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– Esta vez tienes que tirártelo encima del escritorio, desde luego -Julie se inclinó para oler las rosas.

– Daniel no es de esa clase de hombres -Amanda sonrió ante la irreverencia de Julie.

– Es un hecho probado que enviar rosas rojas a una oficina significa que un tipo quiere hacerlo encima del escritorio -comentó Julie.

– ¿De dónde sacas esos datos?

– ¿No leíste la revista Cosmo del mes pasado?

– Me temo que no -Amanda hizo sitio para las rosas sobre el archivador.

– Te pasaré mi copia.

– ¿Y si un tipo envía rosas amarillas a una oficina, qué significa?

– Amarillo significa que quiere hacerlo encima del escritorio -Julie sonrió-. Pensándolo bien, respirar significa que quiere hacerlo sobre el escritorio.

– Daniel no -Amanda no podía imaginar ninguna circunstancia en la que Daniel hiciera el amor en un escritorio. Para él sería un sacrilegio.

– Tiéntalo -aconsejó Julie, moviendo las cejas-. Te sorprenderá.

– A Daniel no le van las sorpresas.

– ¿Esperabas las rosas?

– No -Amanda hizo una pausa-. Tengo que admitir que han sido toda una sorpresa.

– Lo que yo decía.

– Es mi ex -Amanda no pensaba tirarse a Daniel en el escritorio ni en ningún otro sitio. Ya era bastante malo haberlo besado.

– Pero está de miedo.

Eso era innegable. Y seguía besando de maravilla. Y, si no se equivocaba, había respondido a su beso. Eso implicaba que estaba interesado. Y si era así ambos tenían un problema.

– ¿Amanda?

– ¿Hum? -Amanda parpadeó.

– A ti también te parece que está de miedo -dijo Julie con una sonrisa triunfal.

– Creo que llego tarde a una reunión.

Ver a Karen no era exactamente una reunión, pero Amanda se alegró de haber ido. Karen estaba sentada en el porche, rodeada de álbumes y fotografías.

– Ya estás aquí -Karen sacó un folleto del revoltijo-. No sabía si elegir una pedicura o una sesión de reflexología.

– ¿Qué estás haciendo?

– He reservado en Eduardo para el veinticinco, pero deberíamos pedir las sesiones con antelación. ¿Quieres una limpieza de cutis?

– Seguro -contestó Amanda, sentándose. Ya que había aceptado el fin de semana de belleza, empezaba a gustarle la idea.

– Por favor -Karen dejó el folleto y se recostó en la silla-. Háblame del mundo.

– ¿Del mundo entero?

– De tu mundo.

– Gané un caso esta mañana.

– Enhorabuena.

– Aún no es oficial. El juez dictará sentencia el jueves, pero amenacé a Construcción Westlake con una demanda conjunta. Se rendirán.

– ¿Ese es el caso de desfalco de Mary Nosequé?

– Sí. Una mujer muy dulce. Madre soltera, tres hijos. A nadie le hará ningún bien que pase seis meses en la cárcel.

– Pero robó el dinero, ¿no?

– Se hizo un adelanto del dinero que le debían en pagas de vacaciones.

– ¿Quieres ser mi abogada? -Karen sonrió.

– No necesitas una abogada.

– Puede que sí. Estoy aburrida. Estoy pensando en dedicarme a robar bancos.

– ¿Has estado hablando con Daniel?

– No -los ojos de Karen chispearon-. ¿Tú sí?

Amanda se arrepintió de inmediato de su impulsiva broma. Pero dar marcha atrás sólo daría alas a Karen para insistir.

– Me envió flores -admitió Amanda-. También mencionó lo de robar bancos. ¿Hay algo sobre las finanzas de los Elliott que yo no sepa?

– ¿Qué tipo de flores?

– Rosas.

– ¿Rojas?

– Sí.

– Madre mía.

– No es lo que piensas -protestó Amanda, aunque no tenía ni idea de qué pensar ella misma.

– ¿Cómo puede no ser lo que pienso? -preguntó Karen-. ¿Una docena?

– Dos.

– Dos docenas de rosas rojas.

– Eran para felicitarme.

– ¿Felicitarte por qué? -abrió los ojos de par en par-. ¿Qué habéis hecho vosotros dos?

– No es nada de eso. Vino a verme al juzgado. Gané el caso. Me envió flores.

– ¿Daniel te vio en el juzgado? -Karen enderezó uno de los álbumes que tenía ante ella-. ¿Por qué?

– Ni idea. La verdad, está poniéndome nerviosa otra vez. Después del asunto de Taylor Hopkins, dijo que me dejaría en paz.

– ¿Qué asunto de Taylor Hopkins?

– Daniel invitó a Taylor a cenar, y Taylor me dio una charla sobre el culto al todopoderoso dólar.

– Sin duda, Taylor es el tipo adecuado para hacerlo -dijo Karen-. ¿Has visto su nueva casa?

– No.

Karen se inclinó hacia delante y pasó un par de hojas de uno de los álbumes.

– Aquí la tienes. Está en la playa. Tiene unas pistas de tenis fantásticas.

– Bonita -dijo Amanda, acercándose. Nunca le habían llamado la atención las grandes mansiones. Miró las fotos de la familia Elliott al completo-. Ésa es una gran foto de Scarlett y Summer.

– Es del año pasado. Nos reunimos todos y Bridget se volvió loca con la cámara.

– ¿Quién es ésa que está con Gannon?

– Su cita de ese día. Ni siquiera recuerdo su nombre. Fue cuando estaba peleado con Erika.

Al oír el nombre de Erika, Amanda recordó que Gannon y ella acababan de casarse.

– ¿Tienes fotos de la boda?

– Desde luego -Karen cambió de álbum y le mostró una foto formal de la novia y el novio.

– Un vestido espectacular -comentó Amanda.

– Es una mujer maravillosa -dijo Karen. En la página siguiente había una foto familiar. Amanda vio a Daniel. Magnífico con esmoquin. Después vio a la mujer que había junto a él.

– Ay -exclamó Karen-. Sharon se presentó sin avisar. Nadie supo qué hacer al respecto.

Amanda miró a la ex de su ex. Era pequeña y delgada, con pelo rubio platino casi esculpido sobre la cabeza. Parecía más joven que sus cuarenta años. Llevaba un maquillaje perfecto y un vestido bordado con hilos plateados. El adorno de flores que llevaba en la cabeza la convertía en competidora de la novia.

– No me parezco nada a ella, ¿verdad? -preguntó Amanda, sintiéndose inadecuada.

– Nada de nada -dijo Karen-. Gracias a Dios.

– Pero es lo que Daniel quiere.

– Sabes que se ha divorciado de ella.

– Sí, pero también se casó con ella.

– Te quería a ti.

– Fue porque estaba embarazada -Amanda movió la cabeza y Karen le apretó el brazo.

– Eres buena, compasiva, inteligente…

– Y ella es delgada y bella, con gusto para la ropa de diseño y capaz de charlar en varios idiomas.

– Es cruel y cortante.

– Pero está impresionante con traje de noche.

– Tú también.

– No me has visto con traje de noche desde hace más de una década -Amanda sonrió-Ni siquiera yo me he visto con uno.

– Puede que sea hora de que lo hagas.

– Llevo sujetadores con aro -confesó Amanda.

– Bueno, al menos yo ya no los necesitaré -rió Karen.

Amanda se quedó helada de horror. Pero Karen movió la cabeza y sonrió.

– Gracias. Ése ha sido mi primer chiste sobre pechos. No te atrevas a pedirme disculpas. A ti no te importa la perfección. Has sacado el tema sin pensarlo, porque ya te has olvidado de mi operación.

Era verdad. Cuando Amanda pensaba en Karen no pensaba en su doble mastectomía; sólo pensaba en su querida y buena amiga.

– Por eso te quiero tanto -Karen volvió a apretarle el brazo-. Las imperfecciones físicas no significan nada para ti.

– Es obvio que para Daniel sí -Amanda miró de nuevo la foto de Sharon. Por eso se había quejado de la ropa y el peinado que llevaba.

– No creo que eso sea verdad.

– Las dos estamos de acuerdo en que Sharon no tiene nada bueno, excepto su apariencia.

– Cierto -admitió Karen.

– Entonces eso fue lo que atrajo a Daniel -Amanda echó un vistazo a sus sencillos pantalones azules y a su blusa blanca.