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Tomaron la cena en una atmósfera sobria aunque civilizada. Margaret y Aurelia habían decidido ser cautas; ambas evitaron los temas que podrían irritarlo y, en general, contuvieron sus lenguas.

Susannah les pidió que guardaran silencio cuando comenzaron a relatar una serie de los últimos cotilleos, censurados en deferencia a la muerte de su padre. Sin embargo, añadió un bienvenido toque de animación al que sus cuñados respondieron con un agradable buen humor.

Cenaron en el comedor familiar. Aunque era mucho más pequeño que el comedor principal, a la mesa aún podían sentarse catorce; ya que eran solo ocho repartidos a lo largo del tablero, aún quedaba mucho espacio entre cada uno, lo que ayudó a Royce a contener su mal carácter.

La comida, la primera que compartía con sus hermanas después de dieciséis años, fue mejor de lo que había esperado. Cuando se retiraron las bandejas, anunció que la lectura de la voluntad tendría lugar en la biblioteca.

Margaret frunció el ceño.

– El salón sería más conveniente.

Royce levantó las cejas y dejó su servilleta junto a su plato.

– Si lo deseáis podéis acudir al salón. Yo, sin embargo, voy a la biblioteca.

Margaret apretó los labios, pero se incorporó y lo siguió.

Collier, un pulcro individuo de unos cincuenta años con anteojos, estaba esperándoles un poco nervioso, pero cuando se acomodaron en los sofás y sillas, se aclaró la garganta y comenzó a leer. Su dicción era lo suficientemente clara y precisa para que todo el mundo lo oyera mientras leía cláusula tras cláusula.

No hubo sorpresas. El ducado por completo, su propiedad privada y todas las inversiones eran para Royce; aparte de algunos legados y anualidades menores, algunas nuevas y otras ya otorgadas, todo era suyo para que hiciera lo que deseara.

Margaret y Aurelia se mantuvieron en silencio. Sus generosas anualidades estaban confirmadas, aunque no habían sido incrementadas; Minerva dudaba que hubieran esperado algo más.

Cuando Collier terminó y preguntó si había alguna pregunta, no recibió ninguna; entonces el ama de llaves se levantó de la silla de respaldo recto que había ocupado y preguntó a Margaret si quería acudir al salón para tomar el té.

Margaret se lo pensó, y después negó con la cabeza.

– No, gracias, querida. Creo que me retiraré… -Miró a Aurelia. -¿Sería posible que Aurelia y yo tomáramos el té en mi habitación?

Aurelia asintió.

– Con el viaje y este triste asunto, estoy realmente cansada.

– Sí, por supuesto. Haré que os suban una bandeja-Minerva se dirigió ahora a Susannah.

Esta sonrió suavemente.

– Creo que yo también me retiraré, pero no quiero té -Hizo una pausa mientras sus hermanas mayores se levantaban y se dirigían a la puerta del brazo, y después se dirigió de nuevo a Minerva. -¿Cuándo llegará el resto de la familia?

– Esperamos a tus tíos y tías mañana, y el resto sin duda llegarán a continuación.

– Bien. Si voy a estar atrapada aquí con Margaret y Aurelia, voy a necesitar compañía -Susannah miró a su alrededor, y después suspiró. -Estoy muerta. Te veré mañana.

Minerva habló con Hubert, que pidió que mandaran una tisana a su habitación, y después se retiró. Peter y David se sirvieron whisky del tántalo [3], mientras Royce hablaba con Collier junto a su escritorio. Minerva los dejó con sus asuntos y se marchó para pedir la bandeja de té y la tisana.

Cuando lo hubo hecho, se dirigió de vuelta a la biblioteca.

Peter y David se encontraron con ella en el pasillo; intercambiaron las buenas noches y continuaron sus respectivos caminos.

Ante la puerta de la biblioteca, Minerva vaciló. No había visto marcharse a Collier. Dudaba que Royce precisara ayuda, aunque necesitaba asegurarse de si el duque requería algo más de ella aquella noche. Giró el pomo, abrió la puerta y entró silenciosamente.

El brillo de las lámparas del escritorio y de las que estaban junto a los sofás no llegaba hasta la puerta. Se detuvo en las sombras. Royce estaba aún hablando con Collier, ambos en el espacio entre el enorme escritorio y la ventana junto a este, mirando el nocturno exterior mientras conversaban.

Se acercó, silenciosamente, intentando no interrumpir.

Y escuchó a Royce preguntar a Collier su opinión sobre los acuerdos de alquiler de las casas.

– Los fundamentos del país, su Excelencia. Todas las grandes propiedades dependen de este sistema… Que ha sido probado durante generaciones, y es, hablando totalmente, sólido y fiable.

– Tengo una situación -dijo Royce-en la que se me ha sugerido que algunas modificaciones de la fórmula tradicional de arrendamiento serían beneficiosas para todos los implicados.

– No se deje tentar, su Excelencia. Se habla mucho hoy en día sobre alterar los modos tradicionales, pero ese es un camino peligroso y potencialmente destructivo.

– ¿De modo que tu consejo es que deje las cosas como están, y que me adhiera a la antigua fórmula estándar?

Minerva se introdujo en las sombras a la espalda de Royce. Quería escuchar aquello, preferiblemente sin llamar la atención sobre su presencia.

– Efectivamente, su Excelencia. Si puedo ser claro -Collier hinchó el pecho, -no podría hacer nada mejor que seguir el camino de su difunto padre en tales asuntos. Era riguroso con la corrección legal, y preservó e hizo crecer el ducado significativamente durante su ocupación. Era astuto e inteligente, y nunca intentó cambiar lo que funcionaba bien. Mi consejo es que, siempre que surja alguna cuestión, su mejor opción será preguntarse qué habría hecho su padre, y hacer precisamente eso. Tómelo como modelo, y todo irá bien… es lo que él habría deseado.

Royce, con las manos entrelazadas a su espalda, inclinó la cabeza.

– Gracias por tu consejo, Collier. Creo que ya se te ha preparado una habitación… Si encuentras alguna dificultad para localizarla, pregunta a alguno de los lacayos.

– Así lo haré, su Excelencia -Collier hizo una reverencia. -Espero que tenga una buena noche.

Royce asintió. Esperó hasta que Collier hubo cerrado la puerta a su espalda antes de decir:

– ¿Lo has oído?

Sabía que ella estaba allí, en las sombras. Lo había sabido desde el mismo momento en el que Minerva había entrado en la habitación.

– Sí, lo he oído.

– ¿Y? -No hizo ningún movimiento ni se apartó de la ventana y de la vista de la oscura noche en el exterior.

Minerva se acercó al escritorio, exhaló un profundo suspiro y después afirmó:

– Está equivocado.

– ¿Eh?

– Tu padre no deseaba que fueras como él.

Royce se quedó inmóvil, pero no se giró. Después de un momento, preguntó, tranquilamente aunque con gravedad:

– ¿A qué te refieres?

– En sus últimos momentos, cuando yo estaba aquí, en la biblioteca, con él, me dio un mensaje para ti. He estado esperando el momento adecuado para contártelo, para que pudieras comprender lo que quería decir.

– Dímelo ahora -Era una áspera demanda.

– Dijo: "Dile a Royce que no cometa los mismos errores que yo he cometido".

Siguió un largo silencio, y después el duque preguntó en un tono de voz bajo y tranquilamente mortífero.

– ¿Y qué es, en tu opinión, lo que debo entender de eso?

Ella tragó saliva.

– Hablaba en términos generales. Sabía que se estaba muriendo, y eso fue lo único que sintió que tenía que decirme.

– ¿Y crees que él deseaba que lo usara como consejo en el asunto de las casas?

– No puedo saberlo… Eres tú quien tiene que decidirlo e interpretarlo. Yo solo puedo decirte lo que él dijo aquel día.

Minerva esperó. Royce tenía los dedos tensos y las manos entrelazadas con fuerza. Incluso desde donde estaba, el ama de llaves podía sentir la peligrosa energía de su carácter, los torbellinos arremolinándose y azotando en una tempestad que estaba reuniéndose a su alrededor.

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[3] Armarito en el que se guardan los decantadores de licores.