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– Entonces sabes…

– ¿No acabas de dejarme plantada para salvar las apariencias?

– No ha sido así -a él le daba igual lo que pensara la gente. Sólo quería quitarse a Sharon de encima.

– Ha sido exactamente así -ella movió la cabeza y empezó a andar.

– Amanda -él la siguió.

– Esto ha sido un error, Daniel.

– ¿Qué ha sido un error?

– Tú, yo, nosotros. Pensar que podríamos tener lo mejor de los dos mundos.

– ¿Lo mejor de los dos mundos? -parpadeó él.

– Da igual.

– No. No da igual. Tienes una habitación. Tenemos una habitación.

– Ya. Vamos a subir juntos -rezongó ella, burlona-. ¿Y si te ve el senador? ¿Y si te ven tus padres?

– No me importa.

– Sí te importa.

– Vamos -la agarró del brazo e intentó hacerla girar-. Tú y yo. Arriba. Ahora mismo.

– Vaya, esa debe ser la invitación más romántica que me han hecho nunca -se soltó de un tirón.

Daniel tensó la mandíbula. Un portero de librea le abrió la puerta de cristal a Amanda.

– Buenas noches, Daniel -se despidió Amanda. Él no tuvo otra opción que dejarla marchar.

– Buenos días -dijo Cullen, entrando al despacho de su padre-. He oído que tuviste una cita con mamá durante el fin de semana.

– ¿Dónde lo has oído? -gruñó Daniel. Llevaba las últimas treinta y seis horas intentando que Amanda se pusiera al teléfono.

– La tía Karen se lo dijo a Scarlett, y Scarlett a Misty.

– Las noticias viajan rápido en esta familia.

– ¿Cómo fue? -Cullen se sentó en una silla.

Daniel lo miró airado. Estaba enfadado con Sharon y también un poco con Amanda.

Él las había tratado bien. Pero Sharon era puro veneno y no la necesitaban interfiriendo en sus vidas.

– ¿Qué? -Cullen escrutó su expresión-. No necesito detalles íntimos ni nada de eso. Aunque si mamá se los cuenta a Karen, los oiré antes o después.

– ¿Dónde están las cifras de ventas semanales?

– ¿Quieres hablar de trabajo?

– Estamos en la oficina, ¿no?

– Pero…

– ¿Y qué ha pasado con el tema de Guy Lundin? El asunto del robo de tiempo a la empresa le había estado rondando la cabeza una semana. No pretendía adoptar el estilo de Amanda en sus negocios, en absoluto. Sólo quería entender qué había ocurrido y cómo evitarlo en el futuro.

– ¿Lo del robo de tiempo a la empresa? -Cullen entrecerró los ojos-. ¿Estás diciéndome que preguntar por mamá en horas de trabajo es lo mismo que declararse enfermo sin estarlo?

– Depende de cuánto tiempo hables de ella. ¿Lo hemos despedido?

– Tengo una reunión con personal esta tarde.

– ¿Qué te dice tu instinto?

– ¿Mi instinto? -Cullen lo miró confuso.

– Sí. Tu instinto.

– Ya tienes todos los datos verificables.

Aunque fuera así, Daniel no dejaba de oír la voz de Amanda preguntándole hasta qué punto conocía a sus empleados.

– ¿Y los no verificables?

– No son relevantes.

– ¿Hay alguno?

– Guy Lundin alega que tenía que llevar a su madre a la clínica oncológica.

– ¿Lo hemos comprobado?

– No había razón para hacerlo -contestó Cullen.

– ¿Por qué no?

– No hay establecidas horas para llevar a familiares al médico.

– ¿Y qué hace la gente? -Daniel había llevado a Amanda a tomar una copa en horas de trabajo. Había encargado flores para ella en horas de trabajo. Si estuviera enferma, no dudaría en llevarla al médico en horas de trabajo.

– ¿Sobre qué?

– Citas médicas de la familia. Emergencias. Crisis.

– No lo sé -Cullen levantó las manos.

– Pues tal vez deberíamos pensar en eso. ¿Crees que la madre de Guy está enferma de verdad?

– No suele tomarse bajas por enfermedad. Sólo faltó un día el año pasado. Dos el anterior.

– Vamos a dejarlo -dijo Daniel. Levantó el bolígrafo y firmó una carta que tenía delante.

– Pero mi reunión…

– Cancela la reunión de personal. Dale un respiro al tipo.

– ¿Y qué me dices de los demás empleados?

– ¿Qué pasa con ellos?

– ¿Qué ocurrirá la próxima vez que enferme un familiar de alguien?

– Buena pregunta.

– Gracias.

– ¿Nancy? -Daniel pulsó el botón del interfono.

– ¿Sí?

– ¿Tenemos una copia del manual del trabajador?

– Sí. ¿Quiere que se la lleve?

– Aún no.

– De acuerdo.

– ¿Qué vas a hacer? -Cullen se inclinó hacia delante.

– Contestar a tu pregunta -Daniel lo despidió con un gesto de la mano-. No te preocupes por eso.

– ¿Quieres revisar el informe de ventas ahora?

– No. Hazlo tú -Daniel se puso en pie y estiró los hombros-. Dime si hay algo que deba preocuparnos.

– ¿Estás seguro? -Cullen se levantó también.

– Eres un buen director de ventas. ¿Te lo había dicho alguna vez?

– ¿Papá?

– No -Daniel rodeó el escritorio y dio una palmada en el hombro de su hijo-. Eres un director de ventas excelente.

– ¿Estás bien?

– En realidad no -empujó a Cullen hacia la puerta-. Pero estoy trabajando en ello.

Cullen lo miró con extrañeza, pero permitió que lo acompañara a la zona de recepción. Cuando se fue, Daniel se detuvo junto al escritorio de Nancy.

– ¿Podrías investigar algo por mí?

– Por supuesto -ella preparó papel y bolígrafo.

– Encuentra algunas empresas grandes y averigua si alguna tiene permisos por motivos familiares.

– ¿Por motivos familiares?

– Sí, hijos enfermos y esas cosas.

Nancy lo miró sin comprender.

– Tiempo libre. Cuando los niños están malos, o hay que llevar a un anciano al médico.

– ¿Esto tiene que ver con lo de Guy Lundin?

– Sí -sonrió Daniel-. No hay duda de que te contraté por tu inteligencia.

– Empezaré ahora mismo -dijo ella.

Daniel se dio la vuelta y luego volvió a mirarla.

– ¿Cómo está tu familia?

– Muy bien -contestó ella tras un leve titubeo.

– Tus hijos tienen…

– Sarah tiene nueve y Adam siete.

– Bien. ¿Les gusta el colegio?

– Sí -Nancy parpadeó.

– Me alegro -Daniel dio un golpecito con los nudillos en su escritorio y volvió al despacho.

Sarah y Adam. Tendría que tomar nota de eso.

Se sentó y levantó el teléfono. Ya se sabía el número de Amanda de memoria, así que marcó.

– Oficina de Amanda Elliott -dijo Julie.

– Hola, Julie. Soy Daniel.

– Se supone que no debo pasarte.

– Ya, lo suponía.

– ¿Quieres chantajearme?

Daniel soltó una risa, Julie le caía cada vez mejor.

– ¿Qué haría falta?

– Unos cuantos bombones de esos envueltos en papel dorado que trajo Amanda el otro día.

– Estarán en tu escritorio en una hora.

– Amanda puede hablar contigo ahora mismo -se oyó un chasquido en la línea y un silencio.

– Amanda Elliott.

– Soy yo.

Silencio de nuevo.

– Hoy he seguido tu consejo -esperó.

– ¿Qué consejo?

Bingo. Ya había supuesto él que eso funcionaría.

– He ordenado que investiguen los permisos por razones familiares para el manual laboral.

– ¿Ordenado?

– Bueno. He pedido a mi secretaria que lo haga. Por cierto, sus hijos se llaman Sarah y Adam.

– De acuerdo. Tendré que felicitarte por eso -admitió Amanda, con una sonrisa en la voz.

– Sal conmigo otra vez, Amanda -Daniel saltó a aprovechar la oportunidad.

– Daniel…

– Donde y como tú quieras. Tú eliges.

– Eso no va a funcionar.

– No puedes saberlo -dijo él con un atisbo de pánico-. Ni siquiera sabes qué vamos a hacer ni dónde. Si no sabes lo que es «eso», no puedes decir que no funcionará.