ya sabes, ella.
A Morrigan le costaba llamar Rhiannon, a Shannon, así que se había acostumbrado a evitar su nombre.
– Birkita y yo hemos decidido que sería una crueldad enviarle un mensaje a lady Rhea diciéndole que su amado Maestro de la Piedra ha muerto, cuando está sumida en la tristeza por la pérdida de su hija. También hemos decidido que yo le llevaré las cenizas de Kai, y la noticia de su muerte, cuando traslade las efigies para los monumentos.
– Uno para Myrna y otro para Kai.
Kegan le apartó el pelo de la cara y le besó la frente.
– Primero tú tienes que encontrar la piedra que contiene la imagen de Kai, y después, sí, yo esculpiré su estatua.
– Lo sé. Lo haré.
Sin embargo, Morrigan todavía no había encontrado el valor necesario para preguntarles a los espíritus de las piedras. Intentaba convencerse de que, como sólo habían pasado dos días desde la muerte del Maestro de la Piedra, todavía tenía mucho tiempo para buscar la piedra. En el fondo de su corazón, no obstante, sabía que no era una cuestión de tiempo. Morrigan tenía miedo, aunque no entendía exactamente de qué.
Los dos días anteriores habían sido muy extraños. Las Sacerdotisas hablaban con ella. En realidad, se comportaban de un modo muy normal en su presencia. Birkita había sido maravillosa, como siempre, aunque Morrigan sabía que no estaba durmiendo lo suficiente, y le preocupaba que la anciana estuviera cansada. Y Kegan era… Morrigan suspiró y se acurrucó contra él. Kegan era increíble.
Todos los demás la ignoraban, o la miraban y se ponían a cuchichear en cuanto ella se alejaba. No había vuelto a ver a Shayla desde su enfrentamiento en Usgaran. Birkita le dijo que la Señora de los Sidethas estaba velando el cuerpo de Kai, y ungiéndolo con aceites y especias todos los días, como hubiera hecho una esposa. Morrigan se preguntó dónde estaba Perth durante aquella exhibición pública de los afectos de su esposa por otro hombre. Según Birkita, Perth se había adentrado en las entrañas de las Cuevas poco después de la muerte de Kai y no había vuelto a salir de allí. Suponía que Perth aparecería de nuevo pocos días después del funeral de Kai y continuaría la farsa de su matrimonio como si no hubiera pasado nada. Morrigan no estaba tan segura. Le parecía evidente que Shayla había cruzado ciertos límites de la razón. Creía que aquella mujer había dejado de amar a su marido, y seguramente el tiempo revelaría la verdad.
– ¿Morrigan?
– Disculpa, ¿decías algo?
– No, no. Sólo que la gente ya está llegando.
Kegan señaló hacia el camino que llevaba a la loma. Morrigan miró hacia allí, y vio a una fila de personas que salían de la cueva y se dirigían hacia ellos.
– Ahora me colocaré entre las sombras.
– Morrigan, ¿qué te ocurre? ¿Qué es lo que te tiene tan disgustada? Fue decisión tuya no participar en el funeral de Kai.
– Lo sé. Es sólo que estoy cansada de no hacer nada.
– No has estado sin hacer nada. Has estado preparándote.
– A mí me parece como si no hubiera hecho nada -dijo Morrigan.
Kegan la siguió mientras se alejaban de la pira para colocarse bajo las ramas de unos pinos. Los árboles estaban lo suficientemente cerca como para que ella formara parte de la ceremonia sin que su presencia fuera demasiado obvia, sin llamar la atención. Morrigan hubiera preferido no acudir al funeral, pero Birkita y Kegan estaban despidiendo a un amigo, y ella quería estar al lado de los dos.
– ¿Estarás bien aquí? -le preguntó Kegan, mientras la estudiaba con atención.
Morrigan sonrió con tirantez y agitó la mano.
– Vamos, vete. Birkita y tú debéis cumplir con vuestra tarea. Hablaremos después del funeral.
Él la besó rápidamente y volvió hacia la pira para reunirse con Birkita y con las demás Sacerdotisas, que acompañaban el cuerpo de Kai.
Morrigan sintió el roce de una nariz húmeda en la mano, y sonrió al ver a Brina.
– Me alegro de que hayas venido, bonita -le susurró al lince, y le acarició la cabeza, lo cual hizo que Brina comenzara a ronronear. Mientras le rascaba las orejas al animal, Morrigan intentó conservar la calma, observar y esperar.
Los Sidethas comenzaron a llenar la colina y formaron un círculo amplio alrededor de la pira funeraria, hasta que toda la loma estuvo ocupada. La multitud guardó una actitud solemne. Apenas había murmullos, y se oían algunos sollozos. Morrigan sabía que no eran falsos; Kai había sido muy querido entre los Sidethas.
Un nuevo movimiento captó la atención de Morrigan. Se dio cuenta de que el cuerpo se acercaba. Birkita caminaba al comienzo de la procesión, portando una antorcha que ardía suavemente a la suave luz del anochecer. El cuerpo iba sobre una camilla que trasladaban seis mineros, flanqueados a su vez por seis Sacerdotisas. Al final de la procesión, caminando cerca de la cabeza de Kai, había una sola mujer, y Morrigan supo que era Shayla. Iba vestida como las Sacerdotisas, con una túnica blanca sin ningún adorno, y llevaba un velo de gasa muy largo que le cubría la cara.
Mientras se acercaban a la pira, Morrigan atisbo el rostro de Shayla, y tuvo la sensación de que era una muerta viviente. Llevaba entre las manos la espada ritual de los Sidethas. La presencia de la espada en aquel funeral significaba que los Sidethas honraban a Kai como a uno de los suyos. Era una espada maravillosa, con la figura de Adsagsona en la empuñadura y con una hoja de doble filo que refulgía cuando el metal atrapaba la luz de la antorcha de Birkita.
La procesión se detuvo ante la enorme pira, cerca de Kegan, que se inclinó hacia Birkita y después hacia el cuerpo de Kai. Sin hablar, ayudó a los hombres a colocar el cuerpo sobre las ramas superiores de la pira. Las Sacerdotisas formaron un círculo a su alrededor, pero Shayla no se unió a ellas. Tampoco se unió a la multitud. Morrigan volvió a pensar que parecía enloquecida. No se había apartado el velo de la cara, y sujetaba la espada en alto sin apartar los ojos de Kai.
Birkita puso la antorcha en un asidero dispuesto en el suelo y, acto seguido, alzó los brazos y llamó a la diosa.
– Adsagsona, apelo a ti, en las alturas -hizo una pausa y formó una uve con los dedos, y añadió-: Y abajo. Oh, diosa que concedes el descanso, te pedimos que escuches nuestras plegarias por el Maestro de la Piedra, Kai, que te sirvió con sus dones y su corazón. Hoy lo reconocemos como uno de los nuestros, y a partir de este momento lo llamaremos Sidetha. Te pedimos que ayudes a su espíritu a llegar a las bellas praderas de Epona.
Entonces, Birkita y Kegan se colocaron uno frente al otro, y ella continuó el rito.
– Kegan, Sumo Chamán y Maestro Escultor de Partholon, te llamamos para que, junto a nosotros, le des honor y amor a Kai, a quien conociste.
Kegan elevó los brazos e inclinó la cabeza hacia atrás, y comenzó a hablar con una voz grave y fuerte, que llegó a todos los presentes en la colina.
– Oh, diosa que concedes el descanso, Señora de los reinos del atardecer y del vientre de la tierra, te hablo de la lealtad y la bondad de Kai, y de la gran pérdida que vamos a sufrir con su ausencia.
Entonces, Birkita habló de nuevo.
– Pero sabemos que esa pérdida sólo será temporal, y sabemos que Kai viaja hacia los verdes prados de Epona, donde siempre hay placidez y no existen el dolor ni la muerte, ni la tristeza ni la pérdida, y donde él tendrá la juventud de nuevo.
Kegan sonrió, y a Morrigan se le cortó la respiración al ver su expresión, que era de alegría.