Si Royce llegaba a imaginarse siquiera su susceptibilidad, la usaría sin compasión para sus propios fines, y entonces ella y su misión estarían en graves problemas.
La puerta del estudio estaba justo delante. Jeffers estaba de pie, obedientemente, junto a ella. Al mirar la puerta cerrada, Minerva no se sorprendió del todo al sentir cierta cautela forjándose en su interior. La verdad era que… si fuera libre para hacer lo que quisiera, en lugar de actuar como la obediente ama de llaves de Royce y ayudarlo en su nuevo puesto, se hubiera pasado la tarde escribiendo cartas a sus amigos de la región preguntándoles si sería conveniente que les visitara. Pero no podía marcharse aún… aún no era libre para huir.
Había hecho una promesa… Dos promesas, en realidad, aunque eran la misma, de modo que era como si solo hubiese hecho una. Primero a su madre, cuando ésta murió tres años antes, y había hecho la misma promesa el domingo anterior, a su padre. Le pareció interesante (revelador, de hecho) que dos personas que no habían compartido demasiado durante los últimos veinte años hubieran tenido el mismo deseo al morir. Ambos le habían pedido que ayudara a Royce hasta que estuviera adecuadamente establecido como el siguiente duque de Wolverstone. Lo que pretendían decir con "adecuadamente establecido" estaba bastante claro: querían que se asegurara de que Royce estaba totalmente informado de todos los aspectos que concernían al ducado, y de que entendía y colocaba en su lugar todo lo que se necesitaba para asegurar su posición.
Así que, sobre todo, necesitaba verlo casado.
Este suceso marcaría el final de su deuda con los Varisey. Sabía cuánto les debía, y la obligación que tenía con ellos. Había sido una niña de seis años perdida (no pobre, porque tenía tan buena cuna como ellos, pero no tenía familiares que cuidaran de ella), y ellos se habían hecho cargo de ella, haciéndola una más de la familia en todos los aspectos excepto en el apellido, e incluyéndola de un modo que no tenía derecho a esperar. No lo habían hecho esperando nada de ella a cambio… y esa era una de las razones que la llevaban a cumplir los últimos deseos del duque y la duquesa al dedillo.
Pero, una vez que la esposa de Royce estuviera establecida como su duquesa, y fuera capaz de tomar las riendas que ella manejaba actualmente, su papel allí habría terminado.
Lo que haría a continuación, lo que haría de su vida, era una perspectiva que, hasta la noche del domingo anterior, no había meditado. Aún no tenía ni idea de lo que haría cuando su tiempo en Wolverstone llegara a su fin, pero tenía ahorros más que suficientes para mantenerse en el lujo al que, gracias a los Varisey, estaba ahora acostumbrada, y había un mundo entero más allá de Coquetdale y Londres para explorar. Todas eran excitantes perspectivas que tenía que considerar, pero eso lo haría más tarde.
Justo ahora tenía un lobo (posiblemente magullado, e inclinado a mostrarse agresivo), con el que tratar.
Se detuvo ante la puerta del estudio, saludó a Jeffers con una inclinación de cabeza, llamó una vez, y entró.
Royce estaba sentado detrás del enorme escritorio de roble. La mesa estaba tan limpia que resultaba poco natural, desprovista de los papeles y documentos acordes a lo que se espera del que debe ser el corazón administrativo de una propiedad tan grande. Tenía las palmas de sus manos de largos dedos posadas sobre el escritorio, y levantó la mirada cuando Minerva entró; durante un fugaz instante la chica pensó que parecía… perdido.
Cerró la puerta y caminó sobre la alfombra mirando el documento que tenía en las manos… y habló antes de que él lo hiciera.
– Tienes que aprobar esto -Se detuvo ante el escritorio, y le extendió la hoja de papel. -Es una nota para la Gazette. También tenemos que informar a palacio y a los Lores.
Royce la miró con expresión impasible, y después extendió una mano y cogió la nota. Mientras la leía, Minerva se sentó en una de las sillas ante el escritorio, se colocó bien la falda, y después organizó en su regazo los documentos que había preparado.
El duque se movió, y ella levantó la mirada… Observó cómo cogía una pluma, abría el tintero, la mojaba, y después la aplicaba sobre su nota, tachando lenta y deliberadamente una de las palabras.
Después de secarlo, inspeccionó el resultado y tendió la nota de vuelta a Minerva.
– Saldrá en el periódico con esta corrección.
Había tachado la palabra "amantísimo" en la frase "amantísimo padre de". Minerva contuvo el impulso de elevar las cejas; debería haber anticipado aquello. Los Varisey, como le habían dicho a menudo, y como había quedado demostrado a través de las décadas, no amaban. Podían hervir calderos de emociones en el resto de aspectos, pero ninguno de ellos había afirmado nunca haber sentido amor. Ella asintió.
– Muy bien.
Puso esa hoja de papel en el fondo de su montón, levantó la siguiente, alzó la mirada… y vio que él la estaba mirando enigmáticamente.
– ¿Qué?
– No utilizas "su Excelencia" para dirigirte a mí.
– Tampoco utilizaba "su Excelencia" para dirigirme a tu padre -Minerva dudó, y entonces añadió: -Y no te gustaría que lo hiciera.
El resultado fue un ronroneo casi inhumano, un sonido que se deslizó a través de sus sentidos.
– ¿Tan bien me conoces?
– Muy bien, sí -A pesar de que tenía el corazón en la garganta, Minerva mantuvo un firme control sobre su tono de voz. Le extendió el siguiente documento. -Ahora, para los Lores -Tenía que mantenerlo concentrado y no permitir que la desconcertara; aquella era una táctica que los Varisey usaban para distraer y después coger las riendas.
Después de un momento preñado de significado, Royce extendió la mano y cogió la hoja. Era una notificación para los Lores, y una comunicación para palacio aceptablemente redactada.
Mientras trabajaban, Minerva había sido consciente de que él la había mirado, con su oscura y penetrante mirada, como si estuviera examinándola… minuciosamente.
Con firmeza, había ignorado el efecto que tenía en sus sentidos… y había rezado por que cesara pronto. Tenía que hacerlo, o se volvería loca.
O se derretiría y él lo notaría, y entonces ella se moriría de vergüenza.
– Bien, asumiendo que tus hermanas lleguen mañana, y que la gente de Collier, etcétera, también lo hagan, dado que esperamos que tus tíos y tías lleguen el viernes por la mañana, entonces, si estás de acuerdo, podríamos leer la voluntad el viernes, y así nos quitaríamos eso de encima -Levantó la mirada de sus documentos y arqueó una ceja.
Royce se había desplomado, aparentemente relajado, en la enorme butaca; la miró impasiblemente durante varios largos minutos, y después dijo:
– Podríamos (si estoy de acuerdo) celebrar el funeral el viernes.
– No, no podemos.
Sus cejas se alzaron lentamente.
– ¿No? -Había un rico y positivo exceso de intimidación encerrado en aquella única palabra que había pronunciado suavemente. En este caso, por muchas razones, estaba fuera de lugar.
– No -Minerva lo miró a los ojos, y mantuvo su mirada. -Recuerda el funeral de tu madre… ¿Cuánta gente asistió?
Su inmovilidad era absoluta; su mirada no se apartó de la de ella. Después de otro largo silencio, dijo:
– No lo recuerdo -Su tono era equilibrado, pero Minerva detectó en él una ligera debilidad; honestamente no lo recordaba, porque posiblemente no le gustaba pensar en aquel difícil día.
Estaba desterrado de las tierras de su padre, pero la iglesia y el cementerio de Alwinton estaban en el interior de los límites de Wolverstone, de modo que había cumplido literalmente el decreto de su padre; su mozo había conducido su carruaje hasta el pórtico de la iglesia, y había pisado directamente en suelo santificado.