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El pasillo quedó en silencio durante un momento. Luego resonó el Magnum de Fasil y la bala perforó a su paso la escotilla, desparramando fragmentos metálicos por la bodega. Larmoso disparó a la escotilla cerrada, pero la bala del 38 solamente abolló el metal de la puerta, y disparó otras dos veces más al ver que ésta se abría y que un bulto oscuro entraba por ella.

Pero al mismo tiempo que disparaba el último proyectil, Larmoso advirtió, gracias al fogonazo de su arma, que había hecho blanco en un almohadón del cuarto de oficiales. Comenzó entonces a correr, tropezando y maldiciendo en la oscura bodega en dirección al compartimiento de proa.

Buscaría la pistola de Hassan. Mataría a Fasil con esa arma.

Larmoso era bastante ágil considerando su enorme tamaño y conocía al dedillo la topografía de la bodega. Llegó a la escotilla del depósito de proa en menos de treinta segundos y comenzó a manotear la llave para abrirla. El hedor que lo envolvió al abrir la puerta le provocó náuseas. No quería usar una luz, por lo que se arrastró sobre el suelo de la oscura bodega buscando a Hassan y murmurando en voz baja. Tropezó con los cajones y dio la vuelta alrededor de ellos. Su mano tocó un zapato. Larmoso recorrió con su mano la pierna hasta llegar al vientre. El revólver no estaba en la cintura. Palpó ambos costados del cuerpo. Encontró el brazo, lo sintió moverse, pero no encontró el arma hasta que explotó en su cara.

Los oídos de Fasil comenzaron a zumbar y pasaron varios minutos hasta que oyó el débil susurro proveniente del compartimiento de proa.

– Fasil. Fasil.

El guerrillero iluminó la bodega con su linterna y pequeñas patas resonaron contra las tablas del suelo. Fasil iluminó con el haz de luz el rostro de Larmoso semejante a una máscara roja, tirado de espaldas y muerto, y pasó entonces al interior.

Se arrodilló y tomó entre sus manos la cara de Ali Hassan comida por las ratas. Los labios se movieron.

– Fasil.

– Te portaste bien, Hassan. Buscaré un médico. -Fasil sabía que sería inútil. Hassan, cuyo vientre estaba hinchado por la peritonitis, no tenía ya salvación. Pero Fasil podía secuestrar un médico media hora antes de que zarpara el Leticia y obligarlo a acompañarlo. Mataría luego al médico antes de que el barco llegara a Nueva York. Era lo menos que merecía Hassan. Era lo más humano que podía hacer.

– Regresaré dentro de cinco minutos con un equipo de primeros auxilios, Hassan. Te dejaré mientras tanto la linterna.

– ¿He cumplido con mi deber? -susurró.

– Cumpliste, viejo amigo. Espera un poco que te traeré primero la morfina y luego buscaré un médico.

Fasil caminaba a tientas en la oscuridad en busca de la puerta de la bodega cuando oyó el disparo de la pistola de Hassan. Se detuvo y apoyó la cabeza contra las frías planchas de acero del barco.

– Van a pagar por esto -musité. Se dirigía a gente que jamás había visto.

El viejo que hacía la guardia junto al ancla seguía inconsciente y tenía un gran chichón en la nuca de resultas del golpe que le había dado Fasil. Este lo arrastró hasta la cabina del primer contramaestre y luego de depositarlo sobre el catre se sentó a pensar.

El plan original consistía en que los cajones serían buscados en el muelle de Brooklyn por Benjamín Muzi, el importador. No había forma de saber si Larmoso se había puesto en contacto con Muzi y lo había hecho partícipe de su traición. No quedaba más remedio que despachar a Muzi porque de todos modos, ya sabía demasiado. La aduana podría mostrarse curiosa por la ausencia de Larmoso. Harían preguntas. No parecía probable que los demás miembros de la tripulación estuvieran enterados del contenido de los cajones. Las llaves de Larmoso colgaban aún de la cerradura en la bodega de proa cuando lo mataron. Ahora estaban en el bolsillo de Fasil. Era evidente que el plástico no debía ir al puerto de Nueva York.

Mustafá Fawzi, el primer contramaestre, era un hombre razonable y no muy valiente. Fasil mantuvo una breve conversación con él cuando regresó al barco alrededor de la medianoche. Fasil tenía en una de sus manos un revólver grande y negro. Y en la otra, dos mil dólares. Le preguntó por la salud de su madre y de su hermana que vivían en Beirut, y luego le dio a entender que dicha salud dependía en su mayor parte de la cooperación de Fawzi. Todo quedó solucionado muy rápidamente.

El teléfono sonó en la casa de Michael Lander a las siete de la tarde, hora del Este. Trabajaba en el garaje y pasó allí la comunicación. Dahlia estaba mezclando una lata de pintura.

A juzgar por el ruido que se oía en la línea, Lander supuso que el que lo llamaba estaba muy lejos. Tenía una voz muy agradable con un acento inglés como el de Dahlia. Preguntó por «la señora de la casa».

Dahlia contestó la llamada sin pérdida de tiempo, comenzando una aburrida conversación en inglés sobre parientes y propiedades. De repente la conversación se interrumpió durante veinte segundos con una rápida frase en argot.

Dahlia se apartó del teléfono cubriendo el auricular con la mano.

– Michael, tendremos que recoger el plástico en alta mar. ¿Podrás conseguir una embarcación?

La mente de Lander trabajó febrilmente.

– Sí. Toma nota del lugar de la cita. Cuarenta millas al Este del faro de Barnegat media hora antes de la puesta del sol. Estableceremos contacto visual con la última luz y nos aproximaremos cuando esté oscuro. Si los vientos soplan a más de cuarenta kilómetros hora, postérgalo exactamente por veinticuatro horas. Dile que lo prepare en unidades que puedan ser cargadas por un hombre.

Dahlia repitió rápidamente el mensaje y luego colgó.

– El martes 12 -dijo, mirándolo curiosamente-. Qué rápido se te ocurrió la solución, Michael.

– No me parece -respondió Lander.

Dahlia hacía tiempo que sabía que no debía mentirle jamás a Lander. Sería algo tan estúpido como programar una computadora con verdades a medias y pretender recibir respuestas correctas. Además, siempre se daba cuenta aun cuando ella sólo sintiera la tentación de mentir. Ahora se alegraba de haber confiado en él desde el principio para hacer los arreglos necesarios para traer el plástico.

La escuchó tranquilamente mientras le explicaba lo que había sucedido en el barco.

– ¿Crees que Muzi metió a Larmoso en el asunto? -le preguntó.

– Fasil no lo sabe. No tuvo oportunidad de interrogar a Larmoso. Tenemos que suponer que Muzi le contó todo a Larmoso. No podemos permitirnos el lujo de pensar en otra forma, ¿verdad Michael? Si Muzi se arriesga a interferir con el embarque, si planea quedarse con nuestro adelanto en dinero y vender el plástico en otra parte, quiere decir que nos ha vendido a las autoridades de aquí. Tendría que hacerlo para su propia protección. No hay más remedio que liquidarlo aun cuando no nos haya traicionado. Sabe demasiado y te ha visto. Podría identificarte.

– ¿Pensabas matarlo desde el primer momento?

– Sí. No es uno de los nuestros y está metido en un negocio peligroso. Quién sabe lo que sería capaz de contar si las autoridades lo amenazan por cualquier otra causa -Dahlia advirtió que estaba siendo demasiado dogmática-. No podría tolerar la idea de que siempre sería una amenaza para ti, Michael -agregó con voz suave-. Tú tampoco confiabas en él, ¿verdad Michael? Y habías planeado de antemano recoger la mercancía en el mar por las dudas, ¿no es así? Qué curioso.

– Sí, muy curioso -acotó Lander-. Pero en primer lugar, nada debe sucederle a Muzi hasta de que tengamos el plástico en nuestro poder. Si ha acudido a las autoridades para conseguir inmunidad para su persona en algún otro asunto, la trampa la habrán preparado en el muelle. Mientras sigan pensando que vamos a ir a recoger la mercancía a los depósitos de la aduana es menos probable que decidan enviar por aire un equipo investigador al barco. Si Muzi cae antes de que entre el barco, sabrán que no iremos al muelle. Estarán esperándonos cuando vayamos allí. -Lander se puso súbitamente furioso y un círculo pálido rodeó su boca-. Así que Muzi fue lo mejor que tu cerebro de mierda consiguió.