Susannah resopló.
– Estamos hablando de Royce Varisey. Puede que me mire con mayor amabilidad de lo que lo hace con Margaret o Aurelia (y de verdad, ¿quién no lo haría?), pero "sacarle" algo sería literalmente el equivalente a sacar sangre de una piedra.
– Oh, bueno… Parece que tendremos que esperar con todos los demás para escucharlo. Una semana, más o menos… no es tanto.
Susannah se sentó.
– Espera un momento. Dijo que la demora de una semana era para conseguir el acuerdo de la dama -Se giró hacia él. -Si supiéramos con qué dama ha contactado…
Fue su turno de resoplar con sorna.
– Ni siquiera yo sugeriría que indujeras a Retford a que te contara con quién se está escribiendo su nuevo señor.
Susannah se golpeó el pecho con el dorso de la mano.
– Yo no, tonto… Minerva. Apuesto a que ella ya lo ha pensado -Sonrió, y después se deslizó sinuosa y sensualmente entre sus brazos. -Se lo pediré… después.
El la atrajo sobre su cuerpo, lamió sus labios, y deslizó una mano entre sus muslos.
– Por supuesto. Después.
CAPÍTULO 08
Aquella noche, Royce entró en el salón y, tranquilamente, examinó a los invitados que aún quedaban. Sus hermanas se habían quedado, aunque sus maridos se habían marchado; las tres habían decidido, aparentemente, darse un respiro de un par de semanas, aprovechándose de la estructura más libre y menos restrictiva de su hogar de soltero.
Las tres estaban permitiéndose aventuras bajo su techo… Aurelia y Susannah con dos de sus primos, Margaret con el marido de una de sus "amigas", que estaba, además, convenientemente liada con otro de sus primos.
Afortunadamente, él no era responsable en ningún sentido de ellos, ni de sus pecados o matrimonios. Por el momento, al menos, podían hacer lo que quisieran; ellos (sus hermanas, sus primos, y sus distintos amigos) le proporcionaban una tapadera para la seducción de su ama de llaves.
Por eso los toleraba… al menos por ahora. Estaba lo suficientemente tranquilo en su compañía; podía interactuar con ellos o ignorarlos, lo que escogiera.
Algunos habían mencionado que se quedaban para la feria de Alwinton, un par de semanas después. Era una festividad anual de la localidad; su madre a menudo había celebrado fiestas coincidiendo con el suceso. Cuando miró a su alrededor, notó ojos brillantes, mejillas enrojecidas y miradas llenas de significado; parecía que sus hermanas y primos estaban intentando recuperar aquella época juvenil y más despreocupada.
El, por el contrario, estaba intentando capturar a Minerva. Con suerte, la feria y la compañía distraería a sus hermanas de cualquier interés en sus asuntos fuera de lugar.
A pesar de que la frustración que había soportado hasta entonces no había tenido un propósito real, esa frustración aún continuaba. Aunque no duraría demasiado. Se obligo a sí mismo a acatar su disciplina en las pocas horas en las que disfrutaba de su compañía, discutiendo del molino y de otros asuntos del ducado… Adormeciéndola en una sensación de seguridad.
Para que creyera que estaba segura con él. De él.
Nada podía estar más lejos de la verdad, al menos no respecto a su punto de contención actual. Ella iba a terminar en su cama (desnuda) antes o después; estaba decidido a asegurarse de que aquello ocurriera.
La localizó en el centro de un grupo junto a la chimenea; aún llevaba luto, como sus hermanas, aunque el resto de invitadas femeninas habían cambiado el negro por vestidos de color lavanda o gris. Minerva aún brillaba como un faro ante él. Caminó a través de los invitados, dirigiéndose hacia ella.
Minerva lo vio acercarse; continuó sonriendo a Phillip Debraigh, que estaba entreteniendo al grupo con una historia, y se obligó a tomar lentas y profundas inhalaciones y un control más férreo sobre su compostura. Royce se había comportado, sin duda, precisamente como ella había estipulado, durante el resto de la mañana y de la tarde, cuando habían estado abstraídos en la correspondencia y sus dictados. No había razón para imaginar de repentinamente fuera a cambiar de táctica…
De no ser porque ella no creía del todo que él hubiera aceptado su negativa tan fácilmente.
Y por eso se tensaba, y sus pulmones se contraían, cuando él se acercaba. Phillip terminó su relato y se excusó, alejándose para unirse a otro grupo. El círculo se movió, se ajustó, y Royce se colocó a su lado.
Saludó a los demás con su acostumbrado y gélido aire urbano; después, miró a Minerva… y sonrió.
Un auténtico lobo. Que tenía algo planeado estaba totalmente claro por la expresión de sus oscuros ojos.
Los labios de Minerva se curvaron ligeramente, e inclinó la cabeza serenamente en respuesta.
Una de las damas comenzó a contar el último cotilleo de la clase alta.
Con los nervios de punta y los pulmones demasiado tensos, Minerva aprovechó el momento para murmurar:
– Si me disculpáis…
Retrocedió…
Y se detuvo, con los nervios crispados, cuando unos dedos largos y fuertes se cerraron (amablemente, aunque con fuerza) sobre su codo.
Royce se giró hacia ella, con una ceja arqueada.
– ¿Adónde vas?
Lejos de él. Miró la habitación a su alrededor.
– Debería ver si Margaret necesita algo.
– Creía que, como mi ama de llaves, tú debías permanecer a mi lado.
– Si me necesitas.
– Definitivamente, te necesito.
No se atrevió a mirarlo a la cara. Su tono ya era suficientemente malo; el tono de su profunda voz envió un escalofrío por su espalda.
– Bueno, entonces, seguramente, deberías hablar con los primos con los que has pasado menos tiempo. Henry y Arthur, por ejemplo.
La liberó y le hizo una señal para que continuara adelante.
– Tú primero -Caminó a su lado mientras ella se deslizaba a través de los invitados hacia el grupo en el que se encontraban los dos Varisey más jóvenes. Mientras se aproximaban, Royce murmuró: -Pero no intentes escabullirte de mí.
La manifiesta advertencia había cubierto el rostro de Minerva con una sonrisa. Saludó a Henry y Arthur, y permaneció junto a Royce mientras conversaban.
Rápidamente se dio cuenta de por qué había aparecido en el salón media hora antes de la cena… Para poder usar aquel tiempo para torturarla con un millar de pequeños roces. Nada más que los acostumbrados y educados gestos sin importancia que un caballero otorga a una dama, como cogerla del codo, un roce en el brazo, la sensación de su mano pululando por la parte de atrás de su cintura, y después acariciándola ligeramente…
Su pulso saltaba cada vez; cuando Retford apareció, por fin, para anunciar la cena, estaba deseando haber llevado su abanico. Tras el anuncio del mayordomo, miró a Royce, entornando sus ojos. A pesar de que su impasible semblante no se suavizó, se las arregló para expresar con sus ojos una suprema inocencia.
Los ojos de Minerva se convirtieron en dos diminutas líneas.
– No has sido inocente desde que naciste.
El sonrió (un gesto que, para ella, era una mala señal), y la tomó del brazo.
Aplastó desesperadamente su reacción, y señaló a una dama al otro lado de la habitación.
– Deberías acompañar a Caroline Courtney hasta el comedor.
– Lady Courtney puede encontrar su propio acompañante. Esto no es una cena formal -La miró de modo sugerente. -Yo disfrutaré mucho más acompañándote a ti.
Omitió deliberadamente "hasta el comedor", dejando que ella suministrara el contexto… Algo que la parte menos sensible de su mente estaba feliz de hacer. Maldición. Maldito Royce.
Llegaron a la mesa de la cena, y Royce la sentó a la izquierda de su enorme silla. Mientras él mismo tomaba asiento, Minerva aprovechó la oportunidad que le proporcionaba el ruido del resto de sillas al arrastrarse para murmurar:
– Esta estratagema tuya no va a funcionar -Lo miró a los ojos. -No voy a cambiar de idea.