Margaret fue engañada por su recuperación física y por el éxito alcanzado en su trabajo. Pensó que estaba prácticamente bien. Le aseguró que su impotencia era pasajera. Dijo que un consejero de la marina le había hablado de ello antes de que él regresara. Empleó la palabra impotencia.
El primer vuelo del dirigible durante la primavera de 1974 fue restringido al Noroeste de modo que Lander pudo quedarse en su casa. El segundo debía recorrer la costa Este hasta Florida. Estaría fuera tres semanas. Unos amigos de Margaret daban una fiesta a la que habían sido invitados los Lander la víspera de su partida. Lander estaba de buen humor. Insistió en ir.
Fue una agradable reunión de otras ocho parejas. La comida era buena y todos bailaron. Pero Lander no bailó. Hablando rápidamente mientras una película de transpiración cubría su frente, les dio a un grupo de maridos una serie de explicaciones técnicas sobre el mecanismo de un dirigible. Margaret interrumpió su discurso para enseñarle el patio. Cuando regresó la conversación había pasado al fútbol profesional. Volvió a su lugar para reanudar la explicación desde donde había sido interrumpido.
Margaret bailó con el dueño de casa. Dos veces. La segunda vez el anfitrión le sujetó la mano durante unos instantes después de que la música hubo terminado. Lander los observaba. Hablaban en voz baja. Sabía que estaban hablando de él. Inició otra explicación técnica mientras sus interlocutores miraban el fondo de sus copas. Pensó que Margaret actuaba con gran cuidado. Pero podía ver que atraía las miradas de los otros hombres. Era algo que formaba parte de su ser.
Cuando volvieron a su casa, permaneció callado, lívido de ira.
Finalmente ella no pudo aguantar más su silencio.
– ¿Por qué no empiezas a gritar y te descargas? -le dijo mientras estaba en la cocina-. Di lo que estás pensando.
Su gatito entró en la cocina y se restregó contra la pierna de Lander. Lo agarró, temerosa de que le diera una patada.
– Dime qué fue lo que hice, Michael, estábamos pasándolo muy bien. ¿No lo crees?
Era tan bonita. Su belleza la acusaba. Lander no dijo nada. Se le acercó rápidamente mirándola a los ojos. Ella no retrocedió. Nunca le había pegado ni jamás podría hacerlo. Agarró el gatito y se dirigió a la pila. Cuando se dio cuenta de lo que había hecho el gato estaba ya, en el triturador de basuras. Corrió a la pila y se prendió de sus brazos mientras él hacía funcionar el aparato. Podía oír los gritos del gato mientras el triturador daba cuenta de sus miembros y despedazaba sus órganos. Lander no apartó la vista ni un segundo de su cara.
Sus gritos despertaron a las chicas. Fue a dormir con ellas y la oyó partir poco después del amanecer.
Le envió flores desde Norfolk. Trató de llamarla desde Atlanta pero ella no contestó el teléfono. Quería decirle que comprendía que sus sospechas eran infundadas, que se debían a una imaginación enfermiza. Le escribió una larga carta desde Jacksonville, diciéndole lo arrepentido que estaba y que sabía que había sido muy cruel y que había actuado como un loco pero que eso no volvería a repetirse.
A los diez días de su gira, el copiloto estaba maniobrando para conducir el dirigible a la pista de aterrizaje, cuando una ráfaga de viento lo arrojó contra un camión, destrozándose parte de la tela. La aeronave tendría que quedarse en tierra durante un día y una noche hasta que terminaran de repararla. Lander no podía tolerar la idea de pasar una noche y un día en un motel sin tener noticias de Margaret.
Tomó el primer vuelo hacia Newark. En la veterinaria de Newark compró un gato persa. Llegó a su casa a mediodía. La casa estaba en silencio, las chicas estaban en el campamento. El coche de Margaret estaba aparcado delante del garaje. La tetera estaba calentándose a fuego lento. Le daría el gatito y le diría que lo sentía mucho y entonces se abrazarían nuevamente y ella lo perdonaría. Sacó el gato de la caja y le enderezó el moño que tenía en el cuello. Subió la escalera.
El desconocido estaba recostado contra el diván y Margaret estaba sobre él, moviéndose frenéticamente, sacudiendo sus pechos. No lo vieron hasta que Lander gritó. Fue una breve lucha. Lander no había recuperado todas sus fuerzas y el desconocido era grande, rápido y estaba asustado. Le pegó dos veces a Lander en la sien y huyó en compañía de Margaret.
Lander quedó sentado en el suelo del cuarto de juguetes, apoyado contra la pared. Tenía la boca abierta y de ella corría un hilo de sangre. Su mirada era vaga. La tetera silbó durante media hora. No se movió, y cuando el agua se evaporó por completo, un olor a metal quemado invadió toda la casa.
Cuando el dolor y la ira alcanzan niveles mucho más altos que los que la mente puede enfrentar, se produce una curiosa sensación de alivio, pero que exige una muerte parcial.
Lander sonrió con una sonrisa horrible, un rictus sanguinolento, cuando sintió morir su voluntad. Le pareció que pasaba entre su boca y nariz como una fina columna de humo que se alzaba bien alto en un suspiro. Experimentó entonces esa sensación de alivio. Había terminado. Oh, sí, había terminado. Para la mitad de él.
Los restos del hombre que era Lander sentirían cierto dolor, se estremecerían violentamente como las patas de una rana al arrojarla a una cacerola, lloraría de alivio. Pero nunca más volvería a hundir sus dientes en el palpitante corazón de la ira. La ira no destrozaría nunca más su corazón ni refregaría sus fragmentos contra su cara.
Lo que quedaba viviría en medio de la ira porque había sido engendrado en la ira y ésta constituía su elemento, donde crecía tal como un mamífero crece con el aire que respira.
Se levantó, se lavó la cara, y cuando salió de su casa para regresar a Florida lo hizo con paso firme. Su mente era tan fría como la sangre de un reptil. No había más diálogos en su interior. Se oía solamente una voz ahora. El hombre funcionaba perfectamente porque el niño lo precisaba, necesitaba su mente rápida y sus manos hábiles. Para encontrar su propio alivio. Matando y matando y matando. Y muriendo.
No sabía todavía qué iba a hacer, pero la idea se le ocurriría al sobrevolar los estadios repletos de gente semana tras semana. Y cuando supo qué era lo que quería hacer, buscó el medio para hacerlo, pero Dahlia se presentó antes. Y Dahlia se enteró de todas estas cosas y dedujo todo lo demás.
Estaba borracho cuando le contó que había descubierto a Margaret con su amante en su propia casa, pero luego se puso violento. Ella le dio un golpe detrás de la oreja con el filo de la mano y lo dejó inconsciente. A la mañana siguiente cuando se despertó no recordaba que ella le había pegado.
Dos meses transcurrieron antes de que Dahlia estuviera segura de él, dos meses de escuchar, observarlo construir, planear y volar, acostada junto a él durante las noches.
Cuando estuvo bien segura le contó a Hafez Najeer lo que había averiguado y éste dio su aprobación.
Y ahora que los explosivos estaban en alta mar, dirigiéndose rumbo a los Estados Unidos a una velocidad de doce nudos en el carguero Leticia, todo el proyecto se veía amenazado por la traición del capitán Larmoso, y quizás por la del propio Benjamín Muzi. ¿Habría inspeccionado Larmoso el contenido de los cajones cumpliendo órdenes de Muzi?
Quizá éste había decidido quedarse con el primer pago, denunciar a Lander y a Dahlia a las autoridades y vender el plástico en otra parte. En ese caso, no podían correr el riesgo de recoger los explosivos en los muelles de Nueva York. Tendrían que buscarlos en el mar.
6
El aspecto de la embarcación era común y corriente, un pesquero deportivo de diez metros de largo, de línea esbelta, del tipo utilizado por los hombres con mucho dinero y poco tiempo. Todos los fines de semana en la época veraniega muchas de estas lanchas ponen proa al Este y se internan en medio de las grandes olas llevando a bordo unos gordos barrigones vestidos con bermudas, rumbo a las abruptas profundidades afuera de la costa de Nueva Jersey, donde vienen a comer los grandes peces.