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– Pero nunca se puso violento, ¿verdad? Nunca fue más allá de gritarle al dueño de la tienda de fotos.

– No. Además, parece ser que el dependiente también se enzarzó en la pelea -contestó Emily-. ¿Has hablado con la gente del Hotel New England?

– ¿Con Pete y sus amigos? Sí. Además, ayer me pasé parte del día en Bartlett y conocí a Jordie Baker, a una profesora de escuela y a un cura que conocieron a Bobbie. Luego, aquí en Burlington, hablé con Shem Wolfe. Y también he visto a Serena Sargent. Seguro que te acuerdas de ella, fue la que nos trajo a Bobbie. Hace cinco años ella misma era usuaria de BEDS.

– ¡Vaya! Te lo has tomado en serio. Ni siquiera conozco a algunas de las personas que has mencionado. ¿Quién es Jordie? ¿Quién es Shem?

Laurel le contó que la tía de Jordie había conocido a la madre de Bobbie, y que Shem había sido amigo del anciano fotógrafo y de su editor. También le explicó que el demonio de Bobbie podría haber sido un tatuaje, aunque no le contó en qué cuello residía ese diablo. Tuvo la sensación de que Emily estaba impresionada por su trabajo de detective.

– Bueno, entonces, ¿qué quieres de mí? -le preguntó Emily cuando terminó. Luego, cambiando repentinamente de tema, añadió-: Dios, ¿piensas que he adelgazado? Y a ti, ¿qué demonios te pasa? ¿Has estado enferma?

Laurel se sorprendió. Pensaba que, después de haberse peinado y puesto una capa de pintalabios, no estaba tan mal.

– No -contestó simplemente-. Sólo he estado muy ocupada.

– No te ofendas, somos amigas. Sólo… sólo me preguntaba… Katherine me contó ayer por teléfono que te has tomado el tema de las fotos de Bobbie con mucho entusiasmo, y…

– ¿Katherine y tú habéis estado hablando de mí?

– ¡Eh, no es lo que te piensas! Sabía que hoy tenía su desayuno mensual con la Comisión de Desarrollo Local y que no estaría aquí cuando yo entrase a trabajar. Por eso la llamé, para ver cómo estaban las cosas de vuelta en casa. Sólo para hacerme una idea del caos que me aguardaba en mi retorno triunfal. Eso es todo. Ella mencionó, y no fue más que un aparte entre todas las cosas de las que estuvimos hablando, que estabas un poco abstraída.

– ¿Abstraída?

– Son mis palabras, no las suyas. Me dijo que estabas trabajando muy en serio con las fotos de Bobbie, nada más. Comentó que intentabas recomponer las piezas y fragmentos de su vida.

Laurel estaba segura de que Katherine le había contado, o dado a entender, más cosas. Probablemente, le había dicho que su delicada protegida estaba obsesionada -sí, obsesionada- con el viejo fotógrafo y su verdadera identidad.

– No te preocupes por mí -le dijo a Emily-. Estoy bien.

– De acuerdo. No era mi intención ofender. Entonces, a ver. ¿Qué es lo que no sabes sobre Bobbie Crocker que yo pueda contarte? Tengo la sensación de que conoces bastante más sobre nuestro bicho raro favorito del Hotel New England que yo, pero adelante.

– ¿Qué sabes sobre su hijo?

– ¿Su hijo? ¡No tenía ni idea de que tuviera un hijo!

– ¿Y sobre sus padres?

– Casi nada -dijo Emily.

– ¿Casi nada?, ¿o nada?

– Nada.

– ¿De su hermana?

– Nunca me contó nada sobre ella.

– ¿Alguna vez te dijo algo sobre su infancia?

– Sí, por supuesto. Pero no me acuerdo.

– Supongo que les echarías un vistazo a las fotos antes de entregárselas a Katherine. ¿Viste algo interesante?

– ¿Te refieres a las fotos de Bobbie? Les eché un rápido vistazo. Creo que eran muy buenas pero, sinceramente, eso tú lo sabrás mejor que yo. ¿Lo son?

– Sí. Bobbie tenía talento.

– Entonces, ¿vas a organizar una exposición?

– Eso espero -contestó Laurel-. ¿Alguna vez mencionó a algún amigo o pariente lejano? ¿Alguna persona extraña en su vida?

– ¿Aparte de la gente que sale en sus fotos?

– Sí.

Emily se sentó en su silla y entrelazó las manos sobre su vientre. Los lirios asomaban por entre sus dedos.

– A ver, déjame pensar. -Pasado un momento, dijo-: Una vez, cuando estábamos charlando abajo, en el centro de día, entró un hombre. Por aquel entonces, Bobbie no necesitaba pasarse por aquí, ya estaba instalado en el New England. Pero ya sabes que no podía pasar sin nosotros. Pues eso, que de repente entró un tipo en el centro de día. Cuando Bobbie le estaba preparando un sandwich de mantequilla de cacahuete y mermelada, el hombre nos comentó que había estado en la cárcel.

– ¿Dónde?

– En Vermont.

– ¿En qué prisión?

– En Saint Albans, creo, aunque podría ser también la prisión del condado de Chittenden.

– ¿Cuándo había salido?

– Seis meses, puede que ocho. Tenía intención de reformarse. No quería hacer el tonto y volver a entrar en la cárcel. Bobbie le preguntó si conocía a alguien de la prisión.

– ¿Cuál era el nombre del recluso?

– No me acuerdo, pero no importa. La parte interesante es ésta: sea cual fuera su nombre, este nuevo cliente del albergue conocía al tipo, y le tenía bastante asco porque decía que había sido un violador. Pero también le daba miedo, mucho miedo, como a Bobbie. Le pregunté a Bobbie cómo había conocido a ese personaje que seguía en prisión, pues, que yo supiera, Bobbie nunca había estado entre rejas. Supuse que debió de ser en la calle. Pero no me lo contó. En cuanto se aseguró de que el tipo seguía entre rejas, no quiso volver a oír hablar de él.

Laurel conocía los nombres de los dos hombres que habían intentado violarla. ¿Cómo olvidarse de ellos? El culturista se llamaba Russell Richard Hagen. El indigente era Dan Corbett, sin más apellidos. Desde entonces, el nombre Daniel le producía náuseas.

– ¿Ese recluso se llamaba Russell?

– No.

– ¿Richard?

– Tampoco.

– ¿Dan?

– Pues mira, ese nombre me suena -contestó Emily-. ¿Por qué lo dices? ¿Bobbie te contó algo sobre ese tipo?

– Sí -mintió Laurel-. Fue una triste coincidencia. Resulta que ese tal Dan se metió con él en Church Street.

No quería que su compañera supiese que su búsqueda la conducía a la agresión que sufrió en Underhill. Emily y los demás se preocuparían. Así que Laurel le dio las gracias, le dijo que entendía que tenía mucho papeleo por delante tras sus largas vacaciones y regresó a su despacho. Se suponía que tenía que ver a un hombre de la Asociación de Excombatientes para hablar sobre nuevos servicios a los veteranos indigentes y debía preparar una lista de residentes que podrían beneficiarse de estas ayudas. Además, tenía que esbozar una nota para Katherine informándola -esta mentira se le ocurrió sobre la marcha- de que habían ingresado a su madre y que tenía que marcharse a Long Island un par de días. Añadiría que ya la llamaría por el camino para contarle los detalles y que no se preocupara, que su madre y ella estaban bien.