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Capítulo 26

A David se le resecó la garganta cuando leyó la nota que le había dejado Laurel en la recepción del periódico.

Me ha llamado mi hermana. Anoche ingresaron a mi madre en el hospital. Tiene apendicitis, pero le están haciendo pruebas para ver si hay algo más. Mi tía está con ella, pero parece preocupada, así que me voy un par de días a Long Island para ver cómo termina la cosa. Te llamaré esta noche.

Dile a Marissa que lo siento, pero no podré sacarle las fotos esta tarde. Es una niña preciosa y tiene una voz angelical, así que no necesita mi talento (carraspeo) para estar genial. Es la mejor.

Te llamaré en cuanto pueda.

L

David sostuvo la nota ante él y la estudió. Estaba escrita con rotulador azul en la diminuta letra de cuaderno de caligrafía de Laurel. Le parecía que la muchacha estaba preocupada por su madre, pero se preguntó si no exageraba un poco y no estaría pasando algo más. Además, le había dejado la nota en la recepción del periódico sin tan siquiera preguntar al empleado si él se encontraba arriba, en su despacho.

Sabía que tendría que haberla llamado el domingo, a casa o al móvil. Katherine le contó suficientes cosas el sábado cuando se la encontró en el cine como para que una persona atenta -o comprometida- se alarmara e hiciera algo.

Pero no lo había hecho, así que la llamó entonces. Como esperaba, no la encontró en BEDS, por lo que le dejó un mensaje en el contestador. Luego, grabó otro en el teléfono de su piso, y un tercero en el buzón de voz de su móvil. Por último, posó el auricular en su base y se sentó en su despacho, preguntándose qué debería hacer, si es que tenía que hacer algo.

Sabía que Marissa se iba a enfadar, y que además se preocuparía. Esa mañana, se había pasado veinte minutos revisando la ropa que tenía en el apartamento de su padre para estar lista para la tan esperada sesión de fotos. Pero tras la conversación que mantuvieron el sábado por la noche, seguro que lo que más ocuparía su mente sería el bienestar de Laurel.

Y luego estaba Cindy. Tenía planeado pasarse la mañana entrevistando a los administradores del hospital de la ciudad para hablar de los desmesurados presupuestos del nuevo edificio, pero tuvo que cancelar la cita porque la pequeña se había caído del columpio del patio de la escuela y se había levantado la piel en un muslo y en los codos. Le habían puesto siete tiritas en la pierna y vendas en los brazos. La niña se puso histérica al ver la sangre. David pasó a recoger a su hija, que estaba con una asistente de la escuela en la sala de urgencias del -ironías del destino- mismo hospital en el que se supone que tenía que estar trabajando para redactar su editorial. Llevó a Cindy a su apartamento, la calmó y convenció a su hermana para que viniera desde Middlebury a quedarse con su hija y así poder regresar al trabajo.

Pero la sesión de fotos cancelada y las tiritas se quedaban en nada comparadas con el gran problema que se presentaba ante éclass="underline" Laurel. No tenía claro lo que debía hacer. Sabía que era un hombre cauto y cerebral. Éste era uno de sus puntos fuertes, pero a veces se convertía en una debilidad.

Se daba cuenta de que, posiblemente, no podría hacer nada. A fin de cuentas, Laurel ya era mayorcita. Se había ido a su casa a cuidar de su madre. Además, estábamos hablando de una apendicitis, no de una operación a corazón abierto, y no, estaba sola: tenía cerca a su hermana Carol y a su tía. No lo necesitaba a su lado. Por otro lado, siempre le había dejado claro que él no iba a hacer de niñera. Ni con ella, ni con ninguna otra mujer. No quería saber nada de novias ni de esposas. Ya tenía un trabajo que le absorbía todo el tiempo y dos hijas, y lo último que le apetecía era avivar una relación de gran dependencia con una frágil jovencita, utilizando las palabras que había empleado el sábado por la noche cuando habló con Katherine.

Se preguntó si no sería ése el motivo por el cual no la había llamado el domingo: porque hubiera supuesto implicarse a fondo cuando él no sólo era cauto y cerebral, también era distante y autosuficiente. Desde el divorcio no había querido saber nada de cualquier cosa que se pareciese al compromiso, y acompañar a Laurel mientras su madre estaba enferma suponía un serio nivel de compromiso. Desataría una obligación más profunda de la que deseaba ofrecer a cualquier mujer en ese momento. Implicaría otro matrimonio y más hijos, algo que estaba totalmente fuera de lugar. No cuando Cindy tenía seis años y Marissa, once. No podía hacerles eso. Ya era bastante malo para ellas que el matrimonio de sus padres se hubiera roto. Ahora que su madre iba a volver a casarse, necesitaban una dosis extra de cariño y atención.

Sin embargo, la propia debilidad de Laurel le hacía pensar que tendría que intervenir. Él conocía su pasado mejor que nadie, por lo que sentía que tenía cierta responsabilidad. En consecuencia, tomó de nuevo el teléfono y llamó a la iglesia baptista, donde le pasaron con la catequista.

– Déjame adivinar, ¿quieres saber qué pasa con Laurel, verdad? -le preguntó Talia nada más reconocer su voz.

– Pues sí. Quiero saber cómo está su madre. En la nota no lo deja claro.

David escuchó un chasquido de la lengua al otro lado del aparato. Después, Talia preguntó:

– ¿Su madre está enferma?

– ¿No te lo ha dicho?

– No.

– Me ha dejado una nota en el periódico -dijo, y se la leyó.

– ¡Vaya, qué inoportuno! -dijo Talia-. Pensaba que su madre estaba este mes en Italia.

– Yo también.

– Me pregunto si me habrá dejado a mí otra nota -murmuró la muchacha, con una mezcla de lástima y preocupación-. Sinceramente, dudo que Laurel estos días vaya a otro sitio que no sea a esa apestosa sala de revelado o a su despacho en BEDS.

– ¿No sabías que se había marchado? ¿Ni siquiera te llamó para contártelo?

– No. La verdad, sin querer hacer una montaña de esto, es que, últimamente, apenas hablamos.

– No me ha contado que os hubierais peleado. ¿Puedo preguntar por qué?

– No nos hemos peleado. No exactamente. Discutimos un poco el sábado, pero para entonces ya me estaba evitando. O, por lo menos, eso es lo que a mí me parece. Se suponía que tenía que acompañarnos a jugar al paintball con el grupo de la parroquia, ya sabes. Pues no se presentó.

– Aja.

– Volvió a su casa a Long Island para el aniversario, y desde que regresó parece un fantasma que sólo se presenta en el piso por la noche para cambiarse de bragas. El resto del tiempo está por ahí. Casi se puede decir que vive en el laboratorio de revelado. Le dejo notas y tal, pero parece que las escribo con tinta invisible.

David se rascó la nuca con la mano que tenía libre. Sintió que le empezaba a doler la cabeza y buscó en el cajón de su escritorio su caja de ibuprofeno. Se volvió a acordar de que, por su edad, estaba más cerca de la madre de Laurel que de la muchacha, y esto le contrarió.