– Jerry Dimples, un hombre en la puerta principal con un manojo de llaves.
– Roger Dimples -respondió Kabakov en el micrófono. Con un poco de suerte debía ser el relevo del sereno que había pasado la noche roncando en la planta baja de la barraca. La radio funcionó nuevamente al ratito, y el israelita que estaba en el techo de la casa situada en el otro extremo de la manzana confirmó que el sereno estaba saliendo del edificio. Cruzó la calle dentro del campo visual de Kabakov y se dirigió hacia la parada del autobús.
Kabakov se dedicó nuevamente a vigilar las ventanas y cuando miró otra vez a la parada vio que un grupo de mujeres que hacían trabajos de limpieza bajaban del autobús. Mujeres maduras, provistas de bolsas para hacer compras, que comenzaron a menear sus traseros mientras avanzaban por la calle. Muchas de ellas tenían rasgos eslavos similares a los del propio Kabakov. Se parecían mucho a las vecinas que había tenido durante su niñez. Las siguió con los prismáticos.
El grupo se fue achicando a medida que desaparecían una tras otra en las casas donde trabajaban. Pasaban en ese momento frente a la de Muzi; una gorda en medio del grupo se volvió para acercarse a la entrada llevando un paraguas colgado del brazo y una bolsa en cada mano. Kabakov la enfocó con los binoculares. Tenía algo raro… los zapatos. Eran unos zapatos abotinados de cuero graneado español y una de las gruesas pantorrillas tenía un corte de navaja bien fresco.
– Dimples Jerry -dijo Kabakov por el micrófono de su walkie-talkie-. Creo que la mujer gorda es Muzi. Voy a entrar. Cubran la calle.
Kabakov dejó su rifle a un lado y cogió un hacha de un rincón del depósito.
– Cubran la calle -repitió al hombre que estaba junto a él. Bajó la escalera a toda velocidad importándole un comino que el sereno de día lo oyera. Una rápida mirada al exterior, una carrera hasta el otro lado, llevando el hacha adelante.
La entrada del edificio no tenía echada la llave. Se quedó parado del otro lado de la puerta de Muzi esforzándose por oír lo que hacía. Golpeó entonces con el hacha con todas sus fuerzas, dando de lleno en la cerradura.
La puerta se abrió violentamente, arrancando parte del marco y Kabakov entró al apartamento antes de que las astillas cayeran al piso, apuntando con una gran pistola al hombre gordo vestido de mujer.
Muzi se quedó parado en la puerta que daba al dormitorio con la manos llenas de papeles. Sus mandíbulas se estremecieron y sus ojos miraron a Kabakov con una expresión enferma y cansada.
– Juro que no…
– Dé media vuelta y apoye las manos contra la pared -Kabakov registró minuciosamente a Muzi, quitándole una pequeña pistola automática. Cerró entonces la puerta destrozada y apoyó una silla contra ella.
Muzi reaccionó a gran velocidad.
– ¿Le importa si me quito la peluca? Me pica, sabe.
– No. Siéntese -Kabakov habló por su radio-. Dimples Jerry. Busca a Moshevsky. Dile que traiga el camión. -Sacó los pasaportes del bolsillo-. ¿Tiene ganas de seguir viviendo, Muzi?
– Una pregunta retórica, sin duda alguna. ¿Puedo preguntarle quién es usted? No ha exhibido una orden de arresto ni me ha liquidado. Esas son las únicas credenciales que reconocería inmediatamente.
Kabakov le entregó a Muzi su tarjeta de identificación. La expresión del gordo no se alteró, pero su cerebro comenzó a funcionar aceleradamente pues le pareció advertir una posibilidad de sobrevivir. Muzi cruzó las manos sobre el delantal y esperó.
– Ya le han pagado ¿verdad?
Muzi titubeó. La pistola de Kabakov entró en funcionamiento, haciendo silbar el silenciador y una bala se incrustó en el respaldo de la silla junto al cuello de Muzi.
– Si no me ayuda, es hombre muerto. No lo dejarán vivo. Si se queda aquí terminará en la cárcel. Es obvio que yo constituyo su única esperanza de vida. Le haré esta propuesta una sola vez. Dígame todo lo que pasó y lo depositaré en un avión en el aeropuerto Kennedy. Mis hombres y yo somos los únicos que podremos meterlo vivo en un avión.
– Reconozco su nombre, mayor Kabakov. Sé a qué se dedica y creo poco probable que me deje con vida.
– ¿Cumple usted con su palabra en los negocios?
– Frecuentemente.
– Pues yo también. Ya tiene el dinero o por lo menos una buena parte. Dígame lo que sabe y vaya a disfrutarlo.
– ¿En Islandia?
– Ese es un problema estrictamente suyo.
– Muy bien -asintió Muzi pesadamente-. Se lo diré. Pero quiero partir esta misma noche.
– Si la información concuerda no habrá inconveniente.
– La verdad es que no sé dónde está actualmente el plástico. Fui contactado dos veces, una aquí y otra desde Beirut. -Muzi se secó la cara con el delantal, mientras una sensación de alivio se desparramaba por su cuerpo como los efectos del coñac-. ¿Le importa si saco una botella de agua mineral? Esta charla me está dando mucha sed.
– Sabe que la casa está rodeada.
– Le aseguro mayor que no tengo intenciones de escapar.
La cocina estaba separada del salón por una mesa. Kabakov podía observar permanentemente sus movimientos. Asintió.
– El primero fue el norteamericano -dijo Muzi junto a la nevera.
– ¿El norteamericano?
Muzi abrió la puerta de la nevera y vio el dispositivo durante un breve instante antes de que la explosión lo hiciera volar en pedazos por la pared de la cocina. El cuarto se estremeció, Kabakov fue lanzado por el aire, le salía sangre de la nariz y cayó al suelo, en medio de los restos de los muebles diseminados a su alrededor. Todo se volvió oscuro. Un silencio estridente y luego el chasquido de las llamas.
La primera alarma sonó a las ocho y cinco minutos. El empleado lo describió como «un edificio de ladrillos de cuatro pisos, totalmente envuelto en llamas en la 75 y 125, Autobomba 224. Escalera 118 y Servicio de Emergencia respondiendo».
Los teletipos de la policía tabletearon en las comisarías, imprimiendo el mensaje.
SLIP 12 0820 HRS 76 COMISARIA INFORMA EXPLOSION SOSPECHOSA E INCENDIO 382 CALLE VINCENT DOS MUERTOS TRANSPORTADOS KINGS COUNTY HOSPITAL OPR 24
ZZZZZZZZZZZZZZZZZZZZZZZZZZZZZZ
El rodillo de la máquina sonó dos veces, el carro volvió a su posición original y registró el siguiente mensaje: SLIP 13 0820 HRS CQN SLIP 12 UN MUERTO UN HERIDO AUTH LONG ISLAND COLLEGE HOSP OPR 24
ZZZZZZZZZZZZZZZZZZZZZZZZZZZZZZ
Reporteros del «Daily News», «New York Times» y AP esperaban en los corredores del hospital del Long Island College cuando salió del cuarto el jefe de bomberos, con la cara arrebatada y muy enojado. Junto a él estaban Sam Corley y un comisario. El jefe de bomberos carraspeó.
– Creo que fue una explosión de gas en la cocina -dijo apartando la vista de las cámaras-. Estamos investigándolo.
– ¿Identidad de las victimas?
– Solamente del muerto. -Echó una ojeada a la hoja de papel que tenía en la mano-. Benjamín Muzi. Luego les darán otros detalles. -Se abrió paso entre los reporteros y salió del edificio. La parte de atrás del cuello estaba muy colorada.
8
La bomba que mató a Benjamín Muzi el jueves por la mañana había sido instalada veintiocho horas antes en la nevera por Muhammad Fasil, al que casi le costó una mano antes de colocar un detonador en el plástico. Porque Fasil cometió un error, pero no con el explosivo sino con Lander.
Era casi medianoche del martes cuando Lander, Fasil y Dahlia amarraron la lancha y cerca de las dos de la mañana cuando llegaron a la casa de Lander con el plástico.
Dahlia sentía todavía el movimiento de la lancha cuando entró al salón. Preparó rápidamente una comida caliente y Fasil, con el rostro gris por el cansancio, dio buena cuenta de ella en la cocina. Tuvo que llevarle el plato a Lander al garaje. No quería separarse del plástico. Había abierto una bolsa y tenía seis estatuillas puestas en fila sobre su mesa de trabajo. Dio vueltas a una en sus manos, la olió y la mordisqueó como si fuera un mapache con una almeja. Decidió que debía ser hexógeno de fabricación china o rusa, mezclado con TNT o kamnikita y una clase especial de goma sintética para unir la mezcla. La sustancia, de un color blanco azulado, tenía un olor particular que se adhería a los conductos nasales, como el de una manguera olvidada al sol, o el olor de un preservativo. Lander sabía que iba a tener que ponerse a trabajar rápidamente para poder tener todo listo durante las seis semanas que faltaban para el gran partido. Depositó la estatuilla sobre la mesa y se esforzó en tomar la sopa hasta que sus manos dejaron de temblar. No se molestó prácticamente en mirar a Dahlia y Fasil cuando entraron al garaje, este último ingiriendo una pastilla de anfetamina. El guerrillero se aproximó a la mesa de trabajo con la hilera de estatuillas, pero Dahlia lo detuvo presionando ligeramente su brazo.