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Los ojos de Minerva se encontraron con la oscura mirada de Royce, cosa que sabía que era mejor que asentir. Con los Varisey uno nunca debe conceder la más ligera ventaja; eran del tipo que, si uno se rinde un centímetro, toman el condado entero.

– La torre oeste está en esa dirección, pero tu habitación ya no está allí.

La tensión lo recorrió; el músculo de su mandíbula se tensó. Su voz, cuando habló, se había convertido en un gruñido de advertencia.

– ¿Dónde están mis cosas?

– En los aposentos ducales -En la parte central de la torre, al sur; no se molestó en contarle lo que él ya sabía.

Minerva retrocedió, justo lo suficiente para hacerle una señal para que se uniera a ella mientras, con tremenda osadía, le daba la espalda y comenzaba a caminar hacia la torre.

– Ahora eres el duque, y ésas son tus habitaciones. El servicio ha trabajado muy duro para tenerlo todo preparado allí, y la habitación de la torre oeste ha sido convertida en una habitación de invitados. Y antes de que lo preguntes -Escuchó que la seguía a regañadientes, con sus largas piernas acortando la distancia que los separaba en un par de zancadas, -todo lo que estaba en la habitación de la torre oeste está ahora en las habitaciones del duque… incluyendo, debo añadir, todas tus esferas armilares. He tenido que trasladarlas yo misma de una en una. Las criadas, e incluso el lacayo, se negaron a tocarlas por miedo a que se desarmaran entre sus manos.

Royce había amasado una exquisita colección de esferas astrológicas; Minerva esperaba que mencionarlas le animara a aceptar la necesaria reubicación.

Después de un momento durante el que caminó en silencio detrás de ella, dijo:

– ¿Y mis hermanas?

– Tu padre falleció el domingo, poco antes del mediodía. Te envié un mensajero inmediatamente, pero no estaba segura de lo que deseabas, así que esperé veinticuatro horas antes de informar a tus hermanas -Lo miró. -Tú eras quien estaba más lejos, pero te necesitábamos aquí el primero. Espero que ellas lleguen mañana.

Royce la miró a los ojos.

– Gracias. Aprecio la oportunidad de acomodarme antes de tener que tratar con ellas.

Lo que, por supuesto, era la razón por lo que lo había hecho ella.

– Envié una carta con el mensajero a Collier, Collier & Whitticombe, pidiéndoles que me ayudaran aquí, con la voluntad, lo antes posible.

– Lo cual significa que también llegarán mañana. A última hora de la tarde, seguramente.

– En efecto.

Doblaron una esquina hasta un pequeño vestíbulo justo cuando el lacayo cerraba la enorme puerta de roble en su extremo. El lacayo los vio, hizo una reverencia y se retiró.

– Jeffers subirá tu equipaje. Si necesitas algo más…

– Llamaré. ¿Quién es el mayordomo ahora?

Ella siempre se había preguntado si tenía alguien en la casa que le suministrara información; obviamente, no era así.

– El joven Retford… el sobrino del viejo Retford. Antes era el ayuda de cámara.

Royce asintió.

– Lo recuerdo.

La puerta de las habitaciones del duque estaba cerca. Minerva se detuvo junto a ella.

– Me uniré contigo en el estudio en una hora.

Royce la miró.

– ¿El estudio está en el mismo lugar?

– No se ha movido.

– Algo es algo, supongo.

Minerva inclinó la cabeza, y estaba a punto de marcharse cuando se dio cuenta de que, aunque la mano del duque estaba cerrada sobre el pomo, no lo había girado.

Estaba mirando la puerta.

– Por si te sirve de algo, hace más de una década desde la última vez que tu padre usó esa habitación.

Royce frunció el ceño.

– ¿Qué habitación usaba?

– Se mudó a la habitación de la torre oeste. Esta no se ha tocado desde que murió.

– ¿Cuándo se mudó allí? -Miró la puerta frente a él. -Desde aquí.

No era el papel de Minerva esconder la verdad.

– Hace dieciséis años -Por si no hacía la conexión, añadió: -Cuando volvió de Londres después de desterrarte.

El duque frunció el ceño, como si la información no tuviese sentido.

Eso hizo que Minerva se sorprendiera, pero contuvo su lengua y no dijo nada. Esperó, pero él no preguntó nada más.

Bruscamente, Royce asintió, despidiéndola, giró el pomo, y abrió la puerta.

– Te veré en el estudio dentro de una hora.

Con una serena inclinación de cabeza, Minerva se giró y se alejó caminando.

Y sintió su oscura mirada sobre su espalda, la sintió deslizarse desde sus hombros hasta sus caderas, y al final hasta sus piernas. Se las arregló para contener un escalofrío hasta que estuvo fuera de su precisa vista.

Entonces apresuró el paso, y caminó rápidamente, con determinación, hacia sus propios aposentos… la habitación matinal de la duquesa. Tenía una hora para encontrar una armadura lo suficientemente gruesa para protegerse del inesperado impacto del décimo duque de Wolverstone.

Royce se detuvo en el interior de los aposentos del duque, cerró la puerta y miró a su alrededor.

Habían pasado décadas desde la última vez que vio aquella habitación, pero esta apenas había cambiado. La tapicería era nueva, pero los muebles eran los mismos, todos de pulido roble macizo, que brillaba con una majestuosa pátina dorada, con los bordes redondeados por la edad. Rodeó la sala de estar, pasando sus dedos sobre los pulidos bordes de los aparadores y los curvados respaldos de las sillas, y después entró en el dormitorio. Era amplio y espacioso, con una gloriosa vista al sur sobre los jardines y el lago hasta las distantes colinas.

Estaba de pie ante la amplia ventana, deleitándose con aquella vista, cuando una llamada a la puerta le hizo girarse. Elevó su voz.

– Adelante.

El lacayo que había visto antes apareció en el umbral de la sala de estar portando una enorme vasija de porcelana china.

– Agua caliente, su Excelencia.

El duque asintió, y después observó al hombre mientras cruzaba la habitación y desaparecía a través de la puerta que conducía al vestidor y al baño.

Cuando el lacayo reapareció había vuelto a mirar por la ventana.

– Disculpe, su Excelencia, ¿quiere que desempaque sus cosas?

– No -Royce miró al hombre. Era vulgar en todo… altura, constitución, edad, color de piel. -No son demasiadas cosas… Jeffers, ¿es así?

– Efectivamente, su Excelencia. Yo era el lacayo del difunto duque.

Royce no estaba seguro de necesitar un lacayo personal, pero asintió.

– Mi hombre, Trevor, llegará pronto… seguramente mañana. Es londinense, pero ha estado conmigo durante mucho tiempo. Aunque ha estado aquí antes, necesitará ayuda para recordarlo todo.

– Será un honor ayudarlo y asistirlo en lo que pueda, su Excelencia.

– Bien -Royce se giró de nuevo hacia la ventana. -Puedes retirarte.

Cuando escuchó que la puerta se había cerrado, se apartó de la ventana y se dirigió al vestidor. Se desnudó y después se dio un baño; mientras se secaba con la toalla de lino que había dejado preparada junto a la palangana, intentó pensar. Debería estar haciendo una lista mental con todas las cosas que tenía que hacer, haciendo malabarismos con el orden en el que hacerlas… pero lo único que parecía capaz de hacer era sentir.

Su cerebro parecía obsesionado con lo intranscendente, con asuntos que no eran de importancia inmediata. Como el de por qué su padre se había mudado de los aposentos ducales inmediatamente después de su confrontación.

Aquel acto olía a abdicación, aunque… no podía entender cómo tal proposición podía entrelazarse con la realidad; no encajaba con la imagen mental que tenía de su padre.

Su equipaje contenía una muda completa de ropa limpia: camisa, pañuelo, chaleco, chaqueta, pantalón, medias y zapatos. Se vistió, e inmediatamente se sintió más capaz de ocuparse de los desafíos que le esperaban tras la puerta.

Antes de volver desde el dormitorio hasta la sala de estar miró a su alrededor, evaluando las instalaciones.