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Lo primero que vieron fue el humo, una mancha oscura en el horizonte hacia el Este. Luego dos puntos debajo del humo al aparecer la sobreestructura del carguero. No tardó mucho en aparecer su casco, aproximándose lentamente. El sol estaba bajando por el Sudoeste, a espaldas de Lander, mientras éste se aproximaba al barco a toda máquina. Todo sucedía como lo había planeado. Saldría de la zona iluminada por el sol para inspeccionarlo, y cualquier artillero a bordo del barco provisto de una mira telescópica quedaría encandilado por la luz.

La lancha pesquera avanzó hacia el descarado carguero a reducida velocidad, Lander estudiándolo con sus prismáticos. Pudo ver entonces que por las drizas de babor subían dos banderines. Uno tenía una X blanca sobre fondo azul y el de abajo, un rombo colorado sobre fondo blanco.

– M. F. -leyó Lander.

– Eso es, Muhammad Fasil.

Quedaban todavía cuarenta minutos de luz. Lander decidió aprovecharlos. Como no se divisaba ningún otro barco en las cercanías era mejor arriesgarse a hacer el trasbordo con luz de día que correr el riesgo de un accidente con el carguero en la oscuridad. El y Dahlia podrían vigilar la borda del carguero mientras tuvieran luz.

Dahlia izó el banderín con la D. El barco se acercaba cada vez más dejando a su paso una estela de espuma. Dahlia y Lander se colocaron unas máscaras hechas con medias.

– Escopeta grande -dijo Lander.

La joven se la puso en la mano. Abrió el parabrisas que tenía frente a él y depositó el arma sobre el panel de instrumentos, con el cañón apuntando a la cubierta de proa. Era una Remington de calibre doce automático con cañón largo y estrangulado, cargado con perdigones grandes 00. Lander sabía que sería imposible disparar con precisión un rifle desde el barco en movimiento. El y Dahlia lo habían ensayado muchas veces. Si Fasil había perdido el control del barco carguero y les disparaban, Lander devolvería el fuego, haría girar la lancha pesquera hasta ponerla de proa al sol mientras Dahlia vaciaba el contenido de la otra escopeta grande contra el carguero. Cambiaría de arma y tomaría el rifle cuando la distancia aumentara.

– Con el movimiento del barco, no te preocupes por tratar de herir a alguien -le dijo-. Dispara suficiente cantidad de plomo junto a sus cabezas y ellos cesarán el fuego. -Recordó entonces que la muchacha tenía más experiencia que él con armas pequeñas.

El carguero viró lentamente y se meció pausadamente con la marejada en ángulo recto con la quilla. A trescientos metros de distancia, Lander podía ver solamente tres hombres sobre la cubierta y un solo vigía sobre el puente. Uno de los hombres corrió hacia la driza con los banderines y los bajó, indicando así el reconocimiento de las señales que había izado Lander. Hubiera sido más sencillo utilizar la radio, pero Fasil no podía estar al mismo tiempo sobre la cubierta y en la cabina de la radio.

– Ese es él, el de la gorra azul es Fasil -dijo Dahlia dejando los prismáticos.

Cuando Lander estaba a menos de cien metros de distancia, Fasil les dijo algo a los dos hombres que estaban junto a él. Bajaron un aparejo para un bote salvavidas por la borda y luego se quedaron con las manos bien visibles sobre la baranda.

Lander aminoró al máximo los motores, se dirigió a proa para colocar una defensa sobre la borda de estribor y regresó luego al puente llevando la escopeta corta.

Parecía que Fasil estaba al mando del carguero. Lander podía ver que llevaba un revólver en la cintura. Debía haber ordenado que despejaran todos la cubierta con excepción del piloto y un tripulante. Las manchas de óxido en los costados del barco tenían reflejos dorados a la luz del sol poniente cuando Lander acercó la lancha hacia sotavento y Dahlia le arrojó un cabo al marinero. Este comenzó a asegurarlo a una cornamusa de la cubierta del carguero, pero Dahlia meneó la cabeza y le hizo señas con la mano. Comprendió entonces y después de pasar el cabo por la cornamusa le tiró la otra punta.

Esto había sido cuidadosamente ensayado por ella y Lander, y lo sujetó con un nudo especial que podía ser desatado desde la lancha con un solo tirón. Giró el timón al máximo y la potencia de las máquinas mantuvieron la embarcación paralela al carguero, con la popa junto al barco.

Fasil había reempaquetado el explosivo de plástico en bolsas de diez kilos. Cuarenta y cinco bolsas estaban apiladas sobre la cubierta junto a él. La defensa golpeaba contra el costado del carguero mientras la lancha subía y bajaba por la marejada junto al barco. Echaron una escala de cuerdas por el costado del Leticia.

– Va a bajar el piloto -le gritó Fasil a Lander-. No está armado. Podrá ayudarlos a estibar la carga.

Lander asintió y el hombre bajó por el costado. Trataba evidentemente de no mirar a Dahlia y a Lander a quienes las máscaras les otorgaban un aspecto siniestro. Utilizando el aparejo del bote salvavidas como un guinche en miniatura, Fasil y el marinero bajaron las seis primeras bolsas dentro de una red de las que se utilizaban para bajar la carga, junto con varias armas automáticas envueltas en una lona. Era bastante difícil calcular el momento preciso para desenganchar la carga y en una oportunidad Lander y el piloto cayeron de bruces.

Después de haber guardado doce bolsas en la cabina, la operación de carga se detuvo mientras los tres que estaban en la lancha pasaban las bolsas a proa, apilándolas en la cabina de adelante. Era todo lo que Lander podía hacer para evitar la tentación de abrir una bolsa y examinar su contenido. Los tres que trabajaban en la lancha estaban empapados de sudor a pesar del frío.

El grito del vigía situado en el puente fue casi arrastrado por el viento. Fasil dio media vuelta y colocó las manos detrás de sus orejas. El hombre agitaba los brazos y señalaba algo. Fasil se asomó por la borda y gritó a los de la lancha.

– Viene alguien por allí, desde el Este. Voy a investigar.

Subió al puente en menos de quince segundos y le arrebató los prismáticos al atemorizado vigía. Regresó inmediatamente a la cubierta y después de luchar durante un instante con la red, les grito por la borda:

– Tiene una raya blanca cerca de la popa.

– Guardacostas -respondió Lander-. ¿Cuál es el alcance… a qué distancia están?

– Ocho kilómetros avanzando a toda velocidad.

– Bajen eso de una vez, carajo.

Fasil abofeteó al marinero parado junto a él y le colocó las manos sobre el aparejo. La red cargada con las últimas doce bolsas de plástico se meció sobre el mar y descendió rápidamente, mientras las sogas chirriaban. Cayó sobre la lancha con un ruido sordo y fue rápidamente vaciada de su contenido.

A bordo del carguero, Muhammad Fasil se dirigió al sudoroso marinero.

– Quédate parado con las manos visibles sobre la borda.

– El hombre fijó sus ojos en un punto del horizonte y pareció retener la respiración mientras Fasil se aproximaba al costado del barco.

El piloto parado en la cubierta de la lancha no podía apartar su mirada de Fasil. El árabe le entregó al hombre un fajo de billetes y extrajo su revólver apuntando a la boca del hombre.

– Has hecho un buen trabajo. El silencio es la razón de la salud. ¿Me comprendes?

El hombre quiso asentir pero no pudo hacerlo por la pistola que apuntaba debajo de su nariz.

– Ve en paz.

Trepó la escala de sogas lo más rápido que pudo. Dahlia soltaba en ese momento el cabo que los mantenía amarrados al carguero.

Lander parecía pensativo mientras transcurrían todas estas acciones. Estaba esperando que su mente le brindara la respuesta basada en todas las posibilidades que conocía.

El guardacostas que se aproximaba del otro lado del carguero no podía verlos todavía. Posiblemente su curiosidad se había despertado al ver anclado el barco, a menos que hubieran sido alertados. Lancha guardacostas. Había seis en esta zona, todas de veinte metros de largo, equipadas con dos motores Diesel, que podían desarrollar una velocidad de veinte nudos. Provistas de un radar Sperry-Rand SPB-5, y una tripulación de ocho personas. Una ametralladora de calibre 50 y un mortero de 81 milímetros. Lander consideró rápidamente la posibilidad de provocar un incendio en el carguero, obligando a la lancha a detenerse y prestarles ayuda. Pero no, el piloto alegaría piratería y se armaría un gran alboroto. Aparecerían aviones, algunos equipados con instrumental infrarrojo, que registrarían la temperatura de sus motores. Estaba oscureciendo. La luna no saldría en cinco horas. Mejor sería una persecución.