– No lo sé. Prueba -dijo Daniel desde detrás de la barra. Ella pulsó un botón y la televisión se encendió.
– ¡Bravo!
Daniel rió al oír su exclamación. Ella empezó a recorrer los distintos canales.
– Creo que estos aparatos se harán muy populares.
– No encuentro la cubitera de hielo -dijo Daniel.
– ¿Quieres que mire en el cuarto de baño?
– Yo lo haré -dijo él, saliendo de detrás de la barra-. Come bombones, ¿quieres? Seguro que Michael ha pagado una millonada por ellos.
Amanda sonrió, contenta de complacerlo. Se sentó en el sofá y quitó el papel dorado a una trufa de chocolate. Se estaba mucho mejor allí, aire fresco, un sitio donde sentarse y nada de gente diciendo obscenidades y lanzándose comida ni música atronadora retumbando en los oídos. Y, lo mejor de todo, no tenía que avergonzarse de ser la única persona que no tenía con quién hablar.
– No hay cubitera -dijo Daniel, colocándose detrás del sofá-. ¿Eso es American Graffiti?
– Creo que sí -dijo Amanda, mirando la pantalla.
– Bien. ¿Están buenos los bombones?
– Para morirse -se inclinó hacia delante, alcanzó una bola dorada y se la ofreció a Daniel.
En la pantalla, un grupo de estudiantes estaban celebrando su última noche juntos.
– Un poco como nosotros -dijo Daniel, pelando el bombón y señalando la televisión.
Amanda asintió. Igual que los protagonistas de la película, estaban a punto de descubrir un nuevo mundo. A veces la idea la emocionaba, pero en general le daba miedo. Sus padres habían ahorrado suficiente dinero para el primer año de universidad, pero después las cosas se pondrían difíciles.
– Están muy buenos -dijo Daniel. Se sentó en el sofá y colocó el cuenco de bombones en el cojín de en medio-. Sugiero que nos los comamos antes de volver a la fiesta.
– Sería una pena desperdiciarlos -aceptó Amanda, seleccionando otro bombón. Dejó que el dulce y cremoso chocolate se deshiciera en su lengua mientras miraban la pantalla en silencio.
– ¿Qué vas a hacer? -preguntó Daniel, agarrando otro bombón.
– ¿Después de la fiesta?
– No. Después del instituto. Has sacado buenas notas, ¿no?
Amanda asintió. Como no solía salir con chicos, había tenido mucho tiempo para estudiar.
– Me han aceptado en la Universidad de Nueva York.
– Eso está muy bien. ¿Qué vas a estudiar?
– Literatura inglesa e iniciación al Derecho. ¿Y tú?
– El negocio familiar -dijo él con una sonrisa cansada.
– Trabajo seguro -aventuró ella. Él se quedó callado unos minutos, mirando la pantalla.
– Sabes, en realidad me gustaría…
– ¿Qué? -preguntó ella, al ver que no seguía. Él movió la cabeza e insistió-. Vamos, dímelo.
– Prométeme que no te reirás.
– No me reiré -aseguró ella. Amanda Kendrick nunca podría reírse de Daniel Elliott.
– Vale. Me gustaría convencer a mi padre para poner en marcha una nueva revista.
– ¿En serio? -Amanda lo miró impresionada. Parecía mucho más interesante que estudiar Derecho-. ¿De qué tipo?
– Aventuras y viajes, países extranjeros, acción. Yo podría viajar por todo el mundo, escribir artículos y enviarlos a Nueva York.
Amanda tragó saliva, sintiéndose vulgar y aburrida. Ella ni siquiera pensaba en dejar el estado, en cambio Daniel quería recorrer el mundo.
– Te parece una idea tonta -dijo él con expresión de desánimo.
– No -aseguró ella, acercándose un poco-. Me parece una idea fantástica. Me das envidia.
– ¿En serio? -preguntó él, animándose.
– Suena fantástico.
– Yo creo que sí -satisfecho, peló otro bombón y se lo metió en la boca.
Después de ver la película unos minutos más, él se levantó y fue hacia el bar.
– Estos bombones me están dando sed. ¿Has bebido champán alguna vez?
– ¿Dónde íbamos a conseguir champán? -preguntó ella con los ojos muy abiertos. Él le mostró una botella verde-. ¿No te meterás en problemas?
– La habitación está a nombre de Michael -contestó él, encogiendo los hombros. Empezó a quitar el alambre del corcho.
– Entonces, pensarán…
– La verdad, me da igual lo que piensen -quitó el corcho, que golpeó el techo y botó en la alfombra.
– Me encantaría probarlo -dijo Amanda, sintiéndose muy atrevida.
Él sonrió y sacó dos copas aflautadas del bar. Sirvió el champán, agarró una bolsa de palitos salados y se reunió con ella en el sofá.
– Feliz fiesta de fin de curso -brindó él.
– ¿Te das cuenta de que no vas a tener suerte esta noche? -preguntó ella, mirando sus ojos azul profundo, mucho menos tímida que antes.
– Creo que ese barco ya partió -los ojos de él chispearon y sonrió al mirar el cuenco vacío que había entre ellos-. Te has tragado todos los bombones que iba a utilizar para seducir a una chica.
– He tenido ayuda -protestó ella, golpeándolo en el hombro.
– Eran mi arma secreta.
En vez de contestar, ella probó el champán.
– Eh, esto está muy bueno -alzó la copa a la luz y observó las burbujas subir a la superficie. Creo que el champán debería ser tu arma secreta.
– ¿Sí? Pues también te la estás tragando tú -rezongó él.
Ella sonrió y tomó otro sorbo.
– La vida a veces es un asco, ¿eh?
Él soltó una carcajada al oír eso. Abrió la bolsa de palitos salados y se acomodó en el sofá.
Amanda suspiró con satisfacción. Había odiado la fiesta. Odiaba admitirlo pero no le había gustado su primera fiesta con los alumnos más populares.
Era mucho mejor estar allí sentada, viendo una película, riendo y charlando con Daniel, y bebiendo algo que no sabía a gasolina con zumo de naranja.
Para cuando el personaje que hacía Richard Dreyfuss subió al avión, Amanda se había quitado los zapatos y la botella de champán estaba medio vacía.
– Ni siquiera llega a conocerla -se quejó Daniel.
Ambos habían comentado la película, compartiendo sorpresas, suspense y risas.
– Será para siempre la mujer misterio -dijo Amanda, alzando la copa hacia él.
– Eso es un rollo.
– Es ficción.
– Sigue siendo un rollo.
Ella se rió. Daniel dejó la copa en la mesa.
– Un tipo no debería dejar pasar esas oportunidades.
– ¿Besa a la rubia cuando puedas?
– Algo así -dijo él.
– Supongo que deberíamos volver a la fiesta -sugirió ella, con pesar. Se levantó, recogió los restos de la mesa y fue descalza hacia el bar.
– Imagino -él también se levantó-. No llegamos a encontrar la cubitera de hielo.
– Tengo la sensación de que a nadie le importará a estas alturas de la noche -se dio la vuelta y se encontró cara a cara con él. Más bien, se encontró con su pecho, porque le sacaba más de quince centímetros de altura, estando descalza.
– Si han seguido bebiendo ese ponche, seguro que no -dijo él-. ¿Amanda?
– ¿Sí? -alzó la barbilla para mirarlo.
Él ladeó la cabeza y ella notó el súbito cambio en el ambiente.
– Estaba pensando -se acercó un poco más.
Ella debería haberse sentido intimidada por sus anchos hombros, por su altura, pero no fue así. Tomó aire, inhalando su aroma especiado y varonil.
– ¿En qué estabas pensando?
– En oportunidades perdidas -le apartó un mechón de pelo de la sien.
Ella estaba bastante segura de no estar malinterpretando lo que ocurría. Pero la idea de que Daniel Elliott se le insinuara le parecía una locura.
– ¿Te refieres a la película?
– Me refería a nuestra graduación.
Confusa, Amanda lo miró.
– Podríamos no volver a vernos nunca -dijo él.
– Es posible -aceptó ella. Apenas se habían visto estando en el mismo instituto, las posibilidades de hacerlo si ella estaba en la universidad y él recorriendo mundo eran más que remotas.