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– Casi me da miedo tocarla -confesó Cullen.

– Todo irá bien, hijo -Daniel le dio una palmada en la espalda-. Le darás de comer, la cambiarás y bañarás. Dentro de muy poco, estará pidiéndote que le leas cuentos antes de irse a la cama.

Cullen soltó una risa forzada y rodeó a sus padres con los brazos.

– De momento, me conformo con superar las primeras veinticuatro horas.

– Es preciosa -Amanda se apoyó en su hijo.

– Sí que lo es -afirmó él.

– ¿Cómo está Misty? -preguntó Daniel.

– Perfecta. Maravillosa -Cullen parpadeó y tomó aire-. Ahora está durmiendo.

– Hermano. ¡Así se hace! -Bryan y Lucy saludaron a su hermano.

Daniel se acercó a Amanda mientras la familia Elliott empezaba a aparecer por los pasillos. Ella sintió la inquietud habitual cuando los primeros cinco, luego nueve y después doce, rodearon el ventanal, charlando y bromeando unos con otros.

Para cuando Patrick y Maeve doblaron la esquina, Amanda tenía el estómago revuelto por la inseguridad, pensando en el lío en el que se había metido, una vez más.

– Todo irá bien -le susurró Daniel, rodeando su cintura con un brazo.

Pero Amanda no estaba tan segura.

Entonces Patrick la saludó con la cabeza y esbozó una sonrisa. Karen la llamó desde el otro lado del grupo. Y Daniel la estrechó entre sus brazos.

La pequeña Maeve abrió la boca con un enorme bostezo y se oyó un suspiro colectivo de todos los adultos. Era obvio que el corazón de todos se había derretido por la nueva Elliott.

Amanda apoyó la cabeza en el pecho de Daniel, esperanzada por ese nuevo vínculo que unía a la familia. Tal vez encontrarían baches en el camino que tenían por delante, pero esa vez llegarían hasta el final.

Juntos.

Barbara Dunlop

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