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El entrenador tiene que hablar dos veces con los muchachos para reanudar la práctica.

– De todos modos, no nos hace falta ningún nenito de su mamá -explica.

Michael se mueve con gran precisión dentro del vestuario, dejando su equipo cuidadosamente doblado sobre el banco con la llave del armario encima. Siente solamente un embotamiento en su interior, pero ninguna ira aparente.

Mientras regresa a su casa en el Kaiser de sus padres, debe escuchar una serie de improperios. Responde que sí, que comprende cómo ha abochornado a sus progenitores y que debía haber pensado en los demás. Asiente solemnemente cuando le recuerdan que debe cuidar sus manos para el piano.

Julio 18 de 1948: Michael Lander está sentado en el porche de atrás de su casa, una modesta parroquia junto a la iglesia bautista de Willett. Está arreglando una máquina de cortar césped. Gana unos pocos centavos arreglando ese tipo de máquinas y otras herramientas. A través del alambre tejido puede ver a su padre recostado sobre una cama, con las manos detrás de la cabeza, escuchando la radio. Cuando piensa en su padre, Michael ve inmediatamente sus manos blancas e inútiles, en cuyo dedo anular lleva el anillo de la Cumberland-Macon Divinity School. En el Sur, como en muchos otros lugares, la Iglesia es una institución de, por y para mujeres. Los hombres la toleran en pro de la paz de sus familias. Los miembros masculinos de la comunidad no sienten respeto alguno por el reverendo Lander porque nunca trabajó en una cosecha y nunca hizo nada práctico. Sus sermones son aburridos y vagos, compuestos mientras el coro canta el himno del ofertorio. El reverendo Lander pasa gran parte del tiempo escribiendo cartas a una muchacha que conoció cuando iba al colegio secundario. Nunca las envía, las guarda cuidadosamente en una cajita de lata en su escritorio. La combinación del candado es sumamente sencilla. Hace años que Michael lee las cartas. Nada más que para divertirse un poco.

La pubertad ha transformado notablemente a Michael. A los quince años es un muchacho alto y delgado. Con considerable esfuerzo ha conseguido aprender a realizar mediocres tareas en el colegio. Y contrariamente a lo que parecía, ha desarrollado una personalidad agradable. Conoce el chiste del loro pelado y lo cuenta con gracia.

Una muchacha pecosa dos años mayor que él, ayudó a Michael a descubrir que es un hombre. Lo que representa para él un gran alivio después de oírse llamar «un tipo raro», con ninguna evidencia para poder juzgar si pertenecía a uno u otro bando.

Pero al mismo tiempo que Michael Lander alcanzaba la madurez, una parte de su ser permanecía a un lado, fría y observadora. Es la misma parte que reconoció la ignorancia de sus compañeros de clase, que constantemente repite pequeñas viñetas de los grados haciendo fruncir al nuevo rostro, que se empeña en proyectar la imagen del poco agraciado niño de escuela en los momentos de gran tensión y que puede abrir ante él un gran vacío al ver amenazada su nueva imagen.

El pequeño escolar encabeza una cohorte de ira, sabe todas las veces la respuesta, y su credo es Dios los Maldiga a Todos. Lander funciona muy bien a los quince años. Un observador especializado podría advertir quizás algunas pocas cosas de él que podrían denotar sus sentimientos, pero que no son en sí muy sospechosas. No tolera competencias personales. Nunca ha experimentado inclinaciones hacia esa agresión controlada que nos permite sobrevivir a casi todos. No tolera ni siquiera juegos de salón, le es imposible jugar a ningún juego de cartas tampoco. Comprende objetivamente el significado de una limitada agresión pero no puede tomar parte en ella. Desde el punto de vista emocional, no existe para él término medio entre una atmósfera agradable, no competitiva y una guerra total a muerte con el cadáver profanado y quemado. Por eso es que no tiene ninguna válvula de escape y ha tolerado el veneno durante más tiempo de lo que muchos podrían haberlo soportado.

A pesar de que repite una y otra vez que detesta la Iglesia reza numerosas veces durante el día. Está convencido de que sus oraciones tendrán más éxito si adopta ciertas posiciones. Tocarse la rodilla con la frente es una de las más efectivas. Cuando le es necesario hacerlo en público inventa una artimaña para que no sea tan notorio. Dejar caer algo debajo de la silla y agacharse para recogerlo es una buena estratagema. Las oraciones formuladas en los umbrales o al tocar la cerradura de las puertas son también mucho más eficaces. Reza a menudo por personas que aparecen súbitamente como chispazos en su mente varias veces en el día dejándolo agotado. Y sin quererlo y a pesar de sus renovados esfuerzos por impedirlo, mantiene a menudo diálogos interiores mientras está despierto. En estos momentos está dialogando:

– Ahí está la vieja señorita Phelps trabajando en el patio del colegio. Me pregunto cuándo se jubilará. Hace mucho que trabaja en esa escuela.

– ¿Desearías que estuviera muriéndose de un cáncer?

– ¡No! Perdóname Jesús querido, no deseo que esté muriéndose de un cáncer. Desearía morirme de cáncer yo antes que ella. (Toca madera.) Dios querido, permíteme morir de cáncer primero, oh Padre mío.

– ¿Te gustaría agarrar tu escopeta y reventarle las tripas de un tiro?

– ¡No! ¡No! No lo deseo Jesús, Padre mío. Quiero que viva sana y feliz. No puede evitar ser lo que es. Es una señora buena y amable. Es una persona muy bien. Perdóname por decir Maldito seas.

– ¿Te gustaría incrustarle la cara en la cortadora de césped?

– De ningún modo, de ningún modo. Oh Jesucristo ayúdame a no seguir con ese pensamiento.

– A la mierda con el Espíritu Santo.

– ¡No! No debo pensar semejante cosa, no quiero pensar en eso, es un pecado mortal. Ni siquiera me van a perdonar. No voy a pensar más en que se vaya a la mierda el Espíritu Santo. Oh, ya pensé en ello otra vez.

Michael se vuelve hacia atrás para tocar la cerradura de la puerta de alambre tejido. Toca la rodilla con su frente. Se concentra luego en la cortadora de césped. Está ansioso por terminar ese trabajo. Está ahorrando dinero para pagarse unas lecciones de piloto.

Lander se sintió atraído desde el primer momento por la mecánica y tenía un verdadero don para trabajar en las máquinas. Esto se convirtió en una pasión sólo cuando descubrió las que lo rodeaban, y que se transformaron así en parte de él. Cuando estaba dentro de ellas, olvidaba completamente al pequeño escolar.

La primera de todas fue un Piper Cub en un campo de aterrizaje de césped. Al hacerse cargo de los controles perdió completamente de vista a Lander, y veía en cambio el pequeño avión inclinarse, perder velocidad y caer en picada y la gracia y fuerza de esos movimientos era también suya y podía sentir el viento sobre la máquina y sentirse libre a su vez.

Lander entró en la Marina a los dieciséis años y nunca más volvió a su casa. No fue aceptado en la escuela de vuelo la primera vez que se presentó y durante la guerra de Corea tuvo a su cargo el manipuleo de armamentos en el transporte Coral Sea. En una fotografía de su álbum aparece frente al ala de un Corsair, junto a un grupo de tripulantes detrás de una pila de bombas de fragmentación. Los demás miembros de la tripulación sonríen y están abrazados unos a otros. Lander no sonríe. Tiene en su mano una espoleta.

El 1.° de junio de 1953, Lander despertó en el cuartel de Lakehurst, Nueva Jersey, poco después del amanecer. Llegó a su nuevo destino a medianoche y necesitaba darse una ducha fría para despertarse. Luego se vistió cuidadosamente. La Marina le había hecho mucho bien. Le gustaba el uniforme, le gustaba como le quedaba y el anonimato que le brindaba. Era competente y fue aceptado. Ese día debía presentarse para realizar su nuevo trabajo que consistía en el manejo de detonadores que actuaban a presión en las cargas submarinas que estaban preparándose para realizar experimentos con armas antisubmarinas. Como a muchos hombres con ocultas inseguridades, le encantaba la nomenclatura de las armas.