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Su aspecto exterior se transformó rápidamente. Bloomingdale's y Bonwit Teller, Lord & Taylor y Saks eran las citas inevitables de sus salidas de los sábados. Hubiera parecido una prolija matrona judía, lujosamente vestida pero un poquito atrasada con respecto a la moda, si no hubiera estropeado ese efecto con toques audaces, que la hacían parecer algo vulgar. Durante una época pareció una mujer peleando contra sus treinta años armada de los accesorios de su hija. Luego le importó un camino lo que usaba y pasó a los discretos vestidos de calle para ahorrarse el trabajo de pensar. Se alargaron sus horas de trabajo, su apartamento se volvió más ordenado y árido. Pagaba una fortuna por una mujer que le hacia la limpieza y que era capaz de colocar todo exactamente en el mismo lugar en que estaba antes.

Pero ahora había aparecido Kabakov, que inspeccionaba los libros de su biblioteca comiendo al mismo tiempo una tajada de salami. Parecía deleitarse examinando cosas que jamás volvía a colocar donde las había encontrado. No se había puesto las zapatillas y tampoco se había abotonado la chaqueta del pijama. Evitaría mirarlo.

Rachel no esta ya tan inquieta por la conmoción. Y él parecía no preocuparse en absoluto. Sus relaciones cambiaron a medida que sus mareos se hicieron menos frecuentes hasta desaparecer por completo. Comenzó a ablandarse esa impersonal relación médico-paciente que había tratado de mantener.

A Kabakov le resultó muy estimulante la compañía de Rachel. Cuando hablaba con ella sentía una agradable necesidad de pensar. Se oyó decir cosas que no sabía que sentía o conocía. Le gustaba mirarla. Tenía piernas largas y era propensa a adoptar posturas angulares y sus atractivos rasgos parecían duraderos. Kabakov decidió ponerla al tanto de su misión, pero le resultó difícil precisamente debido al cariño que sentía por ella. Había sido discreto durante años. Sabía que tenía cierta debilidad por las mujeres y que la soledad de su profesión lo incitaba a hablar de sus problemas. Rachel le habla brindado ayuda cuando le había hecho falta, inmediatamente y sin hacer preguntas innecesarias. Estaba comprometida ahora y podía correr peligro -no ignoraba el motivo de la visita del asesino al laboratorio de rayos.

Pero no fue su sentido de la justicia lo que lo impulsó a, contárselo, ni la sensación de que tenía derecho a saberlo. Sus consideraciones fueron más prácticas. Tenía una aguda inteligencia y a él le venía de perillas. Posiblemente uno de los maquinadores del complot había sido Abu Ali, un psicólogo. Rachel era psiquiatra. Uno de los terroristas era una mujer. También Rachel era una mujer. Sus conocimientos sobre el comportamiento humano y el hecho de que con esos conocimientos era un producto de la cultura norteamericana, podría hacerla capaz de múltiples y útiles suspicacias. Kabakov creía que él era capaz de pensar como un árabe, ¿pero podía pensar como un norteamericano? ¿Existía alguna forma de poder pensar como un norteamericano? Los había encontrado inconsistentes. Se le ocurrió que quizás cuando los norteamericanos hubieran vivido más tiempo, tendrían tal vez un modo de pensar.

Le explicó la situación a la joven mientras le vendaba la quemadura de la pierna, sentados junto a una ventana por la que entraba el sol. Comenzó por el hecho de que una célula de la organización Septiembre Negro estaba escondida en el Noreste, lista para dar un golpe en algún lugar con una gran cantidad de plástico explosivo, posiblemente media tonelada o más aún. Le explicó desde el punto de vista de Israel la absoluta necesidad de detenerlos y agregó presurosamente las consideraciones humanitarias. Terminó con el vendaje y se quedó escuchándolo sentada sobre la alfombra con las piernas cruzadas. De vez en cuando levantaba la mirada para hacerle una pregunta. Pero el resto del tiempo lo único que podía ver era la parte superior de su cabeza inclinada y la raya del pelo. Se preguntó para sus adentros cómo estaría tomándolo. No podía saber lo que pensaba, ahora que la horrible lucha que había presenciado en el Oriente Medio se había trasladado a éste, su seguro hogar.

En realidad se sentía muy aliviada al escuchar a Kabakov. Siempre quiso conocer detalles específicos. Saber exactamente qué habían dicho y hecho, especialmente justo antes de la explosión en la casa de Muzi. Se alegraba de comprobar que sus respuestas eran rápidas y consistentes. Cuando lo interrogaron en el hospital respecto de sus recuerdos más recientes, le había dado al médico unas respuestas muy vagas, y Rachel no podía estar segura de si lo había hecho deliberadamente o si era el resultado de una lesión en el cerebro. Su renuncia en interrogar más detalladamente a Kabakov la había inducido a evaluar el estado de Kabakov desde una posición desventajosa. Ahora sus minuciosas preguntas cumplían con dos fines. Necesitaba la información para poder ayudarlo y quería verificar cómo respondía emocionalmente. Estaba atenta a descubrir si sus preguntas producían la irritación característica del Korsakoff, o síndrome de amnesia que es consecuencia frecuente de las conmociones.

Satisfecha con su paciencia y claridad, se concentró en la información. Era algo más que un paciente, y ella se convirtió en una especie de socio cuando terminó de contar la historia. Kabakov terminó el relato con las preguntas que lo torturaban: ¿Quién era el norteamericano? ¿Dónde darían el golpe los terroristas? Y cuando terminó de hablar se sintió ligeramente avergonzado, como si ella lo hubiera visto llorando.

– ¿Cuántos años tenía Muzi? -le preguntó suavemente.

– Cincuenta y seis.

– ¿Y sus últimas palabras fueron: «Primero se presentó el norteamericano»?

– Eso fue lo que dijo -Kabakov no veía adonde quería llegar. Habían conversado bastante por el momento.

– ¿Quieres una opinión?

Asintió.

– Creo que existe una pequeña probabilidad de que tu norteamericano sea un hombre caucásico-no-semita, posiblemente mayor de veinticinco años.

– ¿Cómo lo sabes?

– No lo sé, es una suposición. Pero Muzi era un hombre maduro. La persona que yo describo es lo que hombres de su edad llaman un «norteamericano». Si hubiera sido negro posiblemente lo habría mencionado. Hubiera utilizado una designación racial, ¿Hablaron todo el tiempo en inglés?

– Así es.

– Si se hubiera tratado de una mujer, probablemente habría dicho «la mujer» o «la mujer norteamericana». Un hombre de la edad y los antecedentes étnicos de Muzi no consideraría a un árabe-norteamericano o un judío-norteamericano como un «norteamericano». En todos los casos, negro, mujer, semítico o latino, la palabra «norteamericano» es un adjetivo. Es un sustantivo aplicable sólo a la mayoría de los hombres caucásicos. Debe sonar algo pedante, posiblemente, pero es verdad.

Kabakov llamó a Corley por teléfono y le repitió al agente del FBI lo que le había dicho Rachel.

– Eso reduce el número a cuarenta millones de personas -respondió Corley-. No, escuche, por el amor de Dios, cualquier dato es útil.

El informe de Corley sobre la búsqueda de la lancha no era satisfactorio. Empleados de la aduana y agentes de la policía de Nueva York habían revisado todos los astilleros de City Island. La policía de Nassau y Suffolk había inspeccionado todas las caletas de Long Island. La policía estatal de Nueva Jersey había interrogado a propietarios de lanchas a todo lo largo de la costa. Agentes del FBI habían revisado los mejores astilleros -inclusive los legendarios Rybovich, Trumpy y Huckins- y aquellos menos conocidos donde existen artesanos que construyen todavía lanchas de madera. En ninguna parte pudieron identificar la lancha fugitiva.