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Se dirigió esa fresca mañana hacia el sector reservado para los armamentos, mirando curiosamente a su alrededor descubriendo un montón de cosas que no había visto en la oscuridad. Ahí estaban los hangares gigantescos donde se guardaban los aviones. Las puertas del más próximo a él comenzaron a abrirse con estrépito. Lander controló la hora en su reloj y se detuvo a observar. La nariz apareció lentamente y luego el resto del fuselaje. Era un ZPG-1, con capacidad de un millón de pies cúbicos de helio. Nunca había visto uno tan de cerca. Trescientos veinticuatro pies de metal plateado iluminado por el fuego rojo del sol naciente. Cruzó corriendo la pista de asfalto. La tripulación de tierra estaba atareada debajo de la máquina. Uno de los motores de babor rugió y una nube de humo azul quedó suspendida en el aire detrás.

A Lander no le interesaba armar dirigibles con cargas de profundidad. No quería trabajar en ellos o ayudar a empujarlos afuera o dentro del hangar. Lo único que veían sus ojos era el tablero de controles.

Pasó holgadamente el siguiente examen para entrar en la escuela de oficiales. Doscientos ochenta reclutas se presentaron a la prueba una calurosa tarde de julio de 1953. Lander obtuvo el primer lugar. Esa puntuación le sirvió para poder elegir entre varias posibilidades. Se decidió por las aeronaves.

La dimensión del sentido kinestético para controlar máquinas voladoras nunca ha sido explicada satisfactoriamente. Algunos son titulados como «aptos», pero el término es inadecuado. Mike Hailwood el gran corredor de motocicletas es «apto». Como podría atestiguarlo también cualquiera que haya visto a Betty Skelton realizar acrobacias con su pequeño biplano. Lander era apto. Al frente de los controles de un dirigible, libre de sí mismo, tenía una seguridad y decisión a prueba de presiones. Mientras volaba, parte de su mente podía adelantarse, estudiando las probabilidades y los problemas subsiguientes.

En 1955, Lander era uno de los más eficientes pilotos de dirigibles en el mundo entero. En diciembre de ese mismo año, ocupó el puesto de segundo oficial en una serie de azarosos vuelos desde la base de la marina en South Weymouth, Massachusetts, experimentando los efectos del hielo acumulado durante malas condiciones atmosféricas. Esos vuelos hicieron acreedora a la tripulación al Harmon Trophy de ese año.

Y entonces apareció Margaret. La conoció en el mes de enero en el club de oficiales en Lakehurst, donde se lo consideraba como una celebridad de resultas de los vuelos desde South Weymouth. Fue el comienzo del mejor año de su vida.

Margaret tenía veinte años, era bonita y acababa de salir de la universidad de West Virginia. Lander el héroe, con su uniforme inmaculado, la conquistó inmediatamente. Aunque parezca extraño, fue el primer hombre en su vida y si bien el poder enseñarla fue motivo de gran satisfacción, ese recuerdo le dificultó muchísimo todo, más adelante, cuando sospechó que tenía otros hombres.

Se casaron en la capilla de Lakehurst, cuya placa conmemorativa había sido hecha con los restos del dirigible Akron.

Lander llegó a definirse en base a Margaret y su profesión. Pilotaba el dirigible más grande, más largo y más esbelto de todo el mundo. Pensaba que Margaret era la mujer más bonita de todo el mundo.

¡Qué diferente era a su madre! Cuando a veces se despertaba después de haber estado soñando con su madre, se quedaba mirando a Margaret durante un buen rato, admirándola al tiempo que constataba sus diferencias físicas.

Tenían dos hijos y durante el verano iban a la costa de Nueva Jersey con su barco. Pasaron momentos muy agradables. Margaret no era una persona muy suspicaz, pero gradualmente comenzó a darse cuenta de que Lander no era exactamente lo que ella había pensado. Ella necesitaba un considerable y constante grado de aliento, pero él oscilaba entre los extremos en su trato. A veces era terriblemente solícito. Pero cuando había sufrido un inconveniente en su trabajo o en su casa, se volvía frío y lejano. A veces demostraba rasgos de crueldad que la aterrorizaban.

No podían discutir sus problemas. El adoptaba una modesta y pedante actitud o se negaba a hablar. Les había sido negada la catarsis de una ocasional pelea.

En los primeros años de la década del 60 pasaba la mayor parte del tiempo pilotando el gigantesco ZPG-3W. No se había construido hasta entonces ninguna aeronave de tipo flexible de ciento veinte metros. La antena del radar de doce metros que giraba en su interior constituía un enlace clave dentro del primitivo sistema de alarma del país; Lander estaba feliz y su comportamiento en familia era idénticamente bueno. Pero la expansión de la Distant Early Warning Line, la «DEW Line» de instalaciones permanentes de radar, estaba restándole importancia al papel de las aeronaves en el plan de defensa, y en 1964 llegó el fin de la carrera de Lander como piloto de dirigibles de la Marina. Su grupo fue desmembrado, las aeronaves desarmadas y le fue asignado un trabajo en tierra firme en la Administración.

Su comportamiento con Margaret se deterioró ostensiblemente. Hirientes silencios se producían durante las horas que estaban juntos. Por las noches la sometía a un interrogatorio sobre sus actividades del día. Era realmente inocente. Pero él se negaba a creerlo. Se volvió físicamente indiferente hacia ella. A fines de 1964 sus actividades durante el día dejaron de ser inocentes. Pero más buscaba cariño y amistad que sexo.

Lander se ofreció como voluntario para pilotar helicópteros durante la prolongación de la guerra de Vietnam y fue rápidamente aceptado. Su entrenamiento sirvió para distraerlo. Estaba en el aire una vez más. Le compró a Margaret regalos muy caros. Ella se sentía incómoda e intranquila al aceptarlos, pero con todo, eso era mejor que la forma en que se había comportado antes.

Durante su último permiso antes de embarcarse hacia Vietnam fueron a pasar unos días a las Bermudas. Si bien la conversación de Lander estaba saturada de aburridos tecnicismos sobre los helicópteros, se mostró por lo menos más atento y a veces inclusive cariñoso. Margaret respondió. Lander pensó que nunca la había querido tanto.

El 10 de febrero de 1967 Lander realizó su centésima-decimocuarta misión de rescate aeromarítima, desde el transporte Ticonderoga en el Sur del Mar de la China. Media hora después de ocultarse la luna sobrevoló el oscuro océano en dirección a Dong Hoi. Se mantuvo a quince millas de la costa esperando que regresaran de cumplir con su misión unos F-4s y Skyraiders. Uno de los Phantom había sido alcanzado por la metralla enemiga. El piloto comunicó que fallaba el motor de estribor y que había un principio de incendio. Trataría de llegar al mar antes de saltar él y el segundo oficial.

Lander hablaba todo el tiempo con el piloto desde la estrepitosa cabina de su helicóptero, mientras Vietnam parecía una masa oscura a su izquierda.

– Ding Cero Uno, cuando estén sobre el mar háganme una señal si es que tienen con qué. -Lander podía encontrar a la tripulación del Phantom en el agua por su sistema de guía a la base, pero quería ahorrar el mayor tiempo posible-. Señor Dillon -dijo el artillero-, descenderemos y usted estará mirando hacia la tierra. Parece que no hay amigos cerca. Los botes que no son de goma no son nuestros.

La voz del piloto del Phantom resonaba claramente en sus audífonos.

– Mixmaster, tengo otro principio de incendio y el avión se está llenando de humo. Vamos a usar los asientos eyectores -le comunicó las coordenadas y su voz se perdió antes de que Lander pudiera repetirlas para confirmarlas.

Lander sabía lo que estaba pasando: los dos hombres que integraban la tripulación del Phantom estaban bajando las viseras de sus cascos, haciendo volar el techo de la cabina, saliendo proyectados hacia el aire frío, dándose la vuelta en sus asientos eyectables, cayéndose los asientos y luego la sacudida y el frío descenso hacia la oscura jungla.