Выбрать главу

– Siempre y cuando me prometas que después podremos besarnos.

– Ya veremos.

– ¿Tan difícil te resulta planificar algo?

– Me gusta mantener mis opciones abiertas.

Daniel le dio las copas y quitó el alambre de la botella.

– Quiero que me consideres una opción -dijo, sacando el corcho con el pulgar. El champán salió a borbotones y Amanda se rió.

– Una opción esta noche -dijo Daniel, sirviendo el burbujeante líquido-. Y una opción todas las noches.

Ella frunció los labios, confusa.

– Amanda -dijo él preguntándose si debía apoyarse en una rodilla. Sería lo apropiado, pero a Amanda no le gustaban demasiado las convenciones.

– ¿Sí? -lo animó ella.

– Estas últimas semanas… juntos -tomo aire-. Han significado mucho para mí.

– Para mí también -admitió ella, sonriendo casi con timidez.

– He recordado cosas -su vista se perdió en los árboles oscuros y las luces a lo lejos-. He sentido cosas que hacía años que no sentía -la miró a los ojos-. He comprendido que mis sentimientos por ti estaban enterrados, pero no habían cambiado.

– Daniel…

– Sss -la silenció poniendo un dedo en sus labios.

Lentamente, metió la mano en el bolsillo de la chaqueta. Sacó la caja de terciopelo y la abrió.

– Cásate conmigo, Amanda.

Ella abrió los ojos de par en par. Él siguió hablando, para no darle tiempo a reaccionar.

– Te quiero mucho. Nunca he dejado de quererte. Estos últimos quince años no he vivido de verdad, sólo he existido.

Amanda miró el anillo y luego a él.

– Esto es…

– Sé que te parece súbito. Pero nos conocemos tan bien y desde hace tanto tiempo…

– Iba a decir increíble -el tono de su voz sonó raro. Plano, casi acusatorio.

– ¿Amanda?

– Él no podría trabajar tan rápido. Es imposible. Nadie trabaja tan rápido.

Daniel clavó los ojos en ella. La verdad, habían sido unas cuantas semanas. Y no eran desconocidos. Además, habían hecho el amor dos veces.

– He pensado mucho en esto.

– ¿En serio? ¿De verdad?

Él repasó la conversación mentalmente, intentando descubrir dónde se había salido de su cauce.

– Sí.

– Sólo hace dos horas que salió de mi despacho -dijo ella, consultando su reloj.

– ¿Quién?

– No, Daniel. No me casaré contigo -ella movió la cabeza y rió con frialdad.

Fue como si le clavaran una estaca en el corazón.

– No seré un peón de tu familia -siguió ella.

– ¿Qué tiene que ver mi familia con esto? -lo invadió el pánico mientras se devanaba el cerebro para buscar una forma de hacerle cambiar de opinión.

– Tu familia ha tenido todo que ver desde el principio -vació la copa de champán por la ventanilla.

– ¿Estás diciéndome que nuestro amor no es suficiente para hacerte superar tu aversión a mi familia? -miró la copa vacía, atónito. Por lo visto, él no merecía la pena.

– Estoy diciendo que me lleves a casa -dejó la copa en la nevera.

– De acuerdo.

Amanda pasó toda la noche convenciéndose de que había tomado la decisión correcta. Daniel no quería casarse con ella. No lo deseaba más de lo que deseaba convertirse en director ejecutivo de EPH.

Patrick les había lavado a todos el cerebro y ella no podía cambiar eso. Lo mejor que podía hacer era intentar salvarse a sí misma.

Había tomado la decisión correcta.

Cuando sonó el despertador, seguía repitiéndose eso mismo. Y lo hizo mientras se duchaba.

Pero mientras tomaba té y galletas, empezó a hacerse preguntas. Preguntas insidiosas que le daban miedo.

¿Y si no había tomado la decisión correcta?

Sin duda, Patrick estaba detrás de todo, y Daniel no se habría declarado sin su presión. Pero había algo entre ellos. Había magia. Y podría haber pasado el resto de su vida explorándola.

Enterró el rostro entre las manos, preguntándose si habría cometido el mayor error de su vida.

Había sido una declaración perfecta.

Y Daniel era el hombre perfecto.

De repente se sentía vacía. Ridículo, si se tenía en cuenta que había pasado dieciséis años sin él y sólo unas semanas viéndolo de nuevo.

Estaba perdiendo el sentido común. Tenía que sacárselo de la cabeza.

Levantó el teléfono y, automáticamente, marcó el número de Karen.

– ¿Hola? -la voz de Karen sonó alegre, a pesar de lo temprano que era.

– ¿Karen? Soy Amanda.

– Oh, Dios mío -estalló Karen-. Michael me ha contado lo que ocurrió.

– ¿Sí?

– Toda la familia está hablando de lo mismo.

– No me digas -Amanda se recostó en la silla.

– Claro que sí. Es difícil creerlo.

Amanda no estaba segura de entender. Daniel debía haber comentado su propuesta matrimonial a toda la familia. Era increíble.

– Cullen lo oyó -dijo Karen-. Y llamó a Bryan…

– Cullen oyó, ¿qué?

– Patrick debe estar hecho una furia -Karen soltó un silbido.

– ¿Porque dije que no?

– Porque ninguno de sus hijos se había atrevido a gritarle nunca -dijo Karen tras una pausa.

– Yo no…

– Habría pagado por verlo. Michael dice que Daniel lo acorraló. Ahora todos están haciendo apuestas sobre quién dará el siguiente paso.

– ¿Qué quieres decir? -si habían discutido, ya debían haber hecho las paces. Porque Patrick le había pedido disculpas. Y después le había dicho a Daniel que se casara con Amanda.

– No se hablan.

– No. Eso no puede ser. Hablaron ayer -por la tarde. Después de que Patrick la visitara y decidiera pedirle a Daniel que se declarase.

– No hablaron -afirmó Karen-. Segurísimo.

Amanda se pasó los dedos por el pelo. No tenía sentido. A no ser que… Abrió los ojos de par en par y gimió internamente.

– ¿Amanda? -la voz de Karen le sonó muy lejana.

– Tengo que irme.

– Que…

– Te llamaré después -Amanda colgó. Algo iba muy mal. Si Daniel no había hablado con Patrick, entonces se había declarado por su cuenta. Pero eso no podía ser. Eso significaría…

Amanda soltó una palabrota.

Daniel dejó la carta sobre el escritorio. Había imaginado que Amanda estaría allí con él, sonriendo con orgullo, sujeta a su brazo y haciendo planes para una boda sencilla, tal vez en un barco con rumbo a Madagascar.

Había estado dispuesto a darle todo lo que ella había deseado, todo lo que le había hecho desear a él. Pero ni siquiera le había dejado explicarse la noche anterior. No había escuchado su plan, rechazándolo sin más, al igual que al resto de su familia.

Como si Daniel no tuviera vida propia. Sin duda, le gustaba tener a su familia contenta. Solía ser más fácil ir con la marea que ir contra ella.

La verdad era que todo le había dado un poco igual desde que Amanda lo dejó la primera vez.

Pero había vuelto a la vida.

Ella lo había devuelto a la vida.

Estaba a punto de hacer todo lo que ella le había pedido a lo largo de su vida, pero ni siquiera había tenido la cortesía de escucharlo.

Sacó una pluma de oro del cajón y firmó la carta de renuncia. Por lo visto, se iría solo a Madagascar.

La puerta de su despacho se abrió de golpe.

Alzó la vista, esperando ver a Nancy, pero Amanda entró como una tromba.

Nancy apareció detrás de ella, obviamente dispuesta a escoltar a Amanda a la salida.

– Está bien -dijo Daniel, despidiendo a su secretaria con un gesto de la mano.

Nancy asintió, cerró la puerta y los dejó a solas.

– ¿Puedo ayudarte en algo? -le preguntó a Amanda. Quería concentrarse en su ira, no mirar a la fantástica mujer que se iba a perder.

– Yo… eh… -dio un paso hacia él y se aclaró la garganta-. Quería…