Agradecido, circuló, imaginándose que su ama de llaves le diría que debería hacerlo… Añoraba escuchar sus palabras, añoraba tenerla a su lado, dirigiéndolo con delicadeza.
El velatorio no tardó demasiado en disolverse. Algunos invitados, incluidos todos aquellos que tenían que apresurarse en volver a la vida política, habían dispuesto sus partidas a su término; se marcharon cuando sus carruajes fueron anunciados. Se estrecharon las manos, se despidieron, y observó con alivio que sus coches disminuían.
Aquellos que pretendían quedarse (una parte de la clase alta incluyendo a la mayoría de las grandes damas, así como muchos de sus familiares) desaparecieron en grupos de dos o tres, para pasear por los jardines, o para sentarse en grupos y lenta, gradualmente, dejó que sus vidas habituales, que sus usuales intereses, los reclamaran.
Después de despedir al último carruaje, después de ver a Minerva salir a la terraza con Letitia y Rose, Royce escapó a la sala de billar, sin sorprenderse por encontrar a sus amigos, y a Christian y Devil, ya allí.
Jugaron un par de partidas, pero sus corazones no estaban en ello.
Mientras el sol se ponía lentamente, surcando el cielo con serpentinas rojas y violetas, se acomodaron en las confortables butacas junto a la chimenea, salpicando el silencio con el ocasional comentario sobre esto o aquello.
Fue en aquel envolvente y prolongado silencio cuando Devil murmuró por fin:
– Sobre tu boda…
Desplomado sobre una butaca, Royce giró lentamente la cabeza hacia Devil con una mirada imperturbable.
Devil suspiró.
– Sí, lo se… Soy el menos indicado para hablar. Pero George y Catersham tienen que marcharse… Y a ambos, aparentemente, se les ha pedido que te comenten el tema. Ambos me pidieron también que asumiera su encargo. Es extraño, ya lo sé, pero aquí me tienes.
Royce miró a los cinco hombres que estaban acomodados en distintas poses a su alrededor; a todos ellos confiaría su vida. Dejó que su cabeza cayera hacia atrás y fijó su mirada en el techo.
– Lady Osbaldestone me ha contado una historia sobre una hipotética amenaza hacia el título que a las grandes damas se les ha metido en la cabeza que es algo grave… Por lo que creen que debo casarme lo antes posible.
– Diría que la amenaza no es totalmente hipotética.
Fue Christian quien habló; Royce sintió que un escalofrío le recorría la espalda. En ese tema, Christian era quien mejor podía apreciar cómo se sentía Royce sobre tal amenaza. Además, él tenía la mejor información sobre los oscuros hechos que se conjuraban en la capital.
Manteniendo la mirada en el techo, Royce preguntó:
– ¿Alguien más había oído algo de esto?
Todos lo habían hecho. Cada uno había estado esperando un momento para hablar con él en privado, sin saber que los demás tenían advertencias similares que entregar.
Entonces Devil sacó una carta de su bolsillo.
– No tengo ni idea de qué es lo que hay dentro. Montague sabía que iba a venir al norte y me pidió que te la entregara, personalmente, después del funeral. Me especificó que fuera después, lo que parece ser ahora.
Royce tomó la carta y rompió el sello. Los demás se mantuvieron en silencio mientras leía los dos pliegos que contenía. Al llegar al final, dobló las hojas lentamente; mirándolos, les informó:
– Según Montague, Prinny y sus alegres hombres han estado haciendo preguntas sobre cómo efectuar el retorno de un título de señorío y sus propiedades en caso de herencia vacante. Las buenas noticias son que tal maniobra, incluso si se ejecuta con éxito, tardaría cierto número de años en tener efecto, dado que la reclamación obtendría resistencia, y que la vacancia sería impugnada ante los Lores. Y como todos sabemos, la necesidad de Prinny es urgente, y su visión a corto plazo. Sin embargo, apelando a la debida deferencia, la sugerencia de Montague es que sería prudente que mi boda tuviera lugar en los próximos meses, debido a que algunos de los hombres de Prinny no son tan cortos de miras como su maestro.
Royce levantó la cabeza y miró a Christian.
– En tu opinión profesional, ¿estoy en peligro de ser asesinado para reafirmar las arcas de Prinny?
Christian sonrió.
– No. Siendo realistas, para que Prinny reclamara la propiedad a tu muerte necesitaría que pareciera un accidente, y mientras estés en Wolverstone, esto sería casi imposible de organizar -Miró a Royce a los ojos. -Y menos contigo.
Solo Christian y los otros miembros del club Bastión sabían que uno de los roles menos conocidos de Royce en los últimos dieciséis años había sido verdugo secreto para el gobierno; dadas sus habilidades particulares, asesinarlo no sería fácil.
Royce asintió.
– Muy bien… Entonces parece que la amenaza es potencialmente real, pero que el grado de urgencia quizá no es tan enorme como piensan las grandes damas.
– Cierto -Miles miró a los ojos a Royce. -Pero eso no supone una diferencia tan grande, ¿no? Al menos no para las grandes damas.
El día finalmente había llegado a su fin. Minerva tenía un último deber que realizar antes de retirarse a la cama; se sentía exhausta, más emocionalmente agotada de lo que había esperado, y aunque todos los demás se habían retirado a sus habitaciones, se obligó a sí misma a ir a la habitación matinal de la duquesa para coger la carpeta, y después caminó a través de los oscuros pasillos de la torre hasta el estudio.
Estaba a punto de coger el pomo de la puerta cuando se dio cuenta de que alguien estaba en el interior. No se veía luz bajo la puerta, pero la tenue luz de la luna estaba rota por una sombra, una que se movía repetitivamente hacia delante y hacia atrás…
Royce estaba allí. Andando de un lado a otro una vez más.
Enfadado.
Minerva miró la puerta… Y lo supo, sencillamente, como si de algún modo pudiera sentir su estado de ánimo incluso a través del panel de roble. Dudó, sintió el peso del folio en su mano… Levantó la mano libre, tocó una vez, y entonces cogió el pomo, abrió la puerta y entró.
Royce era una densa y oscura sombra ante la ventana sin cortinas. Se giró cuando ella entró.
– Márchate…
Su mirada la golpeó. Sintió su impacto, la oscura intensidad con la que sus ojos se habían clavado en ella. Se dio cuenta de que, gracias a la tenue luz de la luna que entraba por la ventana, él podía verla, sus movimientos, su expresión, mucho mejor de lo que ella podía verlo a él.
Moviéndose con deliberada lentitud, cerró la puerta a su espalda.
Royce se quedó inmóvil.
– ¿Qué es eso? -Su tono era letal, furioso, casi sin contención.
Acunando el folio en sus brazos, resistiendo la necesidad de apretarlo contra su pecho, dijo:
– Lady Osbaldestone me contó la razón por la que las grandes damas creen que necesitas casarte tan pronto como sea posible. Me dijo que también te la había contado a ti.
El asintió lacónicamente.
– Lo hizo.
Minerva podía sentir la profundidad de la rabia que estaba, temporalmente, suprimiendo; para ella, experta como era en el carácter de los Varisey, parecía mayor que la que la situación podría haber provocado.
– Sé que esto debería ser lo último a lo que esperarías enfrentarte, verte obligado a casarte en este momento, pero… -Entornó los ojos, intentando ver su expresión a través de las envolventes sombras. -Esperabas casarte… Casi seguramente antes de un año. Esto adelanta un poco la cuestión, pero materialmente no la cambia tanto, ¿no?
Royce sabía que estaba intentando comprender su furia. Minerva estaba allí, sin el más mínimo miedo cuando la mayoría de los hombres a los que conocía estarían retrocediendo hacia la puerta… Es más, ni siquiera se habrían atrevido a entrar.
Y de todos a los que consideraba amigos, ella era la única que podía entender, que seguramente entendía…