Un extrañamente confortable silencio había seguido a continuación; ella era, al parecer, una de esas raras mujeres que no necesitan llenar cada silencio con parloteo.
Al parecer, de nuevo, Minerva había pasado las noches de los tres últimos años sentada con su padre; no era sorprendente que se hubiera acostumbrado a los largos silencios.
Desafortunadamente, aunque el silencio normalmente le hubiera agradado, aquella noche le hacía presa de pensamientos cada vez más ilícitos sobre ella; los cuales, en ese momento, la desnudaban lentamente, desenvolviendo sus curvas, sus esbeltas piernas, e investigando sus huecos.
Todo aquello parecía estar terriblemente mal, y ser casi deshonroso.
Interiormente frunció el ceño… Minerva era la pura imagen del decoro femenino, totalmente inconsciente del dolor que le estaba provocando, con su aguja centelleando mientras trabajaba en una labor del mismo tipo de bordado que su madre había preferido; petit point, creía que se llamaba. Técnicamente, dejarla vivir sin compañía bajo su techo podría considerarse escandaloso, pero teniendo en cuenta su puesto, y el tiempo que llevaba viviendo allí…
– ¿Cuánto tiempo llevas siendo el ama de llaves aquí?
Ella levantó la mirada, y después volvió a su labor.
– Once años. Asumí el cargo cuando cumplí dieciocho años, pero ni tu madre ni tu padre consintieron que se me considerara el ama de llaves, no hasta que cumplí los veinticinco y finalmente aceptaron que no iba a casarme.
– Esperaban que te casaras -Y él también. -¿Por qué no lo hiciste?
Ella levantó la mirada de nuevo, sonriendo con dulzura.
– No es que me faltaran ofertas, pero no consideré que ninguno de los candidatos fuera lo suficientemente bueno para cederle mi mano… ni para cambiar la vida que tenía aquí.
– Entonces, ¿te sientes satisfecha siendo el ama de llaves de Wolverstone?
Sin sorprenderse por la tan manida pregunta, Minerva se encogió de hombros. Hubiera respondido de buena gana cualquier pregunta que él tuviera… cualquier cosa, para obstaculizar el efecto que le provocaba estar sentada junto a él, el efecto que su despreocupada y lánguida postura que era tan esencialmente masculina (hombros anchos contra el alto respaldo de la butaca, antebrazos descansando sobre los reposabrazos acolchados, los largos dedos de una mano jugueteando con un vaso de cristal, sus poderosos muslos separados) estaba teniendo en sus entumecidos sentidos. Sus nervios estaban tan tensos que su presencia los hacía temblar y vibrar como si fueran cuerdas de violín.
– No voy a ser el ama de llaves de este lugar para siempre… cuando te cases, tu duquesa cogerá las riendas, y entonces tengo planeado viajar.
– ¿Viajar? ¿Dónde?
A algún sitio muy lejos de él. Minerva estudió la rosa que acababa de bordar; no recordaba haberlo hecho.
– A Egipto, quizá.
– ¿A Egipto? -No parecía impresionado por su elección. -¿Por qué allí?
– Por las pirámides.
La oscura mirada pensativa que había tenido antes de preguntarle cuándo se había convertido en ama de llaves volvió a su rostro.
– Por lo que he oído, la zona alrededor de las pirámides está en conflicto con las tribus bereberes, bárbaros que no dudarían en asaltar a una dama. No puedes ir allí.
Se imaginó informándole de que siempre había soñado con ser secuestrada por un bárbaro, tirada sobre su hombro y arrastrada hasta el interior de su tienda, donde la dejaría sobre un palé forrado de seda y la violaría a conciencia (por supuesto, él habría sido el bárbaro en cuestión), y después señalándole que él no tenía autoridad sobre adónde iba ella o dejaba de ir. En lugar de eso, le dio una respuesta que a Royce le gustó incluso menos. Sonriendo ligeramente, volvió a su labor.
– Ya veremos.
No, no lo veremos. Ella no iba a ir a ningún sitio cerca de Egipto, ni a ningún otro país lleno de peligros. Royce le dio vueltas a la posibilidad de sermonearla con que sus padres no la habían criado para que tirara su vida por la borda en una aventura equivocada… Pero se sentía inseguro, y como sabía que su respuesta solo serviría para aumentar la tensión, mantuvo sus labios cerrados y se tragó las palabras.
Para su intenso alivio, Minerva deslizó la aguja en la labor, y después la enrolló y la guardó en una bolsa de bordados que aparentemente vivía bajo un extremo de la silla. Se inclinó y volvió a meter la bolsa en su sitio, y después se incorporó y lo miró.
– Voy a retirarme -Se levantó. -No te molestes en levantarte… te veré mañana. Buenas noches.
Royce gruñó un "buenas noches" en respuesta. Sus ojos la siguieron hasta la puerta… mientras luchaba por permanecer en la butaca y dejarla marchar. Su idea sobre Egipto no había ayudado a tranquilizarlo, y había agitado algo primitivo (incluso más primitivo) en su interior. El ansia sexual se convirtió en un dolor tangible cuando la puerta se cerró suavemente tras ella.
Su habitación estaba en la torre, no demasiado lejos de sus nuevos aposentos; a pesar de la siempre creciente tentación, no iba a ir allí.
Ella era su ama de llaves, y él la necesitaba.
Hasta que estuviera sólidamente establecido como duque, con las riendas firmemente en sus manos, Minerva era su fuente de información mejor informada y más fiable. Debía evitarla tanto como fuera posible (Falwell y Kelso le ayudarían con eso), pero aún necesitaría verla, y hablar con ella, diariamente.
La vería durante las comidas, también; aquel era su hogar, después de todo.
Sus padres la habían criado; él tenía la intención de honrar ese acto incluso aunque hubieran fallecido. Aunque no era formalmente una pupila del ducado, Minerva estaba en la misma posición… ¿quizá podía considerarse como in loco parentis [2]?
Eso podría excusar lo protector que se sentía… y que sabía que seguiría sintiéndose.
Sin embargo, tendría que acostumbrarse a tenerla siempre alrededor hasta que, como ella había señalado, se casara.
Eso era algo más que tendría que resolver.
El matrimonio, para él, como para todos los duques de Wolverstone de hecho, y para todos los Varisey, sería un asunto negociado con sangre fría. Los matrimonios de sus familiares y hermanas habían sido así, y habían funcionado como las alianzas que pretendían ser; los hombres tomaban amantes siempre que lo deseaban, y cuando se producían los herederos, las mujeres hacían lo mismo, y las uniones permanecían estables y sus propiedades prosperaban.
Su matrimonio seguiría ese curso. Ni él ni ningún otro Varisey se sentía partidario de la última moda de las uniones por amor, porque, como reconocían todos aquellos que los conocían, los Varisey no sentían amor.
Por supuesto, una vez se hubiera casado, sería libre para buscarse una amante, una de larga duración, una que pudiera mantener a su lado…
El pensamiento revivió todas las fantasías que durante la última hora había intentando suprimir.
Con un gruñido disgustado, vació el líquido ámbar de su vaso, y después lo dejó, se levantó, se ajustó los pantalones, y se dirigió a su cama vacía.
CAPÍTULO 03
A las nueve de la mañana siguiente, Royce ya estaba sentado en la cabecera de la mesa en el salón de desayunos y, solo, terminó su ayuno. Había dormido mejor de lo que esperaba (profundamente, y sin desvelos), y sus sueños no habían sido sobre su pasado, sino fantasías que nunca se harían realidad.
Todos incluían a su ama de llaves.
Y si en ellos no estaba totalmente desnuda, podríamos decir que tampoco estaba totalmente vestida.
Se había despertado para descubrir a Trevor cruzando su dormitorio para llevar agua caliente al baño. La torre había sido construida en una época en la que mantener el mínimo de puertas había sido una inteligente defensa; en ese momento, colocar una puerta a la que pudieran llamar entre el pasillo y su vestidor y el baño era una necesidad urgente. Se hizo la nota mental de decírselo a su ama de llaves.