Incluso antes de que el malvado Nuada hubiera estado a punto de matarlo en el estanque, y él hubiera sido testigo de que su hija tenía poderes realmente otorgados por la diosa Epona, le había resultado más fácil aceptar la idea de que existía un mundo alternativo que aceptar la idea de que su hija había sufrido un cambio total de personalidad.
Él había sabido en qué momento preciso Shannon venció a Nuada y se marchó de aquel mundo. Lo había sabido con tanta seguridad como conocía el olor de la lluvia y la sensación de acariciar a un caballo. Era un conocimiento innato, algo que tenía arraigado en el alma. También había sabido que Clint había muerto para devolverla a Partholon, y aquello le había entristecido casi tanto como la pérdida de su única hija. Por lo menos, Shannon no había muerto. En realidad, para él era más fácil hacerse a la idea de que se había ido a vivir a Europa, o quizá a Australia, y que algún día podrían visitarse el uno al otro.
Richard suspiró y se paseó con inquietud de un lado a otro por el patio de su casa. Shannon tenía que marcharse. Se había casado con el padre de su hija en aquel otro mundo. Lo quería. Y una hija necesitaba a su padre.
Aunque también necesitaba a su abuelo. Richard conservaba la esperanza de que Shannon pudiera comunicarse con él, aunque sólo fuera brevemente, para no sentirse como si la hubiera perdido para siempre. Soñaba a menudo con ella. En sus sueños, Shannon siempre estaba feliz y rodeada de gente que la adoraba. Richard había visto, incluso, al marido centauro de su hija. Al pensarlo, se le escapó un resoplido. Aquélla fue una visión muy interesante. Tenía la impresión de que Shannon estaba detrás de aquellos sueños, o tal vez fuera más preciso decir que la diosa de Shannon, Epona, estaba tras ellos. En cualquier caso, era casi como recibir cartas suyas, y él se había conformado con aquellas pequeñas visiones durante el paso de los años.
Sin embargo, aquella noche tenía una sensación muy diferente. Tenía un presentimiento terrible. ¿Acaso Shannon estaba intentando comunicarse con él? Cabía aquella posibilidad. Eran los días en los que debía dar a luz a su nieta, y por supuesto, Shannon querría compartir aquel acontecimiento con él. ¿Entonces, por qué se sentía tan negativo? ¿Por qué tenía aquel presentimiento de peligro? Dejó de caminar y exhaló un suspiro de angustia. ¿Acaso estaba presintiendo su muerte? ¿Había muerto su hija en aquel mundo en el que no había hospitales ni medicina moderna? ¿Por qué tenía aquella sensación de tragedia?
– Por favor, Epona -le dijo al viento-. Protégela.
– Cariño, ¿qué ocurre?
Patricia Parker, o «mamá Parker» para todas las legiones de jugadores de fútbol americano a los que él había entrenado, lo llamó desde el umbral de la puerta.
– Nada -dijo Richard Parker-. Es sólo que me siento un poco inquieto esta noche.
Su mujer lo miró con preocupación.
– No será… eso otra vez, ¿no?
Patricia estaba fuera, visitando a su única hermana en Phoenix, cuando Shannon había vuelto y él había sufrido el ataque de Nuada, pero su esposa había visto el resultado. Y por supuesto, él se lo había contado todo. Irónicamente, mamá Parker se sintió aliviada al saber que Rhiannon había intercambiado su lugar por el de Shannon. Las cosas horribles que le había dicho y que le había hecho Rhiannon no habían sido cosa de Shannon.
– No, no, no -respondió él rápidamente, arrepintiéndose al verla disgustada. En realidad no sabía si había ocurrido algo malo. Tal vez sólo fueran los jalapeños que se había tomado para cenar, que le habían sentado mal-. Todo va perfectamente. Ahora mismo entro.
– Muy bien, cariño. Entonces voy a terminar de fregar los platos.
Patricia había empezado a darse la vuelta cuando oyeron el sonido de un vehículo que se acercaba por el camino. Richard miró el reloj. Eran más de las diez y media. Muy tarde para una visita social. Sintió un escalofrío al ver acercarse un viejo Chevy azul, que se detuvo junto a las dos camionetas que estaban aparcadas junto a la casa. Lentamente, de aquel coche bajó un anciano indio que se dirigió a él.
– Buenas noches, Richard Parker -dijo el anciano, y automáticamente, Richard le tendió la mano. El recién llegado se la estrechó con firmeza-. Soy John Águila de la Paz. Siento molestarlo tan tarde.
– No se preocupe. ¿Qué puedo hacer por usted?
– Rhiannon me pidió que la trajera a casa.
Richard se sobresaltó. ¡Rhiannon! Al no tener noticias de ella después de que Shannon se marchara de aquel mundo, había supuesto que su hija se había llevado a Rhiannon, probablemente, para que pudiera enfrentarse a las consecuencias de haber abandonado su mundo y sus deberes como Elegida de Epona en Partholon. Sin embargo, ¿continuaba en Oklahoma? ¿Y decía que aquélla era su casa? Richard Parker irguió los hombros. Por mucho que se pareciera a su hija, Rhiannon no era Shannon, y él no iba a permitir que se hiciera pasar por ella de nuevo. Sin embargo, aquello no podía contárselo a un extraño. Esperaría a que estuvieran a solas. Después, él llevaría a Rhiannon al pueblo, o al aeropuerto, o al infierno. A cualquier lugar, siempre y cuando estuviera lejos de Oklahoma.
– Bueno, ¿y dónde está?
Richard entornó los ojos y volvió a mirar hacia el coche. Había alguien sentado en el asiento del pasajero, pero estaba demasiado oscuro como para distinguir sus rasgos. Resopló de nuevo. Era lógico que ella tuviera miedo de salir y enfrentarse a él.
– Está ahí.
El anciano no se acercó a la puerta delantera del coche, sino que se dirigió a la puerta trasera y la abrió. Richard lo siguió y frunció el ceño. Sólo había una cosa dentro, y parecía un cuerpo envuelto de pies a cabeza en una manta india. John Águila de la Paz subió con agilidad, se agachó y apartó la manta con delicadeza. Al ver su cara, Richard se sintió como si lo hubieran golpeado con fuerza en el estómago.
– ¡Shannon! -exclamó, y subió de un salto a la camioneta.
– No, no es Shannon. Es Rhiannon. Expresó su deseo de que la trajera aquí, y también de que le diera a su hija para que usted se encargara de criarla.
A Richard le zumbaban los oídos, y le resultaba difícil concentrarse en lo que le estaba diciendo el anciano.
– Está muerta -dijo.
John Águila de la Paz asintió.
– Murió después del parto. Sin embargo, tuvo tiempo para que el amor por su hija sanara su espíritu.
Richard apartó los ojos de aquel rostro idéntico al de su hija.
– ¿Sabe su historia? ¿Sabe lo de Partholon?
– Sí. Presencié todo lo que ocurrió cuando el Chamán Blanco venció al demonio y se sacrificó para que Shannon pudiera volver a ese mundo. También acudí esta noche, cuando el demonio liberó a Rhiannon del árbol sagrado en el que ella estaba aprisionada.
Richard miró a su alrededor.
– ¿Lo ha seguido hasta aquí?
– No me ha acompañado ningún mal. Los árboles sagrados y yo expulsamos al dios oscuro, y entonces, la aparición de Epona ahuyentó los últimos vestigios del mal y cortó los lazos que unían el alma de Rhiannon a ese dios.
– ¿Epona perdonó a Rhiannon?
– Sí. Yo lo vi.
Con la voz profunda, grave y rítmica de un gran narrador, Águila de la Paz recitó todo lo que le había sucedido a Rhiannon en el bosque sagrado.
– Al final fue capaz de encontrar el bien que había en su alma -dijo Richard, y lentamente, le acarició la mejilla fría.
Después alzó la vista y vio a su mujer junto a la camioneta. Mamá Parker tenía una mirada de espanto y la mano apretada contra la boca.