Al pasar frente a la puerta del apartamento de Laurel y Talia se detuvo. Oyó música en el interior y decidió llamar. Quería preguntar a Laurel por qué no había ido con ellos a jugar al paintball. Talia abrió la puerta. Parecía que llevaba poco tiempo despierta. Supuso que habría sacado a pasear a ese mulo que su vecina Gwen sostiene que es un perro y luego se habría vuelto a acostar un par de horas, porque tenía el pelo revuelto y llevaba unos pantalones de pijama a lunares rosas y negros con el elástico tan dado de sí que se le caían bastante -lo cual le daba cierto aire erótico, pues dejaban ver el hueso de la cadera y el monte de Venus-, y una camisola de seda que ni pegaba con el pijama ni ocultaba la mayor parte de sus pechos. Sin embargo, Whit se sintió más culpable que excitado porque, en la larga franja de carne que asomaba entre sus dos prendas, pudo ver una línea de postillas en su abdomen. Hasta tenía heridas en el ombligo.
– ¡Vaya! -dijo Talia, con una voz agotada y ronca que pedía a gritos un trago de agua-. ¡Pero si es el mismísimo sargento York!
– Creo que sé cuándo te hiciste eso -dijo él, señalando su vientre-.Y tengo la sensación de que conozco al que te lo hizo. Fue cuando te subiste encima de ese oxidado todoterreno sin saber que yo estaba detrás, ¿verdad?
Talia bajó la vista.
– Suelo llevar un pendiente de plata en el ombligo. Un amuleto celta en forma de flor. Cuelga. Es muy chulo. Si no hubiera tenido la precaución de quitármelo antes de empezar a jugar, probablemente me lo habrías clavado en los intestinos.
– Lo siento, de verdad. Creo que se me fue un poco la olla.
– ¿Hablas en serio? ¡No me lo creo! Hacía mucho que no me divertía como ayer. Fue genial. Tú estuviste genial, y yo también.
– Se diría que estás hablando de sexo.
– Eso mismo le dije a Laurel -comentó Talia meneando la cabeza-. El paintball es mejor que el sexo, o, por lo menos, que la mayoría del sexo. Me alegro de que vinieras. En serio, Whit, gracias.
– Yo también lo pasé genial. ¿Está Laurel?
– No. Se marchó esta mañana bien temprano. Pasa y te cuento lo poco que sé.
No se le había ocurrido que sólo estuviera Talia, y se dio cuenta de que se arriesgaba a perder un montón de tiempo, pero quería saber qué había pasado con Laurel. Además, de pronto le agradó la idea de poder quejarse con otro adulto que se había pasado el día anterior abusando de su cuerpo sin misericordia.
– Es imposible que te apetezca montar en bici -dijo Talia, indicándole que pasara con un gesto irónico del brazo parecido al de las azafatas que presentan el panel de premios de un concurso de la tele-. Si te apetece es que eres un puto supermán. Yo casi no puedo andar. Venga, pasa.
El apartamento estaba hecho un desastre. Había pantalones, blusas, sujetadores y tangas -o braguitas minúsculas- esparcidas por el sofá y la mesita de café. El suelo se encontraba cubierto de cajas de CD, revistas de moda y libros con títulos como El poderoso cristiano contagioso y El joven salvador.
– Así que te acabas de levantar, ¿no? -dijo Whit, preguntándose dónde debería sentarse. No tenía claro si sería mejor apartar la ropa y la lencería de la muchacha, o sentarse encima.
Pero ella se plantó delante de él rápidamente, hizo un ovillo con su ropa interior y sus pantalones y lo tiró por la puerta de su dormitorio para que pudiera sentarse.
– ¿Que si me acabo de levantar? ¿Tú estás tonto? ¡Pero si acabo de volver de la iglesia! La verdad es que he estado a punto de quedarme en la cama. Pero no, gracias, tengo que aguantarme e ir a la iglesia todos los domingos. Se supone que soy un modelo de conducta para los chavales de la catequesis, aunque a algunos los horrorice, de todas formas hoy debo de parecer un modelo de conducta que se pasó toda la noche en una salvaje fiesta universitaria. Pero anoche, a las diez, ya estaba en la cama con la luz apagada. Y esta mañana me he dedicado a limpiar y recoger el piso antes de ir a la iglesia. El perro de Gwen hizo un buen estropicio aquí ayer. Mientras recogía, aproveché para ordenar y vaciar de basura mis cajones. De ahí este caos que ves. ¿Quieres un café?
– No, gracias.
– Menos mal, porque tendría que haberme vestido y bajado al Starbucks -contestó, desplomándose a su lado en el sofá.
– ¿Viste a Laurel antes de caer redonda?
– Sí, y no tenía buena pinta.
– ¿Cómo?
– A tu amorcito se le está yendo la pinza.
– Laurel no es mi amorcito.
Talia agachó la barbilla y le miró levantando la vista, un gesto que expresaba su incredulidad.
– Se nota que te atrae mucho esa chica, pero, si me lo permites, tienes pocas probabilidades de éxito, teniendo en cuenta que ella muestra una evidente inclinación por los hombres maduros.
– ¿Qué has querido decir con eso de que se le está yendo la pinza? -preguntó Whit, recogiendo uno de sus libros de cristianos adolescentes del suelo-. ¿Sabes por qué no vino al paintball con nosotros?
– Sí. Por culpa de esas malditas fotos que un residente de BEDS dejó en el Hotel New England. Ayer se pasó casi todo el día en la sala de revelado. ¿Te lo puedes creer? Está tan obsesionada con esas absurdas fotos antiguas que se olvidó por completo de que tenía que ir a corretear por los bosques con los chicos de la catequesis. ¡Conmigo! Últimamente se ha olvidado por completo de mí. Tengo que confesar que no me lo esperaba y estoy bastante descolocada. Pero, además de eso, estoy preocupada por ella.
Le contó cómo Laurel había pensado que el día anterior habían asaltado su piso y el miedo que tenía de que alguien anduviera detrás de las fotos del indigente. Le dijo también que su amiga había estado evitándola desde que volvió de Long Island y que, de repente, la vida de Laurel parecía girar en torno a las obras de ese extraño hombre. Cuando terminó, reposó la cabeza en el respaldo del sofá, cerró los ojos y dijo casi lastimeramente:
– La verdad, no sé qué hacer ni a quién avisar. ¿A su jefa? ¿Al cura de la parroquia? ¿Tú qué harías?
Whit se preguntó si Talia no estaría sacando las cosas de quicio.
– ¿Y no será simplemente un nuevo pasatiempo? Algo que la entretiene por la novedad. La verdad, no la conozco mucho y no sé en qué ocupa su tiempo. Sólo sé que es de Long Island, que trabaja en BEDS y que sale con un tío mayor que trabaja en un periódico. Que le gusta ir a nadar por las mañanas y que antes salía en bicicleta. Eso es todo. Pero no parece que pasen muchas cosas interesantes en su vida, ¿verdad? Así que, ¿por qué no iba a concentrarse en esas fotos? Parece que lo único de lo que la apartan es… de ti.
Esperaba que este último comentario sonara como una broma bienintencionada, pero, dada la velocidad con la que la adormilada mano de Talia le golpeó en el pecho -parecía una maza con un resorte-, no le quedó muy claro si ella lo entendió así.
– No sólo la apartan de mí, idiota.
– ¿No?
– No. De hecho, hay un montón de cosas en la vida de Laurel o, al menos, en su cabeza. No sabes por lo que ha pasado esa chica. Casi nadie se lo imagina.
El tono de su voz era extrañamente lúgubre, así que Whit se animó a preguntar:
– ¿Tiene esto algo que ver con que estuvieran a punto de violarla?
– ¿A punto?
– Sí, eso creo. El otro día Gwen me dijo algo que me hizo deducir que casi la violan una vez. No sé más. No sé ni dónde, ni cuándo, ni los detalles del suceso. Pensé que no eran cosas de mi incumbencia y no quise cotillear.
Talia levantó la cabeza del sofá y la giró hacia él.
– No estuvieron a punto.
– Vaya, mierda.
– Y no fue sólo una violación, intentaron…
– ¿Fueron más de uno?
– Fueron dos. ¿Quieres saber algo sobre Laurel? ¿Quieres saber por qué ya no da paseos en bicicleta y por qué estoy tan preocupada? Muy bien, capitán Licra, aquí tienes la guía de Miss Laurel Estabrook.