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Era como si sintiera una descarga eléctrica en las piernas, que se concentraba en un remanso de calor y sensación, donde sus cuerpos se unían.

Él gimió su nombre y se tensó. El mundo se detuvo un microsegundo y luego ella sintió una explosión de alivio recorrer su cuerpo, como una tormenta de verano, pura mezcla de luz y color.

– ¿Señora Elliott?

Una voz interrumpió sus pensamientos. El chófer. Se llevó la mano al pecho, avergonzada por haber estado fantaseando sobre Daniel.

– ¿Sí?

– Hemos llegado -señaló un edificio marrón.

– Sí, claro -Amanda se movió hacia la puerta.

– Yo le abriré.

Permitió que el chófer la ayudara a salir, le dio las gracias y cruzó la acera hasta su puerta. Metió la llave en la cerradura.

Pero los recuerdos de aquella noche de fin de curso se negaban a desaparecer.

Daniel y ella habían hecho el amor toda la noche. La despedida al día siguiente había sido agridulce, ambos sabían que quizá no volvieran a verse.

Y no lo habrían hecho. Ella habría ido a la universidad y él a recorrer el mundo y escribir artículos.

Si no hubiera sido por Bryan.

Bryan lo había cambiado todo.

Capítulo Seis

Daniel aparcó su Lexus plateado delante del juzgado, dispuesto a cambiar de táctica. Debería haber sabido que su impulsivo plan con Taylor no funcionaría con una mujer tan lista como Amanda.

Esa vez, las cosas serían distintas.

Estaba bajando el ritmo, recopilando datos. Cuando diera el siguiente paso, ella ni lo vería llegar.

Para él era fácil entender qué debería atraerle del derecho corporativo. Pero no entendía qué le atraía de defender a criminales.

Y eso estaba a punto de cambiar.

Abrió la puerta del coche y bajó. La recepcionista de Amanda, la bendijo por su actitud amistosa e inconsciente, le había dicho exactamente dónde encontrarla. En un juicio por desfalco.

Desfalco.

Empleados que robaban a sus jefes.

Cerró la puerta y apretó los dientes. Su ex esposa no había elegido una carrera muy glamurosa.

Miró el reloj mientras subía las escaleras. Ya llevaban una hora de juicio. Localizó la sala número cinco, entró en silencio y se sentó en la fila de atrás.

El fiscal estaba interrogando, pero Daniel veía la parte de atrás de la cabeza de Amanda. Estaba sentada junto a una mujer delgada de pelo castaño, que llevaba una blusa de color carne.

– ¿Puede identificar la firma del cheque, señor Burnside? -preguntó el fiscal al testigo.

– Es la firma de Mary Robinson -contestó el testigo, tras mirar la bolsa de plástico que le ofrecían.

– ¿Tenía ella autoridad para firmar? -preguntó el abogado.

– Sí. Para dinero de caja, suministros de oficina y cosas así -afirmó el testigo.

– Pero normalmente no firmaría un cheque a su nombre, ¿verdad?

– Claro que no -dijo el testigo-. Eso es fraude.

– Objeción, señoría -Amanda se puso en pie-. El testigo está especulando.

– Admitida -dijo el juez. Miró al testigo-. Limítese a contestar a las preguntas.

El testigo apretó los labios.

– ¿Puede decirnos el importe del cheque? -pidió el abogado.

– Tres mil dólares -contestó el testigo.

– Señor Burnside, por lo que usted sabe, ¿compró Mary Robinson suministros de oficina con esos tres mil dólares?

– Los robó -escupió el testigo.

– Señoría… -Amanda volvió a ponerse en pie.

– Admitida -dijo el juez con voz cansina.

– Pero lo hizo -insistió el señor Burnside.

– ¿Está discutiendo conmigo? -preguntó el juez, mirándolo fijamente.

– No hay más preguntas -dijo el fiscal.

A Daniel le pareció buena idea. Burnside no le estaba haciendo ningún favor.

El juez miró a Amanda.

– No hay preguntas.

– La acusación no tiene más testigos -dijo el otro abogado.

– Señora Elliott, puede llamar a su primer testigo -indicó el juez.

– La defensa llama a Collin Radaski al estrado.

Un hombre vestido con traje oscuro se puso en pie y fue hacia el estrado. Amanda se volvió para mirarlo y Daniel se escondió tras una mujer que llevaba un enorme sombrero.

Tomaron juramento al testigo y Amanda se acercó al estrado.

– Señor Radaski, ¿cuál es su cargo en la Empresa de Construcción Westlake?

– Soy el director de la oficina.

– ¿Se encarga usted de aprobar los cheques del salario de los empleados?

– Sí, lo hago.

Amanda fue hacia su mesa y eligió un papel.

– ¿Es verdad, señor Radaski, que Jack Burnside le ordenó que no incluyera la paga de vacaciones en esos cheques?

– No incluimos paga de vacaciones todos los meses.

– ¿Es también cierto que las horas extras se pagan a los empleados a precio de hora normal, en vez de con una bonificación del cincuenta por ciento?

– Tenemos un acuerdo verbal con los empleados respecto a las horas extra.

Amanda alzó una ceja e hizo una pausa, haciendo ver su incredulidad sin decir una sola palabra.

– ¿Un acuerdo verbal?

– Sí, señora.

Amanda volvió a su mesa y eligió otro papel.

– ¿Es consciente, señor Radaski, que Construcción Westlake ha estado infringiendo la legislación laboral durante más de diez años?

– ¿Qué tiene eso que ver con…?

– Objeción -exclamó el fiscal.

– ¿En qué se basa? -preguntó el juez.

– El testigo no está en situación de…

– El testigo es el director de oficina responsable de aprobar los salarios -señaló Amanda.

– Denegada -dijo el juez. Daniel no pudo evitar una sonrisa de orgullo.

Amanda echó una ojeada a sus notas y Daniel supo que era un truco. Su postura le indicaba que no necesitaba refrescar su memoria. Sabía muy bien lo que estaba haciendo.,

– ¿Sabe también, señor Radaski, que Construcción Westlake, debe a mi cliente cuatro mil doscientos ochenta y seis dólares en concepto de horas extras y pagas de vacaciones?

– Teníamos un acuerdo verbal -farfulló el testigo.

– Un acuerdo verbal de esa naturaleza no tiene validez según las leyes laborales de Nueva York. Señor Radaski, según la gestoría Smith & Stafford, Construcción Westlake debe a sus empleados un total de ciento setenta y un mil seiscientos sesenta y un dólares en atrasos.

Radaski parpadeó, atónito.

– Señoría -dijo Amanda, levantando un taco de papeles de la mesa-. Me gustaría presentar este informe como prueba. Mi cliente desea presentar una demanda contra Construcción Westlake, exigiendo la cantidad de mil doscientos ochenta y seis dólares, el dinero que aún se le debe de horas extras y pagas de vacaciones.

– Pero robó tres mil dólares -gritó Jack Burnside desde la galería. Amanda esbozó una sonrisa.

– Me pondré en contacto con el resto de los empleados para informarles de su derecho a realizar una demanda conjunta.

El juez miró al abogado de la acusación.

– Solicito un receso para hablar con mi cliente.

– Ya suponía que lo haría -dijo el juez. Dejó caer el martillo una vez-. El juicio queda aplazado hasta las tres de la tarde del jueves.

Daniel salió rápidamente de la sala.

Por fin entendía el interés de Amanda. Pero seguramente tendría pocos momentos como ése.

Aun así, era muy buena.

Amanda miró la tarjeta que acompañaba al ramo de veinticuatro rosas rojas.

¡Enhorabuena!

Intrigada, le dio la vuelta.

Te vi en el juzgado hoy. Si alguna vez decido empezar a robar bancos, serás la primera persona a la que llame. D

Daniel.

– ¿Son de Don Delicioso? -preguntó Julie, entrando con un montón de carpetas.

– Son de Daniel -confirmó Amanda.