Pamela no sabía mucho sobre enfermedades mentales ni sobre adolescentes. Nunca tuvo claro qué parte del comportamiento de Robert durante aquellos días se podía atribuir a la locura que terminaría por invadirlo por completo más adelante, y qué parte era resultado del hecho de ser un varón adolescente lleno de testosterona. Sabía que no se despertó un día de repente estando loco. Había sido un proceso lento y paulatino de deterioro que se aceleró a la edad de quince o dieciséis años, ya no se acordaba bien. ¿Quién, en su círculo de amistades, pensaba en esas cosas en los años treinta? Por supuesto que Daisy y Tom no. Ya tenían suficientes pesadillas ellos solos. Sin embargo, se habló de internarlo en un hospital -se quedó en meras palabras- y, en algún momento, se decidió que Robert sería el primer Buchanan que no iría a un internado. Sus cambios de temperamento eran demasiado intensos y parecía totalmente incapaz de centrarse en sus deberes de la escuela. Y, lo que para Tom era peor, no mostraba ningún interés por los deportes. Sólo le interesaba la fotografía. Cuando tenía una de esas etapas de actividad frenética, se pasaba toda la noche en la sala de revelado que le había montado su madre cuando tuvo claro que el muchacho nunca iría a estudiar ni a Exeter, ni a Hotchkiss ni a Wales. Al contrario, asistiría a una escuela privada corriente en Great Neck.
Después, Pamela se marchó a estudiar a la universidad, lo que significaba que ya no veía a Robert a diario. Por eso, pudo notar los cambios en su hermano mucho mejor que sus padres. Un verano, cuando regresó de la facultad, Robert le dijo que lo habían liberado. Estaba convencido de que había sido secuestrado, y lo decía en serio. Otra Navidad, le dijo que veía cosas en sus fotos que los demás no podían ver. En un principio, Pamela tuvo la esperanza de que su hermano sólo estuviera mostrándole una desconocida faceta de artista o crítico. Pero cuando al día siguiente le mostró sus fotos descubrió que lo decía literalmente. En cierto modo, él era consciente de estas inconsecuencias y se le caía el alma a los pies.
Cuando Robert se escapó de casa no se llevó mucha ropa, reservando el limitado espacio de su maleta y del saco del ejército de su tío para sus cámaras, carretes y montones y montones de fotos. Pamela sabía que tenía un retrato suyo, porque se lo había enseñado mientras intentaba calmarlo rogándole que dejara de hacer las maletas. Pero sólo podía presumir qué otras imágenes -fotos familiares u obras suyas- se llevó con él cuando se marchó. Solía dudar de que tuviera alguna foto de Daisy y Tom.
¿Las cosas habrían sido diferentes si, como le suplicó su madre cuando regresó de la partida de cartas, Tom hubiera salido a buscar a Robert esa noche? Pamela no lo creía. Los dos hombres, uno de ellos todavía adolescente, sólo habrían prolongado su interminable e irresoluble conflicto por una noche más, y Robert habría buscado otro momento para fugarse. Además, todos esperaban que regresase a la mañana siguiente. Cuando no se presentó para el desayuno, suponían que volvería a la hora de la cena. Incluso sus propios esfuerzos para intentar convencerle de que se quedase fueron breves y poco entusiastas, tanto porque presumía que su hermano no iba a llegar muy lejos como porque ella siempre era leal a sus padres. Sabía quiénes eran y lo que habían hecho, pero el perdón siempre le resultó más fácil a Pamela.
De todos modos, alguien debería haber salido a buscar a Robert aquellas primeras horas cuando, con toda probabilidad, todavía se encontraba por Long Island. Pamela estaba pasando las vacaciones de verano en casa y conocía a los amigos de su hermano y los sitios donde podría haber buscado refugio. Podría haberle traído de vuelta a casa, o, por lo menos, haberlo intentado. Sólo bajó al embarcadero para ver si podía detectar el brillo de un flash o la luz de un fuego cerca de la casa abandonada que quedaba al otro lado de la bahía. La antigua propiedad de Gatz había sido vendida y comprada por lo menos media docena de veces desde 1922, y en ese momento se encontraba otra vez vacía y en venta. Sin embargo, sólo pasó un momento en la orilla. En su mente, la imagen de una figura solitaria buscando una luz al otro lado de las aguas le recordaba demasiado el desesperado comportamiento de James Gatz durante aquella primavera en la que seguía los pasos de su madre. Por eso regresó a casa, junto a la rabia ya más silenciosa de su padre.
Un año más tarde, su padre anunció que ya no le preocupaba que Robert regresara o no. Para él, el muchacho estaba muerto. Poco tiempo después, Pamela escuchó cómo Tom contaba con gravedad a un compañero de universidad al que no veía desde hacía veintisiete o veintiocho años que su hijo había fallecido en un accidente de coche en Grand Forks.
Parece ser que su madre había contratado a un detective para buscar a Robert y que se le había visto en aquella ciudad seis meses después de que se marchara de casa. El resto, por supuesto, era un embuste espontáneo, muestra de su sociopatía. Después de Grand Forks, se perdía la pista.
Pamela escuchó la historia repetida durante muchas cenas en su elegante comedor de East Egg: el hijo descarriado de los Buchanan, tras escaparse de casa, había muerto en un accidente de coche, estrellándose en una cuneta. Cuando Pamela se casó en 1946, había amigos de amigos que, en la boda, afirmaron haber asistido al entierro de su hermano en Rosehill.
Pasaron décadas hasta que Pamela volvió a verle, porque no acudió al funeral de su padre. Apareció años más tarde, un mes después de que enterraran a Daisy. Pamela salió una tarde a la calle y lo vio sacando fotos -documentando, como decía él- de su casa. Al principio no lo reconoció. Había pasado mucho tiempo y estaba muy envejecido. Olía como los mendigos que poblaban las calles de Manhattan, a vinagre agrio. Presumía orgulloso de una idea que estaba incubando, y Pamela se ofreció a proporcionarle ayuda. No pudo conseguir que se quedase pues el asco que sentía por ella no había disminuido ni un ápice con los años.
Por eso, Pamela era consciente de que tenía que recuperar esas fotos que estaban en poder de la trabajadora social. Sólo podía hacer especulaciones acerca de hasta qué punto el trastornado de su hermano habría llevado adelante su plan.
Contempló una ola alejándose y enterró los dedos de los pies en la arena mojada. Se imaginaba que la muchacha la odiaba. «Bueno -pensó-, dejémosla que idolatre a Robert.» Lo único cierto en toda esta historia era que ella, al contrario que su hermano, había descubierto el perdón en su corazón.
Pero ahora tenía que perdonarse a sí misma. Incluso si hubiera salido detrás de Robert aquella noche, no podría haberle salvado. De igual modo, habría terminado volviéndose loco y habría rechazado cualquier intento de ayuda por parte de su familia. Sin embargo, mientras repasaba sus vidas, no podía evitar que la invadiera el deseo de haberlo atraído de vuelta, aunque sólo fuera por su madre.
¡Si por lo menos no hubiera terminado de… indigente!
La idea le asombraba cuando se paraba a pensarlo. ¡Indigente! Al final de su existencia, su inestable, trastornado, autodestructivo y engreído hermano había terminado en las calles. Era algo incomprensible, innecesario y triste.
Frente a ella, una pequeña bandada de gaviotas se posó en bloque sobre la parte dura y húmeda de la playa que la marea acababa de abandonar y comenzaron a pavonearse y darse picotazos. Pamela suspiró e intentó recordar qué fue lo que había desencadenado esa pelea final entre su padre y Robert. Después, casi con pesar, sacudió la cabeza. No tuvo que pensar mucho.
Capítulo 19
De camino al bar, las energías un poco recuperadas con el zumo y el bollo, Laurel cayó en la cuenta de que haber aceptado encontrarse con este abogado podría convertirse en un error de bulto. Básicamente, se trataba del representante de su rival, y Katherine le había pedido específicamente que no hablara con él. Pero ahí estaba ella, yendo a su encuentro sobre todo porque esa mañana había tenido prisa por colgar el teléfono, aunque no era el único motivo. Por supuesto, también aceptó la invitación porque tenía interés en lo que pudiera contarle y pensaba que podría descubrir algo más sobre Bobbie Crocker. Sin embargo, en ese momento se encontraba tensa y dándole vueltas a las consecuencias que podría tener esta cita y a todas las cosas que podrían ir mal.