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Abrió la puerta y entró. La habitación estaba a oscuras, pero ella la conocía bien. Caminó hacia la mesa que estaba tras el sofá más cercano, se detuvo, y después volvió a la puerta y la cerró. No tenía sentido arriesgarse.

Sonriendo para sí misma, caminó hasta la mesa junto al sofá, puso la mano en el yesquero y encendió la lámpara. La mecha parpadeó; esperó hasta que ardió establemente, y entonces colocó el cristal en su lugar, ajustó la llama… Y de repente sintió (supo) que no estaba sola. Levantó la mirada de la lámpara y vio… a Royce, sentado con su descuidada postura en el sofá opuesto. Mirándola.

– ¿Qué estás haciendo aquí? -Las palabras acudieron a sus labios mientras su aturdida mente calculaba las opciones.

– Esperándote.

Había cerrado la puerta. Mirándolo a los ojos, tan oscuros, con su mirada decidida y firme, supo que a pesar de que estaba en el sofá más alejado, si intentaba llegar a la puerta, él llegaría allí antes que ella.

– ¿Porqué?

Mantenerlo hablando parecía su única opción.

Asumiendo, por supuesto, que él quisiera hacerlo.

No lo hizo. En lugar de eso, se levantó lentamente.

– Gracias por cerrar la puerta.

– No estaba intentando ayudarte -Lo observó mientras caminaba hacia ella, se tragó su pánico, y se recordó a sí misma que correr no tenía sentido. No hay que darle la espalda a un depredador.

Royce rodeó el sofá, y ella se giró para mirarlo. Se detuvo ante ella, mirando su rostro… Como si estudiara sus rasgos, como si memorizara los detalles.

– Qué fue lo que dijiste… ¿que no ibas a volver a besarme?

Minerva se tensó.

– ¿Qué pasa con eso?

Los labios del duque se movieron de forma mínima.

– Que yo no estoy de acuerdo.

Minerva esperó, tensa a más no poder, a que él la atrapara, a que la besara de nuevo, pero no lo hizo. Se quedó mirándola, observándola, con su intensa mirada, como si aquello fuera algún juego y ese fuera su turno para mover.

Atrapada en su mirada, sintió que el calor se agitaba, que se elevaba entre ellos; desesperada, buscó algún modo de distraerlo.

– ¿Y qué pasa con tu esposa? Se supone que deberías estar preparando el anuncio de tu boda mientras hablamos.

– Estoy negociando. Mientras tanto… -Dio un paso adelante; instintivamente, Minerva dio un paso atrás. -Voy a besarte de nuevo.

Aquello era lo que Minerva temía. Royce dio otro paso, y ella retrocedió de nuevo.

– De hecho -murmuró, acortando la distancia entre ellos, -voy a besarte más de una vez, y quizá más de dos. Y no solo ahora, sino más tarde… Cada vez que quiera hacerlo.

Otro paso adelante de él, otro paso atrás de ella.

– Tengo intención de hacer que besarte sea una costumbre.

Minerva dio otro paso atrás rápidamente mientras él continuaba avanzando. Su mirada bajó hasta sus labios, y después revoloteó hasta sus ojos.

– Voy a pasar bastante tiempo saboreando tus labios, tu boca. Y después…

La espalda de Minerva golpeó la pared. Sorprendida, elevó las manos para mantenerlo apartado de ella.

Suavemente, Royce las cogió, una con cada una de las suyas, y dio un último paso. Sujetando las manos de la chica en la pared, a cada lado de su cabeza, bajó la suya y la miró a los ojos. Mantuvo su mirada implacablemente, desde apenas unos centímetros de distancia.

– Después de eso -Su voz se había hecho más grave, casi como un ronroneo que acariciaba sus sentidos, -voy a pasar incluso más tiempo saboreando el resto de tu cuerpo. Todo tu cuerpo. Cada centímetro de piel, cada hueco, cada curva. Voy a conocerte infinitamente mejor de lo que tú misma te conoces.

Minerva no podía hablar, no podía respirar… No podía pensar.

– Voy a conocerte íntimamente -Royce saboreó la palabra. -Tengo la intención de explorarte hasta que no quede nada más que descubrir… Hasta que sepa lo que te hace jadear, lo que te hace gemir, lo que te hace gritar. Y entonces te lo haré todo a la vez. Frecuentemente.

Tenía la espalda aplastada contra la pared; Royce no estaba apoyándose en ella (aún), pero con los brazos levantados, su chaqueta se había abierto; apenas había un centímetro separando su torso de sus pechos… Y ella podía sentir su calor. Por todo su cuerpo, podía sentir su cercanía, y su insinuada dureza.

Todo lo que su ansioso ser necesitaba para sentirse aliviado.

Pero… Tragó saliva, se obligó a sostener su mirada y elevó la barbilla.

– ¿Por qué estás contándome todo esto?

Sus labios se curvaron. Su mirada bajó hasta sus labios.

– Porque creo que es justo que lo sepas.

Minerva forzó una carcajada. Una sin aliento.

– Los Varisey nunca juegan limpio… ni siquiera estoy segura de que estés "jugando".

Sus labios se curvaron.

– Cierto -Su mirada volvió hasta sus ojos.

Minerva mantuvo su mirada.

– ¿Entonces por qué me lo cuentas?

Levantó una ceja maliciosamente.

– Porque tengo intención de seducirte, y creo que esto ayuda. ¿No está funcionando?

– No.

Sonrió entonces, lentamente, con sus ojos fijos en los de ella. Movió una mano, la giró, y cuando ella siguió su mirada de soslayo, vio que tenía las puntas de sus largos dedos sobre las venas de su muñeca.

– Tu pulso dice otra cosa.

Su absoluta e imperturbable arrogancia envió chispas a su temperamento. Volvió a mirarlo a la cara, y entornó los ojos.

– Eres el más engreído, diabólico, despiadado…

Royce la interrumpió, rodeando sus labios con los suyos, saboreando su furia… Convirtiéndola con implacable y diabólica eficiencia en algo incluso más ardiente.

Algo que fundía sus huesos, con lo que Minerva luchaba, pero sin poder contenerlo; el calor líquido explotó y fluyó en su interior, consumiendo sus intenciones, sus inhibiciones, y todas sus reservas.

Erradicando su sentido común.

Dejando solo ansia (buscando un alivio descarado, explícito) en su estela.

El duro empuje de su lengua, el pesado y firme peso de su cuerpo mientras se acercaba más y aprisionaba su cuerpo contra el muro, era lo único que sus inconscientes sentidos necesitaban. Su lengua se encontró con la de Royce en una flagrante unión; su cuerpo se tensó, no para apartarlo sino, con todos sus sentidos despiertos, para presionarse contra él.

Para unir su ansia con la de ella.

Para alimentar su deseo con el suyo.

Para mezclarse con él hasta que el poder se hiciera demasiado para que ningún de ellos lo soportara.

Esta, ahora, era su única opción; su parte racional se rindió, y la dejó libre para aprovechar el momento, para sacar de él todo lo que pudiera.

Para exprimir cada gota de placer.

Royce no le dio elección.

Ella le dejó incluso menos.

Durante largos minutos, maldiciendo mentalmente, Royce mantuvo sus manos cerradas sobre las de ella, presionándolas contra el muro a cada lado de su cabeza, por la única razón de que no confiaba en sí mismo. Y, teniendo en cuenta cómo estaba ella, extasiada por la pasión, confiaba en ella incluso menos.

Su cuerpo era un cálido cojín femenino presionado contra el suyo, con sus pechos firmes contra su torso, sus largas piernas contra las suyas, tentadoras y provocativas, con la suave tensión de su vientre acariciando su ya hinchada verga, como si le pidiera que se diera prisa en entrar.

Royce no había sabido que ella respondería como lo había hecho… zambulléndose instantáneamente en el fuego. El duque reconoció las llamas, pero con ella la conflagración amenazaba con descontrolarse, con escapar de su control.

Aquel descubrimiento había sido lo suficientemente sorprendente para romper el estanque que la lujuria y el deseo combinados habían reunido… Suficiente para permitirle reafirmar ese elemento esencial. El control, su control, era vital, no solo para él, sino incluso más para ella.

Así que se contuvo, luchó con la tentación, hasta que su mente se alzó sobre la niebla de sus atormentados sentidos.