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Notó la aprobación de Molly.

– ¿La conoces?

– Viene aquí para discutir sus cosas con Hamish de vez en cuando. Siempre toma el té con nosotros… es toda una dama, en todos los sentidos. Me imagino que se estará ocupando de todo tan eficientemente como siempre -Molly lo miró con fijeza. -¿Has decidido cuándo será el funeral?

– El viernes de la semana que viene -Miró a Hamish. -Dado el inevitable interés de la clase alta, era imposible hacerlo antes -Se detuvo, y después preguntó: -¿Vendrás?

– Moll y yo acudiremos a la iglesia -Hamish intercambió una mirada con Molly, que asintió, y después miró a Royce y sonrió. -Pero tendrás que arreglártelas solo en el velatorio.

Royce suspiró.

– Esperaba que presentarles a un gigante escocés pudiera distraerlos. Ahora tendré que pensar en otra cosa.

– No… Creo que tú mismo, el hijo pródigo que ha vuelto, serás distracción suficiente.

– Eso espero -dijo Royce.

Hamish se rió y dejó el tema a un lado; Royce encaminó la conversación a las condiciones de la agricultura local y a la siguiente cosecha. Hamish tenía su orgullo, algo que Royce respetaba; su hermanastro nunca había puesto un pie en el interior del castillo.

Como esperaba, sobre el tema de la agricultura consiguió una información más pertinente de Hamish que de sus propios administradores y agentes; las granjas de la zona apenas sobrevivían, no estaban prosperando precisamente.

A Hamish le iba bastante mejor. Tenía su propia propiedad; su madre había sido la única hija del propietario de un feudo franco. Se había casado tarde, y Hamish había sido su único hijo. Este había heredado la granja, y con el estipendio que su padre había fijado para él, había tenido el capital para expandir y mejorar su ganado; ahora era un ovejero bien establecido.

Al final de la comida, Royce dio las gracias a Molly, le dio un beso en la mejilla y, siguiendo a Hamish, cogió una manzana del cuenco que había en el vestíbulo y continuaron con su charla fuera.

Se sentaron en el muro de piedra, con los pies colgando, y miraron las montañas.

– Tu estipendio seguirá vigente hasta tu muerte, pero eso ya lo sabes -Royce dio un bocado a su manzana; crujió sonoramente.

– Sí. ¿Cómo murió?

– Minerva Chesterton estaba con él -Royce le contó lo que ella le había contado a él.

– ¿Has conseguido contactar con todos los demás?

– Minerva ha escrito a las chicas… todas están en una u otra de las propiedades. Eso son once de los quince -Su padre había tenido quince hijos ilegítimos de criadas, taberneras y muchachas de las granjas y las aldeas; por alguna razón siempre elegía a sus amantes de las clases inferiores locales. -Los otros tres hombres están en la marina… les escribiré. Aunque su muerte materialmente no cambia nada.

– No, pero aun así tienen que saberlo -Hamish lo miró un momento, y después preguntó: -Y tú, ¿vas a ser como él?

Tiró el corazón de su manzana, y Royce lo miró con los ojos entornados.

– ¿En qué sentido?

Imperturbable, Hamish sonrió.

– Exactamente en el mismo sentido en el que crees que lo he dicho. ¿Vas a tener a una hija en cada granja de la región?

Royce resopló.

– Definitivamente no es mi estilo.

– Sí, bueno -Hamish se tiró del lóbulo de una oreja. -Nunca ha sido el mío, tampoco -Durante un momento pensaron en la promiscuidad sexual de su padre, y después Hamish continuó: -Era casi como si se viera como uno de esos antiguos señores, con el derecho de pernada y todo eso. En el interior de sus dominios veía, quería y cogía… aunque no es que, por lo que he oído, ninguna de las muchachas se resistiera demasiado. Mi madre, ciertamente, no lo hizo. Me contó que nunca se había arrepentido… del tiempo que paso con él.

Royce sonrió.

– Estaba hablando de ti, tonto. Si no hubiera pasado ese tiempo con él, no te habría tenido a ti.

– Quizá. Pero, incluso en sus últimos años, solía tener una mirada nostálgica en los ojos siempre que hablaba de él.

Pasó otro minuto, y entonces Royce dijo:

– Al menos se ocupó de todos.

Hamish asintió.

Se quedaron sentados un rato, disfrutando de las siempre cambiantes vistas, del juego de luces sobre las montañas y valles, de los distintos tonos del sol mientras se acercaba al oeste, y después Hamish se volvió y miró a Royce.

– Entonces, ¿estarás sobre todo en el castillo, o Londres y las damas inglesas te atraerán al sur?

– No. Respecto a eso seguiré sus pasos. Viviré en el castillo excepto cuando mi deber con el ducado, la familia o los Lores me llame al sur -Frunció el ceño. -Hablando de vivir aquí, ¿qué has oído del agente del castillo, Kelso, o del administrador, Falwell?

Hamish se encogió de hombros.

– Han sido los ojos y los oídos de tu padre durante décadas. Ambos son… bueno, ya no son paisanos. Viven en Harbottle, no en el ducado, lo que provoca algunas dificultades. Ambos nacieron aquí, pero se mudaron a la ciudad hace años, y por alguna razón tu padre no puso ninguna objeción… Sospecho que pensó que aún conocerían la tierra. No es algo que se olvide tan fácilmente, después de todo.

– No, pero las cosas, las condiciones, cambian. Las actitudes cambian también.

– Oh, bueno, sería imposible que esos dos cambiaran rápidamente. Están muy asentados en sus caminos… que es por lo que siempre he pensado que encajaban tan bien con el viejo bastardo. El también estaba muy asentado en su camino.

– Así es -Después de un momento de reflexión sobre la resistencia ante los cambios de su padre, y lo lejos que había llegado en esa obcecación suya, Royce admitió: -Debería hacer que los reemplazaran a ambos, pero no quiero hacerlo hasta que haya tenido la oportunidad de salir y evaluar las cosas por mí mismo.

– Si necesitas información sobre las propiedades, tu ama de llaves puede ayudarte. Todo el mundo acude a Minerva cuando hay algún problema. La mayoría se han cansado de acudir a Falwell o Kelso, o no se fían, de hecho. Si tienen una queja, o no pasa nada u ocurre algo peor.

Royce miró directamente a Hamish.

– Eso no suena bien.

Era una pregunta, una que Hamish entendió.

– Sí, bueno, me escribiste contándome que tu trabajo había terminado, y yo sabía que vendrías a casa… no pensaba que hubiera necesidad de escribirte y decirte que las cosas no iban totalmente bien. Sabía que lo verías cuando volvieras, y Minerva Chesterton lo estaba haciendo bastante bien guardando el fuerte -Encogió sus enormes hombros; los dos hombres miraron al sur, sobre las cumbres, en dirección a Wolverstone. -A lo mejor no está bien que yo diga esto, pero quizá sea bueno que haya fallecido. Ahora tú tienes las riendas, y ya es hora de una revolución en el ducado.

Royce hubiera sonreído ante aquella expresión, pero lo que estaban discutiendo era demasiado serio. Miró en la dirección en la que sus responsabilidades, que se hacían mayores a cada hora, yacían, y después bajó del muro.

– Debo irme.

Hamish caminó a su lado mientras iba al establo y ensillaba a Sable, y después lo montó y sacó al enorme caballo al patio.

Se detuvo y extendió la mano.

Hamish la cogió entre las suyas.

– Te veremos el viernes en la iglesia. Si te ves obligado a tomar una decisión sobre alguna cuestión del ducado, puedes confiar en la opinión de Minerva Chesterton. La gente confía en ella, y respeta su criterio… cualquier cosa que aconseje será aceptada por tus arrendatarios y trabajadores.

Royce asintió; interiormente, hizo una mueca.

– Es lo que había pensado.

Es lo que había temido.

Se despidió, y después agitó las riendas y dirigió a Sable hacia Clennell Street y Wolverstone.

Hacia su hogar.

Se había apartado de la paz de las colinas… sólo para descubrir, cuando cabalgó hasta los establos del castillo, que sus hermanas (las tres, así como sus esposos) habían llegado.