Merece algunos comentarios: los extraños síntomas fueron discutidos con el doctor R. Aquí mostramos las conclusiones de dicha discusión.
El TEPT parece muy claro, a pesar de los síntomas psicóticos, dado el trauma agudo, el sufrimiento intenso al ver las fotografías de la ciclista y los síntomas de insensibilidad (i.e., evitar el lugar de Underhill, lapsos de memoria, sentimientos de distanciamiento). Este diagnóstico es importante en términos de deterioro funcional y pronóstico, sin importar qué más le suceda.
La parte psicótica es más complicada, pues no presenta trastornos del lenguaje ni de conducta, a pesar de los juegos de palabras de la paciente. Los síntomas afectivos incluyen una irritabilidad moderada permanente, falta de sueño antes del ingreso y una inusual hiperactividad. El no dar noticias de su paradero a su familia y amigos, los viajes y búsquedas frenéticas antes del ingreso y su dedicación constante a la escritura, parecen síntomas más compatibles con un trastorno bipolar tipo I, que podría estar asociado con psicosis. (En cualquier caso, el Valproato parece reducir el nivel de actividad y moderar el estado de ánimo.) El principal problema es que no resulta común que los delirios persistan cuando los síntomas afectivos se han, más o menos, estabilizado.
Un ejemplo en el manual de diagnóstico DSM de psicosis no especificada es «delirios normales persistentes con períodos de episodios afectivos superpuestos que están presentes durante una parte substancial del trastorno delirante», lo cual nos lleva al caso. Ya que sólo hay un episodio maníaco (no «períodos», en plural), tiene sentido hacer un diagnóstico afectivo por ahora.
La construcción de los delirios es intrigante. La paciente ha escrito un libro entero relatando aquellas semanas de septiembre, que ella considera una historia real, pero añadiendo personajes inventados por completo o tomados de una novela de hace ochenta años: Pamela Buchanan, T.J. Leckbruge (un anagrama creado a partir del nombre de un óptico que aparecía en un cartel del libro), Shem Wolfe (aparentemente, Meyer Wolfsheim). También aparece Jay Gatsby y, además, se ha inventado o ha alterado conversaciones con su tía, con su madre y con una vecina de Long Island.
Quizá para justificar el distanciamiento con su pareja, se ha inventado que éste tiene dos hijas. Insiste en que estas dos niñas ficticias son el motivo por el cual su novio, aparentemente, la ha dejado. (Estoy explorando cuánto de estas niñas está tomado de recuerdos de su propia infancia y de su relación con su hermana mayor.)
Respecto a lo encapsulados que están los delirios: aunque persisten a pesar de los escasos síntomas afectivos, no parecen ir mucho más allá de la idea de Gatsby. Se extienden al indigente al cual atendía que, por supuesto, está muerto. Pero, desde su punto de vista, el caso no está cerrado porque el indigente era también padre de uno de sus agresores. Por este motivo, no recomiendo dejar de administrar risperidona como antipsicótico.
Añado a la lista de visitantes a su compañero de piso Whit Nelson. Al igual que su amiga Talia, parece tener un efecto moderador en su conducta, y resulta evidente que se preocupa por ella.
Lo que resulta realmente extraño es la capacidad de la paciente para tener falsas creencias a la par que mantiene una sorprendente empatía con la gente que, en sus «memorias», no la cree. Al mismo tiempo, aísla por completo los dolorosos recuerdos de la brutal agresión. Las observaciones de los personajes al final de su relato, lo que ella misma ha escrito, implican una creciente conciencia de la violencia de la agresión sufrida. Sin embargo, actualmente sigue insistiendo en que hace años escapó sólo con la cadera y un dedo rotos. Sostiene que no tiene recuerdo consciente de haber sido mutilada y abandonada desangrándose en los bosques.
Fragmento de las notas de Kenneth Pierce,
psiquiatra a cargo,
Hospital Público de Vermont,
Waterbury, Vermont.
Agradecimientos
Me gustaría darle las gracias a Rita Markley, directora del Albergue Temporal de Burlington, en Vermont, tanto por compartir conmigo las fotografías como por invitarme a conocer su vida y la del centro que dirige.
Esta novela no habría sido posible sin la sabiduría, el consejo y la inagotable paciencia de dos de las primeras personas que la leyeron: Johanna Boyce, psicoterapeuta especializada en Trabajo Social, y el doctor Richard Munson, psiquiatra en el Hospital Público de Vermont, en Waterbury.
Estoy también muy agradecido a las siguientes personas por haber solucionado mis dudas sobre enfermedades mentales, leyes y el mundo de los sin techo: Sally Ballin, Milia Bell, Tim Coleman y Lucia Volino, del Albergue Temporal de Burlington; Shawn Thompson-Snow, del Centro Howard de Servicios Sociales del condado de Chittenden, en Vermont; Brian M. Bilodeau, Susan K. Blair, Thomas McMorrow Martin y Kory Stone, del centro penitenciario de Swanton (Vermont); Doug Wilson, psicoterapeuta del Programa Estatal de Tratamiento a Agresores Sexuales de la penitenciaria de Swanton; Rebecca Holt, del Burlington Free Press; Jill Kirsch Jemison; doctor Michael Kiernan; Stephen Kiernan; Steve Bennett; los abogados Albert Cicchetti, William Drislane, Joe McNeil y Tom Well; y, por último, al tribunal de tutelas del condado de Chittenden, en Vermont.
Como siempre, estoy en deuda con mi agente literario, Jane Gelfman, con mis editores de Random House (Shaye Areheart, Marty Asher y Jennifer Jackson), y con mi esposa, Victoria Blewer, una excelente lectora que sabe compaginar la franqueza con la delicadeza.
Gracias a todos.
Por último, me gustaría manifestar mi aprecio por tres libros. Dos son historias reales sobre enfermedades mentales que me sirvieron como fuente de información e inspiración: Angelhead, my Brother's Descent into Madness, de Greg Bottoms, y The Outsider: A Journey into my Father's Struggle with Madness, de Nathaniel Lachenmeyer.
El tercero, como no podía ser de otra manera, es El gran Gatsby, de F. Scott Fitzgerald. Son miles las razones por las que, al igual que millones de lectores durante cuatro generaciones, he leído y releído esta novela, llegando a venerarla como escritor: el drama del gran sueño de Gatsby, la brillante prosa de Fitzgerald o el profundo análisis que hace el autor del carácter norteamericano, además de ese sobrecogedor y maravilloso final.
Sin embargo, El gran Gatsby encierra más cosas que han servido para los propósitos de El doble vínculo. Pocas novelas han tenido tanta influencia intelectual en nuestra cultura literaria, y pocas han sido tan leídas. Además, El gran Gatsby es un libro, en parte, sobre gente rota, quebrada, con sus farsas y sus deformaciones del mundo que los rodea: las mentiras que vivimos conscientemente, convencidos de que no son más que un pequeño adorno de la realidad. Ése es uno de los principales dramas que deben afrontar los personajes de El doble vínculo, motivo por el cual El gran Gatsby actúa como una perversa influencia de extraordinario alcance para el personaje de Laurel Estabrook.
Por esta razón deseo expresar mi admiración por El gran Gatsby y mi gratitud porque forme parte de los clásicos de la literatura.
Chris Bohjalian