Decidiendo que tener una lucha de posesión sobre su mano con su Excelencia, el duque de Wolverstone, en su propio establo, mientras eran observados por varios empleados tic su servicio, no era un esfuerzo del que fuera a obtener nada, contuvo su lengua y caminó hacia la torre a su lado.
Tenía que elegir el momento, su momento. Su campo de batalla.
Él la guió hasta la casa por el patio oeste; pero en lugar de tomar su ruta habitual hasta el vestíbulo frontal y las escaleras principales, giró hacia el otro lado; Minerva se dio cuenta de que se dirigían a la escalera oeste de la torre, una escalera que apenas se usaba y desde la que podían llegar a la galería, que no estaba lejos de sus habitaciones.
Hasta que se dirigió hacia allí, Minerva no había estado segura de lo que Royce pretendía, pero dada su preferencia por la escalera secundaria… La estaba llevando a su habitación.
Minerva escogió el pequeño vestíbulo a los pies de la escalera de la torre para oponer resistencia. Allí cerca no había sirvientes, ni nadie que pudiera verlos, y ni mucho menos interrumpirlos. Cuando llegó a la escalera, se detuvo. Se mantuvo firme cuando él intentó atraerla hacia delante. Royce miró a su alrededor, y después a sus ojos… Y vio su determinación. Arqueó una ceja.
– Lo que tienes en mente no va a ocurrir -Hizo aquella afirmación claramente, sin alterar la voz. No era un desafío, sino la afirmación de un hecho. Quería que soltara su mano, perder la sensación de sus largos y fuertes dedos cerrados sobre los suyos, pero sabía el mejor modo de provocar esta reacción. En lugar de eso, lo miró a los ojos decididamente. -Ni siquiera volverás a besarme.
Los ojos de Royce se entornaron; girando su rostro hacia ella, abrió la boca…
– No. No lo harás. Puede que me desees, pero eso es, como ambos sabemos, solo una reacción por haberte visto obligado a nombrar a tu esposa. Te durará un día o dos, a lo sumo, ¿y después qué? Es posible que la única razón por la que te has fijado en mí sea que soy una de las pocas damas de la casa que no forman parte de tu familia. Pero no voy a caer en tu cama sólo porque tú hayas decidido que te apetece. Soy tu ama de llaves, no tu amante -Cogió aire, y sostuvo su mirada. -Así que vamos a fingir, vamos a comportarnos como si lo que acaba de pasar en Lord's Seat… No hubiera ocurrido.
Aquel era el único modo en el que podía pensar para sobrevivir, con el corazón intacto, al tiempo que le restaba siendo su ama de llaves, para cumplir con la promesa de sus padres, y después dejar Wolverstone y empezar una nueva vida.
En alguna parte.
En alguna parte muy lejos de Royce, para que nunca pudiera encontrárselo de nuevo, ni siquiera poner sus ojos otra vez en él. Porque después de lo que acababa de ocurrir en Lord's Seat, iba a arrepentirse de no haber dejado que las cosas siguieran su curso, iba a arrepentirse de no haber dejado que él la llevara a su cama.
Y ese arrepentimiento duraría para siempre.
Royce vio que su negativa se formaba en sus labios… Unos labios que acababa de besar, de poseer, y que ahora sabía sin duda que eran suyos. Escuchó las palabras, les encontró sentido, pero las reacciones que pedían lo dejaron tambaleándose interiormente. Como si Minerva hubiera levantado un sable y lo hubiera blandido sobre su cabeza.
No podía estar hablando en serio… Aunque veía que así era.
Royce había dejado de pensar racionalmente en el mismo instante en que había poseído sus labios, en el momento en que se introdujo en su boca y la besó. Cuando la reclamó. Había pasado el camino a casa anticipando su reclamación sobre ella de un modo más absoluto, y más bíblico… Y ahora ella se negaba.
Más aún, insistía en que ignoraran aquel incendiario beso, como si no lo hubiera correspondido.
Y lo que era peor, lo acusaba de seducirla sin desearla… De que la llevaría a su cama sin ningún sentimiento, como si ella fuera solo un cuerpo femenino para él. Interiormente, frunció el ceño. Se sentía ofendido, aunque…
Era un Varisey, hasta ahora, en su esfera, arquetípicamente… Minerva tenía razones para creer que cualquier mujer le serviría.
Pero no serviría ninguna otra. Lo sabía en su interior.
Mantuvo su mirada.
– Me deseas tanto como yo te deseo a ti.
Minerva levantó la barbilla.
– Quizá. ¿Pero recuerdas la razón por la que no he aceptado ninguna oferta (de ningún tipo) de ningún caballero? Porque no me ofrecieron nada que yo deseara -Lo miró directamente a los ojos. -En este caso, nada que yo desee lo suficiente.
Su última palabra resonó en el hueco de la escalera, llenando el silencio que había caído entre ellos.
Era un claro e inequívoco desafío.
Uno que lo llamaba a un nivel que no podía negarse, pero podía ver en sus ojos, en su semblante de tranquila resolución, que no era consciente de que él lo aceptaría.
El antiguo señor de su interior ronroneó de anticipación. Interiormente, sonrió; exteriormente, mantuvo su expresión inasible.
El deseo, la lujuria y la necesidad aún galopaban a través de sus venas, pero dio rienda suelta a las tempestuosas emociones de su interior. La deseaba, y estaba decidido a tenerla. Había acudido al mirador totalmente decidido a hacer cualquier cosa que fuera necesaria para convencerla de que fuera suya… En todas las esferas relevantes, de la que aquello era solo una. Su primera prueba, aparentemente, era convencerla de que lo deseaba lo suficiente… A saber, mucho más de lo que ella creía.
La perspectiva de esforzarse para conseguir a una mujer era extraña, pero decidió dejar a un lado sus inquietudes.
Pretendía ofrecerle el ducado, el puesto de su duquesa; jugó con la idea de preguntarle si eso sería suficiente. Pero el desafío que ella le había planteado estaba basado en lo físico, no en lo material; debía contestarle en el mismo plano. Habría tiempo suficiente una vez que ella estuviera ocupando su cama para informarle de la posición permanente que pretendía que ella cubriera.
Su mirada bajó hasta su mano, que aún descansaba sobre la de Royce. Tenía que dejarla ir… por ahora.
Obligando a sus dedos a aliviar la presión, dejó que su mano, sus dedos, escaparan de entre los suyos. Vio, porque estaba observándola atentamente, que había liberado el aliento que había estado manteniendo. No retrocedió; bajó su brazo, pero por lo demás permaneció inmóvil. Observándolo.
Acertadamente; su lado más primitivo no estaba satisfecho dejándola ir, y estaba esperando solo una excusa para hacer caso omiso de sus deseos y del consejo de su yo más prudente.
Demasiado consciente del ser primitivo que rondaba bajo su piel, se obligó a girarse, y comenzó a subir las escaleras. Habló sin girarse.
– Te veré en el estudio en media hora, para hablar del molino.
Aquella tarde, el último traidor de Royce yacía desnudo sobre su espalda en la cama de la hermana menor de Royce.
Igualmente desnuda, Susannah estaba sobre su estómago, junto a él.
– Envié esa nota con el último correo de ayer… llegará a la ciudad hoy.
– Bien -Levantó un brazo y recorrió con sus dedos la exquisita curva de su trasero. -Será divertido ver si nuestra querida Helen acepta tu amable invitación.
– Pobre Royce, obligado por las grandes damas a elegir una esposa… Lo menos que puedo hacer es proporcionarle un poco de diversión.
– Con un poco de suerte, la hermosa condesa estará aquí el domingo.
– Uhm -Susannah parecía pensativa. -Realmente no puedo imaginármelo corriendo para anunciar su boda; no si no se ve obligado a ello. Cuando ella llegue, lo aplazará indefinidamente.
– O puede que cambie de idea. ¿De verdad no tienes ni idea de a quién ha escogido?
– No. Nadie lo sabe. Ni siquiera Minerva, lo que, como puedes suponer, la está sacando de quicio.
– ¿No puedes sacárselo tú? Después de todo, eres su hermana favorita.