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– No hay nada que pueda ser inquietante en esas fotos, ¿verdad? -dijo Katherine-.Viejas estrellas de cine, fotos del club al que iba a nadar de niña y de algunas casas cercanas. Creo que había algunas que Bobbie Crocker sacó en Underhill, pero aun así… No sé, me pareció un proyecto que podría gustarle y, es cierto, que podría ser bueno para la asociación. Eso es todo. Nunca se lo hubiera propuesto de haber pensado que las imágenes podrían alterarla. ¡Nunca!

El descontento de Katherine era tan tangible que el hombre que la acompañaba se incorporó, olvidándose por completo de Cindy y su caramelo en la oreja -Marissa temió que esto pudiera conducir a un serio numerito de su hermana- y empezó a frotar los hombros y la espalda de la mujer con movimientos lentos y circulares.

– Mira, no sé qué hay en esas fotos, pero sea lo que sea se le ha metido entre ceja y ceja -dijo su padre-. No tengo ni idea de lo que ve en ellas, pero cuanto antes podamos sacarla de esta tarea y tenerla ocupada con otras cosas, mejor.

– Las fotos sólo me parecieron una buena publicidad, David, nada más. Puede que proporcionen un poco de dinero para la asociación, en el caso de que tengan valor. Pero están causando demasiados problemas, ¿verdad?

– Puede ser. Lo cierto es que no merece la pena la angustia que le están causando a Laurel.

– Tú lo has dicho: es muy frágil.

Su padre las miró a ella y a Cindy y sonrió, como si de repente se hubiera acordado de que estaban allí. Al momento, se fijó en el trozo de caramelo:

– Cindy, cariño, ¿sabes que tienes algo metido en la oreja?

– Es un pendiente -dijo Cindy, y le ofreció lo que debía pensar que era la sonrisa más mona y de duendecilla del mundo.

– Sí -dijo Marissa, incapaz de contenerse por más tiempo-, y las palomitas que tienes pegadas en la boca son un piercing en el labio.

Su hermana le sacó la lengua. Marissa puso los ojos en blanco, pero decidió que todos estarían mejor, ella incluida, si se portaba bien y le pasaba el brazo por el hombro. Cindy estaba tan afectada como ella por el hecho de que, dentro de poco, mamá y Eric fueran a casarse.

– Cuando lleguemos a casa, papá y yo te ayudaremos a quitarte los pendientes, si quieres. A veces es difícil, ¿sabes?

Katherine sonrió, pero era evidente que no estaba muy centrada en ellas. Todavía pensaba en Laurel.

– Pero claro -añadió la mujer-, a estas alturas igual quitarle las fotos resulta peor.

– Creo que lo mejor sería conseguir que se implique en otro proyecto -dijo su padre-. Podría ser un trabajo relacionado con la fotografía. Bueno, no podría ser, tendría que ser. Conozco uno, no es muy grande, pero es importante para alguien -su voz se había animado de repente, y sonaba hasta jocoso.

– ¿Y de qué se trata? -le preguntó la mujer.

– Una sesión de fotos de mi pequeña diva -dijo, meneando a Marissa-. Laurel se ofreció para sacar una serie de fotos a mi pequeña estrella el lunes. A primera hora de la tarde, o puede que un poco más tarde.

Marissa sintió una descarga eléctrica y una euforia total recorriendo su cuerpo. Le pareció que era un poco más alta junto a su padre. No había pensado que se tomaría su idea en serio.

– ¿De verdad? ¿Este lunes? -le preguntó.

Su padre asintió con la cabeza y dijo:

– Me lo ofreció y le dije que ya la avisaría. A las cuatro terminas tus clases de canto, pero como tú eres el tema de las fotos, supuse que tendría que confirmarlo. ¿Te va bien el lunes?

– ¡Sí, el lunes es perfecto! ¡Gracias, gracias, gracias! -le hizo agacharse tirándole del brazo y le besó en la mejilla.

Ya estaba pensando en las fotos que había visto en los carteles y en los currículos de las chicas mayores que conocía, en qué ropa se iba a poner y qué haría con su pelo.

– David -dijo de nuevo Katherine, con voz compungida-, tratas a Laurel como a una niña, creo que deberíamos afrontar esto directamente, no intentar distraerla como a una cría.

– Sólo intento ser práctico. Matar dos pájaros de un tiro.

– Mira, me parece muy dulce que se ofreciera para sacarle unas fotos a Marissa, pero no habrás pensado ni por un instante que hacerle unos retratos a tu hija va a sustituir el interés que tiene por Bobbie Crocker.

– No, por supuesto que no. Pero tenemos que ir alejándola poco a poco de su obsesión y mantenerla ocupada con otras cosas para poder desengancharla de este proyecto.

– ¿Desengancharla? ¡Yo no he dicho eso!

– Es una expresión.

En el momento justo, como si supiera de forma instintiva cómo volver loca a su hermana mayor, Cindy interrumpió a los adultos:

– ¿Puede sacarme fotos a mí también? ¡Yo también quiero fotos! ¡Por favor!

– ¿Ves? -dijo su padre, para horror de Marissa-. El proyecto acaba de duplicar su alcance.

Unos minutos más tarde, cuando las dos pequeñas caminaban con su padre por las calles de Burlington hacia su apartamento junto al lago, Marissa preguntó:

– Papá, ¿Laurel está enferma?

– Laurel es nadadora, ¿recuerdas? Está en buena forma, no creo que tengas que preocuparte por su salud. ¿Por qué lo preguntas?

– Acabas de decir que es frágil. Es la palabra que utilizaste cuando hablabas con Katherine.

– ¡Vaya! No me había fijado en que nos estabas escuchando con tanta atención -dijo su padre.

– No pretendía entrometerme.

– No te preocupes, no te estabas entrometiendo. Katherine y yo no hemos sido, lo que se dice, muy discretos.

– Entonces, ¿por qué es frágil Laurel?

Pareció pensar un poco en ello, ralentizando un poco el paso.

– Bueno, no quiero asustarte, pero también quiero ser sincero contigo, siempre. Lo sabes, ¿verdad?

– Sí.

– Está bien. Hace siete años a Laurel le pasó una cosa muy mala. Ahora está bien, o casi. Pero desde entonces es una persona un poco delicada.

– ¿Qué le pasó?

David miró a Cindy, que no estaba prestando atención a una sola palabra de lo que decían. Estaba demasiado ocupada chupándose el dedo. Por un momento, Marissa no estuvo segura de por qué lo hacía, pero luego su hermana se llevó el dedo a la oreja… y luego otra vez a la lengua. Entonces comprendió: el caramelo se estaba derritiendo y Cindy estaba rascando con la uña el chocolate y la crema y probándolo. Marissa meneó la cabeza. Por un lado, se encontraba horrorizada. No había nada, absolutamente nada, que esta niña no se comiera. Por otra parte, esto significaba que su padre y ella al menos no tendrían que buscar las pinzas para sacarle el caramelo de la oreja. El calor corporal estaba haciendo la parte más difícil del trabajo. Gracias a Dios, no era un caramelo duro o un objeto sólido, porque habrían tenido que ir al médico otra vez al día siguiente.

Su padre siguió hablando, muy bajito para que Cindy tuviera que escuchar con mucha atención si quería seguirle:

– Sé que en la escuela os han dicho que no tenéis que hablar con gente desconocida, ni subiros con un extraño en un coche o una furgoneta, ¿verdad? En la clase de Higiene y salud habéis visto todas esas películas sobre seguridad, sobre la gente mala que hay por ahí.

– Aja.

– Bueno. Hace siete años, cuando Laurel estudiaba en la universidad, salió a dar una vuelta en bici por Underhill. Estaba en una pista forestal en una zona donde no había nadie.

Su padre se detuvo, pero sólo un momento, para asegurarse de que su hermana seguía cómodamente segura en el «planeta Cindy». Después, tras un largo suspiro, le resumió la historia.

Marissa comprendió que le estaba condensando todo y reduciendo lo sucedido a los aspectos básicos, recortando demasiado. Intentaba transmitirle los hechos de modo que el mundo no terminara pareciéndole un lugar amenazador. Por eso, al final, no estaba segura de haber comprendido bien lo que había pasado. Sin embargo, parecía algo terrible y, cuando su padre acabó de contárselo, Marissa cruzó los brazos mientras andaba e intentó comprender. Su pregunta en un principio había sido por qué, en opinión de su padre y de Katherine, una chica tan atlética como Laurel era frágil. Sin embargo, a pesar de los pocos detalles que le había revelado, resultaba una historia demasiado siniestra para contar mientras caminaban por la acera de noche. En algún lugar en lo más profundo de su mente infantil, empezó a preocuparse ante el crujido de los periódicos llevados por el viento y ante el sonido de los pasos de los peatones que los adelantaban en la calle.