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Un muro bajo de piedra rodeaba el patio; cuando Royce entró con el cansado Sable, un perro comenzó a ladrar.

Sable se agitó y rampó.

El perro estaba encadenado en el interior de la puerta abierta del granero.

Royce tiró de las riendas, se detuvo y esperó sentado pacientemente a que se calmara; cuando Sable notó su falta de reacción y se tranquilizó, el duque desmontó.

Justo cuando la puerta de la granja se abría y una montaña de hombre salía a zancadas.

Royce se encontró con los ojos azules de su hermanastro; aparte de la altura y de la amplitud de sus hombros, el único parecido físico yacía en el conjunto de ojos, nariz y barbilla. Los rizos castaños de Hamish estaban empezando a encanecer, pero por lo demás parecía tener la misma ruda salud que siempre. Royce sonrió y dio un paso adelante, extendiendo su mano.

– Hamish.

Su mano fue tragada, y después él mismo fue arrastrado al interior de uno de los abrazos de oso de su hermanastro.

– ¡Ro! -Hamish lo liberó con un golpe en la espalda que no había esperado… y que hizo que se tambaleara. Lo cogió de los hombros y examinó su rostro. -Sea cual sea la razón por la que estás aquí, estoy contento de tenerte de vuelta.

– Y yo estoy contento de estar de vuelta -Hamish lo dejó escapar y Royce miró las colinas y el paisaje desde sus cumbres hasta Windy Gyle. -Sabía que lo había echado de menos… pero no me había dado cuenta de cuánto.

– Ouch, bueno, ahora estás de vuelta, aunque haya hecho falta que el viejo bastardo se muriera para que lo hicieras.

"El viejo bastardo" era el modo en el que Hamish se refería a su padre, no como un insulto, sino como un apelativo afectivo.

Los labios de Royce se curvaron.

– Sí, bueno, ha fallecido, esa es una de las razones por las que estoy aquí. Hay cosas…

– De las que tenemos que hablar… pero antes tienes que entrar y saludar a Molly y a los niños -Hamish miró el establo, y después señaló una pequeña cara que había aparecido en la puerta. -Oye… ¡Dickon! Ven y ocúpate del caballo -Hamish miró a Sable, que se agitaba nerviosamente al final de la rienda.

Royce sonrió.

– Creo que será mejor que ayude a Dickon.

Hamish caminó a su lado mientras Royce guiaba a Sable hasta el establo.

– ¿No es este el semental que no dejaba que el viejo bastardo lo montara?

– Eso he oído. Yo no tenía caballo, así que ahora es mío.

– Sí, bueno, tú siempre has tenido buena mano con los más cabezotas.

Royce sonrió al chico que lo esperaba en la puerta del establo; los ojos azules de Hamish lo miraron en respuesta desde su rostro.

– A este no lo conocía.

– No -Hamish se detuvo junto al chaval, y le alborotó el cabello. -Este llegó mientras tú estabas fuera -Miró al chico, que contemplaba a Royce con los ojos muy abiertos. -Este de aquí es el nuevo duque… lo llamarás Wolverstone.

Los ojos del chico se dirigieron a su padre.

– ¿No "el viejo bastardo"?

Royce se rió.

– No… pero si no hay otro en tu familia, puedes llamarme Tío Ro.

Mientras Royce y Dickon acomodaban a Sable en un establo vacío, Hamish se inclinó sobre el muro y puso a Royce al día sobre los O'Loughlin. Cuando Royce estuvo por última vez en Wolverstone, Hamish, que era dos años mayor que él, le había hablado de sus dos hijos a través de las cartas ocasionales que habían intercambiado; ahora era el orgulloso padre de cuatro, y Dickon, de diez años, era el tercero.

Dejaron el establo y cruzaron el patio para entrar en la casa; tanto Hamish como Royce tuvieron que agacharse bajo el dintel.

– ¡Hola, Moll! -Hamish guió el camino hasta un amplio salón. -Ven a ver quién ha venido.

Una rotunda mujer de poca estatura (más voluminosa de lo que la recordaba), salió de la cocina secándose las manos en el delantal. Tenía unos brillantes ojos azules colocados en una dulce cara redonda bajo una mata de pelo rojo cobrizo.

– De verdad, Hamish, ese no es modo de llamarme. Cualquiera pensaría que eres un pagano… -Sus ojos se encendieron al descubrir a Royce, y se detuvo. Entonces gritó (haciendo que ambos hombres se estremecieran), y se lanzó hacia Royce.

Él la acogió en sus brazos, riéndose mientras ella lo abrazaba con fuerza.

– ¡Royce, Royce! -Intentó agitarlo, lo que era imposible para ella, y después miró su rostro, complacida. -Me alegro tanto de verte de nuevo.

La sonrisa del duque se ensanchó.

– Yo también me alegro mucho, Moll -Progresivamente, estaba dándose cuenta de qué cierto era aquello, de qué profundo era el sentimiento de vuelta a casa que había alcanzado. Se sentía conmovido. -Estás tan atractiva como siempre. Y has ampliado la familia desde la última vez que estuve aquí.

– Oh, sí -Molly miró traviesamente a Hamish. -Hemos estado ocupados, podríamos decir -Su rostro se suavizó y miró a Royce. -Te quedarás a comer, ¿no?

Lo hizo. Almorzaron una espesa sopa, estofado de añojo y pan, además de queso y cerveza. Se sentó en la larga mesa en la cálida cocina, aromatizada con suculentos olores y llena de un constante parloteo, maravillado ante los niños de Hamish.

Heather, la mayor, una pechugona chica de diecisiete años, había sido una niña pequeñita la última vez que la había visto, mientras Robert, de dieciséis, que apuntaba a ser tan grande como Hamish, había sido un bebé de cuyo nacimiento Molly aún no se había recuperado totalmente. Dickon era el siguiente, y después venía Georgia, que con siete años se parecía mucho a Molly, y parecía igualmente determinada.

Mientras tomaban asiento, los cuatro lo habían mirado con los ojos abiertos de par en par, como si lo examinaran con sus fiables y cándidas miradas (una combinación de la sagacidad de Hamish y de la honestidad de Molly), y después Molly había colocado la sopa sobre la mesa y su atención había cambiado; a partir de entonces lo habían tratado alegremente como un familiar más, el "tío Ro".

Escuchando sus charlas, a Robert informando a Hamish sobre las ovejas en algún campo, y a Heather contándole a Molly que una gallina estaba clueca, Royce no pudo evitar darse cuenta de lo cómodo que se sentía con ellos. Por el contrario, le sería difícil nombrar a los hijos de sus hermanas legítimas.

Cuando su padre lo desterró de los dominios de Wolverstone y prohibió cualquier comunicación con él, sus hermanas habían seguido los deseos de su padre. A pesar de que las tres se habían casado ya, y de que eran señoras de sus propios dominios, no habían hecho ningún movimiento por ponerse en contacto con él, ni siquiera por carta. Si lo hubieran hecho, Royce hubiera, al menos, respondido, porque siempre había sabido que aquel día habría de llegar… El día en el que fuera el cabeza de familia y estuviera a cargo de las arcas del ducado, del cual sus hermanas aún dependían y, a través de ellas, sus hijos también.

Como todos los demás, sus hermanas habían asumido que la situación no iba a durar demasiado. Ciertamente, no dieciséis años.

Había mantenido una lista de sus sobrinos y sobrinas seleccionada de las notas de nacimiento de la Gazette, pero con las prisas la había dejado en Londres; esperaba que Handley se acordara de llevarla.

– Pero, ¿cuándo llegaste al castillo? -Molly fijó su brillante mirada en él.

– Ayer por la mañana.

– Sí, bueno, estoy segura de que la señorita Chesterton lo tendrá todo preparado.