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Ella exhaló.

– Eso son… buenas noticias. Incluso tu padre se había dado cuenta de que sus consejos no estaban dándole los resultados que quería.

– ¿Asumo que por eso no hizo lo que le sugirieron con esas casas? -Cuando ella asintió, le pidió: -Cuéntamelo… desde el principio.

– No estoy segura de cuándo comenzaron los problemas… hace más de tres años, como mínimo. No comencé a trabajar con tu padre hasta la muerte de tu madre, así que mi conocimiento empieza entonces -Tomó aliento. -Sospecho que Kelso, respaldado por Falwell, había decidido, hace más de tres años, que el viejo Macgregor y sus hijos (ellos mantienen la granja de Usway Burn, y viven en las casitas) daban más problemas de lo que valían, y que dejar que las casas se vinieran abajo y después labrar la tierra, incrementando así los acres, y después dejando que otros inquilinos la trabajaran, era una opción preferible a reparar las casas.

– Tú no estabas de acuerdo -No era una pregunta; entrelazó los dedos sobre su escritorio, sin apartar sus oscuros ojos de los de ella.

Minerva asintió.

– Los Macgregor han trabajado esa tierra desde antes de la Conquista… Desahuciarlos provocaría un montón de agitación en el ducado… Porque, si puede pasarles a ellos, ¿quién está a salvo? Eso no es algo que necesitemos en esta época tan incierta. Además, la cuestión no es tan sencilla como Falwell cree. Bajo el acuerdo de alquiler, la reparación del daño por desgaste provocado por el uso cae sobre el inquilino, pero el trabajo estructural y las reparaciones necesarias para compensar los efectos del tiempo y el clima… Eso sin duda es la responsabilidad del ducado.

»Sin embargo, en un aspecto Falwell y Kelso tienen razón… El estado no puede reparar el primer tipo de daño, el de desgaste provocado por el uso. Si hiciéramos eso nos veríamos desbordados por peticiones de cada inquilino con la misma consideración… Pero las casas de Usway Burn están en tal estado actualmente, que no es posible reparar la estructura sin reparar simultáneamente los elementos desgastados por el uso.

– Entonces, ¿qué sugieres?

– Los Macgregor y Kelso no se llevan bien, nunca lo han hecho, debido a la situación actual. Pero los Macgregor, si se aproximan correctamente, no son ni irrazonables ni intratables. La situación, tal como está ahora, es que las casas necesitan reparación urgentemente, y que los Macgregor quieren seguir trabajando esa tierra. Yo sugeriría un compromiso… algún sistema según el cual tanto el ducado como los Macgregor contribuyan al resultado, y a los subsiguientes beneficios.

Royce la examinó en silencio. Ella esperó, sin sentirse mínimamente incómoda por su escrutinio. Se sentía más distraída por el encanto que no había disminuido ni siquiera cuando, como antes con sus hermanas, se veía en dificultades. Siempre había encontrado fascinante el peligro que subyacía en él… la sensación de tratar con un ser que no era totalmente seguro. Que no estaba domesticado, que no era tan civilizado como parecía.

Su ser real vigilaba bajo su elegante exterior… Estaba en sus ojos, en el conjunto de sus labios, en la disfrazada fortaleza de sus manos de largos dedos.

– Corrígeme si me equivoco -Su voz era un grave e hipnótico ronroneo, -pero cualquier esfuerzo de colaboración sería ir más allá de los lazos de lo que recuerdo que los acuerdos de alquiler solían ser en Wolverstone.

Minerva inhaló profundamente para eliminar la constricción que aprisionaba sus pulmones.

– Los acuerdos tienen que ser renegociados y redibujados. Francamente, necesitan una revisión que refleje mejor las realidades de esta época.

– ¿Mi padre estaba de acuerdo?

Minerva deseó poder mentir.

– No. Él era muy suyo, como ya sabes. Además, era enemigo de los cambios -Después de un momento, añadió: -Por eso es por lo que aplazó la toma de cualquier decisión sobre las casas. Sabía que desahuciar a los Macgregor y derribar las casas era una equivocación, pero no podía traicionarse a sí mismo resolviendo la cuestión alterando la tradición.

Royce levantó una ceja.

– La tradición en cuestión implica la viabilidad financiera del ducado.

– Que solo podría fortalecerse consiguiendo que se hicieran acuerdos más equitativos, unos que animen a los inquilinos a invertir en sus terrenos, a hacer mejoras ellos mismos, en lugar de dejarlo todo al terrateniente… que en propiedades tan grandes como Wolverstone generalmente significa que nada se hace, y que la tierra y los edificios se deterioran lentamente, como en este caso.

Otro silencio siguió, y después Royce bajó la mirada. Sin pensar, dio unos golpecitos sobre el vade.

– Ésta no es una decisión que podamos tomar a la ligera.

Minerva dudó un momento, y después dijo:

– No, pero debemos tomarla pronto.

Sin levantar la cabeza, el duque la miró.

– Tú evitaste que mi padre tomara una decisión al respecto, ¿no es cierto?

Manteniendo su oscura mirada, dudó qué decir… pero él conocía la verdad; su tono lo decía.

– Me aseguré de que recordara los resultados predecibles de estar de acuerdo con Falwell y Kelso.

Royce levantó ambas cejas, y Minerva se preguntó si había estado tan seguro como su tono había sugerido, o si ella le había revelado algo que él no sabía.

El duque miró su mano, que ahora tenía extendida sobre el vade de escritorio.

– Necesito ver esas casas…

Una llamada a la puerta lo interrumpió. Royce frunció el ceño y levantó la mirada.

– Adelante.

Retford entró.

– Su Excelencia, el señor Collier, de Collier, Collier & Whitticombe, ha llegado. Está esperándole en el vestíbulo. Desea que le informe de que está totalmente a su servicio.

Royce hizo una mueca interiormente. Miró a su ama de llaves, que estaba revelando profundidades inesperadas de fortaleza y determinación. Había sido capaz, no de manipular, sino de influenciar a su padre… lo que hacía que se sintiera incómodo. No es que no creyera que ella hubiera actuado por otra razón que no fuera la más pura de las motivaciones; sus argumentos estaban movidos por su visión de lo que era mejor para Wolverstone y su gente. Pero el hecho de que ella se hubiera impuesto contra la violenta, y a menudo acosadora, voluntad de su padre (sin importar cuánto hubiera envejecido, esto no habría cambiado) combinada con su propia obsesión por ella, que no solo continuaba, sino que crecía… Todo esto agravaba su necesidad de confiar en ella, de mantenerla cerca, y de interactuar con ella diariamente.

Sus hermanas, en comparación, eran una irritación menor.

Minerva era… un grave problema.

Sobre todo porque todo lo que decía, todo lo que exhortaba, todo lo que era, le apetecía… No al frío, tranquilo y calculador duque, sino a la otra parte de él, la parte que cabalgaba jóvenes sementales recién domados sobre las colinas y los valles a velocidad demencial.

El lado que no era frío, ni tranquilo.

No sabía qué hacer con ella, cómo sobrellevarla con seguridad.

Miró el reloj sobre el buró junto a la pared, y después a Retford.

– Dile a Collier que suba.

Retford hizo una reverencia y se retiró.

Royce miró a Minerva.

– Es casi la hora de vestirse para la cena. Veré a Collier, y dispondré que lea la voluntad después de cenar. ¿Podrías hacer que Jeffers le prepare una habitación y que le sirva la cena?

– Sí, por supuesto -Minerva se levantó, y lo miró mientras él también se incorporaba. -Te veré en la cena.

Se giró y caminó hasta la puerta; Royce la miró mientras la abría, y cuando salió, el duque exhaló y se hundió de nuevo en su butaca.