Las grandes damas estaban obsesionadas con la necesidad de que se casase y proporcionarse un heredero. Lo que ni Trevor ni su ama de llaves, a quien había visto después del desayuno, habían descubierto aún era el motivo de tal intensidad, casi un aire de urgencia bajo la posición de las damas de mayor edad.
Algo definitivamente estaba en marcha; su instinto, perfeccionado por años de conspiraciones, evasiones y tejemanejes militares, era más que afilado.
– Buenos días, Wolverstone.
El determinado tono femenino lo sacó de sus pensamientos. Su mirada se encontró con un par de impresionantes ojos avellana. Necesitó un instante para ubicarlos… Un hecho que la dama notó con algo parecido a la exasperación.
– Lady Augusta -Se acercó a ella, tomó la mano que le ofreció, e hizo una ligera reverencia.
Al caballero junto a ella, le ofreció la mano.
– Señor.
El marqués de Huntly sonrió benignamente.
– Ha pasado mucho tiempo, Royce. Es una lástima que tengamos que encontrarnos de nuevo en tales circunstancias.
– Así es -Lady Augusta, marquesa de Huntly, una de las damas más influyentes de la clase alta, lo miró calculadoramente. -Pero, dejando a un lado las circunstancias, tenemos que hablar, muchacho, sobre tu esposa. Debes casarte, y pronto… Llevas postergando la decisión toda una década, pero ahora ha llegado el momento, y tienes que elegir.
– Estamos aquí para enterrar a mi padre -El tono de Royce hizo que la afirmación pareciera una reprimenda no demasiado sutil.
Lady Augusta resopló.
– Así es -Le clavó un dedo en el pecho. -Ese es precisamente mi punto de vista. Nada de luto para ti… En estas circunstancias, la sociedad te excusará, y de buena gana.
– ¡Lady Augusta! -Minerva bajó corriendo la escalera principal. -La esperábamos ayer, y me preguntaba qué había pasado.
– Hubert fue lo que pasó, o mejor llamémoslo Westminster. Se retrasó, de modo que nos pusimos en camino más tarde de lo que yo habría deseado -Augusta se giró para envolverla en un cálido abrazo. -¿Y tú cómo estás, niña? Arreglándotelas con el hijo tan bien como lo hacías con el padre, ¿eh?
Minerva echó a Royce una mirada, y rezó por que mantuviera la boca cerrada.
– No estoy segura de eso, pero subamos las escaleras -Enlazó su brazo con el de Augusta, y después hizo lo mismo con Hubert en el otro lado. -Helena y Horatia ya han llegado. Están en el salón de la planta de arriba, el del ala oeste.
Charlando despreocupadamente, empujó a la pareja escaleras arriba con determinación. Mientras entraban en la galería, Minerva miró hacia abajo y vio a Royce de pie donde lo había dejado, con una expresión que era como un cumulonimbo sobre su generalmente impasible rostro.
Cuando sus ojos se encontraron, el ama de llaves se encogió de hombros y alzó las cejas; aún tenía que descubrir lo que estaba alimentando el ávido interés de las grandes damas en el asunto de su esposa.
Interpretando su mirada, Royce contempló cómo guiaba a la pareja hasta perderles de vista, y estuvo incluso más seguro de que Letitia había tenido razón.
Fuera lo que fuese lo que se acercaba, no iba a gustarle.
CAPÍTULO 05
Aquella noche, Royce entró en el salón principal de mal humor; ni él, ni Minerva, ni Trevor, habían conseguido descubrir qué estaba pasando exactamente. El amplio salón estaba abarrotado, no solo por la familia, sino también por la élite de la clase alta, incluidos representantes de la Corona y de los Lores, todos reunidos para el funeral del día siguiente, hablando en susurros mientras esperaban la llamada a cenar.
Royce se detuvo justo en el umbral, y examinó la asamblea… E instantáneamente percibió la respuesta a su necesidad más abrumadora. La dama más poderosa de todas ellas, lady Therese Osbaldestone, estaba sentada entre Helena y Horatia en el sofá ante la chimenea. Podría haber sido una simple baronesa en compañía de duquesas, marquesas y condesas, pero tenía más poder, político y social, que cualquier otra dama de la clase alta.
Más aún, estaba en excelentes términos con las mencionadas duquesas, marquesas y condesas; cualquier cosa que decretase, ellas lo apoyarían. Ahí yacía gran parte de su poder, especialmente sobre la mitad masculina de la sociedad.
Royce siempre la había tratado con respeto. El poder, su consecución y mantenimiento, era algo que él entendía; se había criado en aquel ambiente… Y eso era algo que aquella señora apreciaba.
Debía de haber llegado mientras él estaba fuera montando.
Caminó hasta el sofá, inclinó la cabeza ante sus compañeras y después hacia ella.
– Lady Osbaldestone.
Unos intensos ojos negros (de verdadera obsidiana) se concentraron en su rostro. La dama asintió, intentando leerlo, pero sin conseguirlo.
– Wolverstone.
Era la primera vez que ella lo había llamado así… La primera vez que él sentía el peso del mando sobre sus hombros. Tomó la mano que le ofrecía e hizo una reverencia, con cuidado de no exagerar: ella respetaba a aquellos que conocen su lugar, a los que sabían qué se esperaba de ellos.
– Mis condolencias por la muerte de tu padre. Lamentablemente, es un día que ha de tocarnos a todos, aunque en este caso el momento podría haber sido mejor.
Royce inclinó la cabeza.
Ella murmuró un suave "humph".
– Tenemos que hablar… Más tarde.
El duque respondió con una ligera reverencia.
– Más tarde.
Tragándose su impaciencia, se alejó, dejando que se acercaran a él sus familiares y conocidos, a los que había estado evitando hasta entonces. Sus bienvenidas y condolencias le crispaban los nervios; se sintió aliviado cuando Minerva se unió al círculo a su alrededor y comenzó a distraer a aquellos con los que ya había hablado, haciendo que se alejaran, sutil, aunque efectivamente.
Cuando Retford anunció que la cena estaba servida, Minerva lo miró a los ojos, y susurró mientras pasaba a su lado: "Lady Augusta".
Asumió que se refería a que debía guiarla hasta el comedor; localizó a la marquesa… Aunque sus sentidos, hechizados por Minerva, continuaron siguiéndola. No estaba haciendo nada para atraer su atención. Debido al luto que vestía, debía haberse difuminado en el mar de negro que lo rodeaba; en lugar de eso, ella (solo ella) parecía brillar en su conciencia. Hizo un esfuerzo para apartar su mente de su ama de llaves, se rindió al deber y guió a lady Augusta, mientras intentaba apartar el persistente, elusivo y lascivo aroma femenino de Minerva de su cerebro.
Las conversaciones en el salón se habían callado. Continuando la tendencia, la cena resultó una comida inesperadamente sombría, como si todo el mundo hubiera recordado de pronto por qué estaban allí… Y quién no estaría ya más. Por primera vez desde que vio el cuerpo, se sintió conmovido por la ausencia de su padre, sentado en la gran silla donde su padre solía sentarse, mirando la larga mesa, compartida con más de sesenta personas, y con Margaret sentada en el otro extremo.
Una perspectiva distinta, una que no había tenido previamente.
Su mirada volvió a Minerva, que estaba sentada en el centro de la mesa, frente a Susannah, y rodeada por sus primos. Eran nueve primos, de ambos lados de su familia, Varisey y Debraigh; dado el número de asistentes, no esperaban a sus primas más jóvenes.
Su tío materno, el conde de Catersham, estaba sentado a la derecha de Margaret, mientras la mayor de sus tías paternas, Winifred, condesa de Barraclough, estaba sentada a la izquierda de Royce. Más allá se sentaba su heredero, Lord Edwin Varisey, el tercer hermano de la generación de su abuelo, mientras que a su derecha, cerca de lady Augusta y frente a Edwin, estaba su primo, Gordon Varisey, el hijo mayor del difunto Cameron Varisey, el hermano menor de Edwin; después de Edwin, que no tenía hijos, Gordon era el siguiente en la línea sucesoria del ducado.