Se preguntó si ella preguntaría por qué.
Mientras esperaba acostado a que el inevitable efecto de su último sueño se desvaneciera, ensayó varias respuestas posibles.
Caminó hasta el salón del desayuno con una entusiasta sensación de anticipación, pero se sintió decepcionado cuando descubrió que, a pesar de la hora que era, ella no estaba allí.
Quizá era una de esas mujeres que desayunan té y tostadas en su habitación.
Puso freno a su inadecuada curiosidad sobre los hábitos de su ama de llaves, se sentó, y permitió que Retford le sirviera, suprimiendo con decisión cualquier pregunta sobre su paradero.
Estaba dando buena cuenta de un plato de jamón y salchichas cuando el objeto de su obsesión apareció… Vestido con un traje de montar de terciopelo dorado sobre una blusa de seda negra con un lazo negro anudado sobre uno de sus codos, y un gorro de monta negro sobre su cabello dorado.
Algunos mechones de cabello habían escapado de su moño, creando un delicado nimbo bajo el gorro. Sus mejillas brillaban con alegre vitalidad.
Lo vio y sonrió, se detuvo y se quitó rápidamente los guantes. Llevaba una fusta bajo uno de sus brazos.
– Dos endemoniados caballos negros han llegado a los establos con Henry. Es increíble, pero lo he reconocido al instante. Todo el personal del establo está allí, intentando echar una mano para conseguir tranquilizar a tus bestias -Arqueó una ceja. -¿Cuántos caballos más estamos esperando?
Royce masticó lentamente, y después tragó. Recordaba que ella disfrutaba montando; había una tensa flexibilidad en su postura mientras se mantenía de pie justo en el umbral, como si su cuerpo estuviera aún vibrando por el golpear de los cascos de los caballos, como si la energía que había agitado la monta aún corriera por sus venas.
Verla lo estimuló hasta un grado que lo incomodaba.
¿Qué le había preguntado? La miró a los ojos.
– Ninguno.
– ¿Ninguno? -Lo miró fijamente. -¿Qué conducías en Londres? ¿Un caballo de alquiler?
Su tono tiñó estas últimas palabras como si fuera algo totalmente impensable.
– Las únicas actividades que uno puede llevar a cabo a caballo en la capital no pueden, en mi opinión, calificarse como monta.
Minerva arrugó la nariz.
– Eso es verdad -Lo estudió un momento.
Royce dirigió su atención de nuevo a su plato. Ella estaba debatiéndose entre decirle algo o no; el duque ya había aprendido lo que significaba aquella mirada concreta de evaluación.
– Así que no tienes caballo propio. Bueno, excepto el viejo Conquistador.
El levantó la mirada.
– ¿Aún está vivo? -Conquistador había sido su caballo en el momento de su destierro, un poderoso semental gris de solo dos años de edad.
Minerva asintió.
– Nadie más pudo montarlo, así que se destinó a la yeguada. Ahora está más gris que nunca, pero aún pulula por aquí con sus yeguas -De nuevo dudó, y después se decidió. -Tenemos a uno de los hijos de Conquistador, otro semental. Sable tiene tres años ahora pero, aunque ha sido domado, se niega a ser montado… Bueno, hasta ahora -Lo miró a los ojos. -Quizá te gustaría intentarlo.
Con una brillante sonrisa (ella sabía que acababa de presentarle un desafío al que no sería capaz de resistirse), se dio la vuelta y abandonó la sala.
Dejándolo a él pensando (una vez más) en otra monta que no le importaría intentar.
– Entonces, Falwell, ¿no hay nada que requiera nuestra atención urgente en la propiedad? -Royce dirigió la pregunta a su administrador, quien, después de arrugar la frente, pensativo, finalmente, asintió.
– Yo diría, su Excelencia, que aunque existen los usuales detalles menores que atender aquí y allí, no hay nada extraordinario que me venga a la mente como algo que sea necesario hacer en los próximos meses.
Falwell tenía unos sesenta años, y era un individuo bastante anodino, que hablaba pausadamente, y balanceaba la cabeza constantemente… haciendo que Royce se preguntara si había desarrollado aquel hábito en respuesta a la violenta agresividad de su padre.
Hacía que pareciera que siempre estaba de acuerdo, incluso si no lo estaba.
Tanto el administrador como el agente habían respondido a su llamada, y estaban sentados ante el escritorio de su estudio, mientras él llevaba a cabo lo que rápidamente se había convertido en un interrogatorio hostil. No es que ellos fueran hostiles, pero ese sentimiento se había acrecentado en él progresivamente.
Suprimiendo un incipiente fruncir de ceño, intentó provocar un mejor entendimiento entre ellos.
– En unos meses llegará el invierno, y entonces no podremos llevar a cabo ninguna tarea de carácter estructural hasta marzo, o más posiblemente hasta abril -Encontraba difícil creer que entre todas las construcciones y estructuras de sus propiedades, nada necesitara ser reparado. Miró a su agente. -¿Y qué hay de nuestras inversiones, Kelso?
El agente era de una cosecha similar a la de Falwell, pero era un hombre mucho más severo, más seco y más canoso. Sin embargo, era igualmente adusto.
– Nada urgente que necesite la intervención del castillo, su Excelencia.
Habían usado la frase "intervención del castillo" varias veces, y aparentemente significaba "ayuda de las arcas ducales". Pero estaban hablando de graneros, cercos y casitas en sus tierras que pertenecían a la propiedad, y que se proporcionaban a los granjeros arrendatarios a cambio de su trabajo y de una importante porción de las cosechas. Royce se permitió fruncir el ceño.
– ¿Qué hay de las situaciones que no necesitan "intervención del castillo"? ¿Se necesita alguna reparación o trabajo de algún tipo con urgencia en ellas? -Su tono se había hecho más preciso, y su dicción más cortada.
Ambos intercambiaron miradas… casi como si la pregunta los confundiera. Royce estaba obteniendo una muy mala sensación de aquello. Su padre había estado chapado a la antigua en el sentido general, era el típico señor de antaño; tenía la creciente sospecha de que estaba a punto de entrar en un camino de zarzas en el que le iba a ser difícil vivir.
Al menos, sin sentir sus pinchazos constantemente.
– Bueno -dijo finalmente Kelso, -está el asunto de las casitas de Usway Burn, pero tu padre dejó claro que arreglarlas era obligación de los arrendatarios. Si no lo hubieran hecho para la siguiente primavera, tenía la intención de demoler las casas y labrar la zona para plantar más maíz, siendo el precio del maíz el que es.
– En realidad -Falwell tomó la palabra, -tu difunto padre habría, y de hecho debería haberlo hecho, reclamado la tierra para plantar maíz este verano… Se lo aconsejamos tanto Kelso como yo. Pero me temo -Falwell agitó la cabeza, remilgadamente condescendiente-que la señorita Chesterton intervino. Sus ideas realmente no son recomendables (si la propiedad se ocupara de esos asuntos tendríamos que estar siempre arreglando cositas), pero creo que tu difunto padre se sentía… obligado, dada la posición de la señorita Chesterton, a dar al menos la impresión de que consideraba sus puntos de vista.
Kelso resopló.
– Le tenía cariño. Fue la única vez en todos los años en los que le he servido en la que no hizo lo que era mejor para la propiedad.
– Tu difunto padre tenía un sólido entendimiento de todo lo referente a las propiedades, y a las obligaciones de los inquilinos en ese aspecto -Falwell sonrió ligeramente. -Estoy seguro de que no desearás desviarte de ese exitoso y tradicional camino.
Royce los miró a ambos… y estuvo totalmente seguro de que necesitaba más información, y (¡maldición!) de que tenía que consultar a su ama de llaves para conseguirla.