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– Dile que se dé prisa.

– Así que ahora quieren que corra -dijo el chofer por encima del hombro.

Moshevsky sonrió enseñándole los dientes.

– Y por eso es que ahora acelero -respondió el chófer.

El consulado israelí y la representación en las Naciones Unidas compartían un edificio de ladrillos pintados de blanco en el N° 800 de la segunda Avenida en Manhattan. El sistema de seguridad estaba bien organizado y era realmente efectivo. Kabakov fumaba en el salón de reuniones y luego se trasladó rápidamente al centro de comunicaciones.

No habían transcurrido cinco minutos cuando desde Tel Aviv acusaron recibo de su telegrama cifrado respecto de Abu Ali. Una complicada maquinaria se puso en marcha. A los quince minutos un hombre joven y fornido salió de las oficinas del Mossad rumbo al aeropuerto de Lod. Debía tomar un avión rumbo a Nicosia, Chipre, cambiar de pasaporte y tomar el próximo vuelo a Beirut. Su primera ocupación en la capital del Líbano consistiría en tomar un café en un pequeño bar desde el que podía apreciarse satisfactoriamente el Departamento de Policía de Beirut, donde se suponía que esperaba que terminara el período establecido por la ley un paquete numerado conteniendo las pertenencias de Ab Ali. Ahora había llegado alguien para reclamarlas.

Kabakov estuvo junto al interceptor en compañía de Tell durante media hora. El embajador no pareció sorprenderse ante la solicitud de Kabakov referente a pedir la colaboración de los rusos. Kabakov tenía la impresión de que Yoachim Tell no se había sorprendido nunca en su vida. Pensó que había advertido un dejo de simpatía en la voz del embajador al despedirse de él. ¿Sería realmente simpatía? Kabakov se sonrojó y se dirigió a la puerta que conducía al centro de comunicaciones. El telex situado en un rincón golpeteaba y la voz del empleado lo detuvo al trasponer la puerta. Acababan de recibir una respuesta a su pregunta sobre el bombardeo sirio en 1971.

El telex informaba que el atentado tuvo lugar el 15 de agosto. Ocurrió durante una de las mayores campañas de reclutamiento organizadas ese año en Damasco por Al Fatah. Se sabía que estaban presentes en ese momento en Damasco tres organizadores.

– Fakhri al-Amari, que capitaneaba el equipo que asesinó al primer ministro jordano, Wasfi el-Tel, y que bebió su sangre. Se suponía que Amari estaba en la actualidad en Argelia. Se había ordenado investigarlo.

– Abdel Kadir, que disparó en una oportunidad un bazooka contra un autobús escolar israelí: murió al explotar su fábrica de bombas en 1973 en las proximidades de Cheikh Saad. El telex agregaba que indudablemente Kabakov no necesitaría que le recordaran el fallecimiento de Kadir ya que él había estado presente.

– Muhammad Fasil, alias Yusuf Halef, alias Sammar Tufiq. Considerado el artífice de la «Matanza de Munich» y uno de los hombres más buscados por el Mossad. Se suponía que Fasil estaba a la sazón en Siria. El Mossad creía que estaba en Damasco cuando Kabakov realizó la incursión a Beirut durante las últimas tres semanas. El servicio de inteligencia israelí estaba iniciando averiguaciones en Beirut y en otros lugares referentes al paradero de Fasil.

Se transmitieron vía satélite fotografías de al-Amari y Fasil a la embajada israelí en Washington para ser entregadas luego a Kabakov. Enviarían luego los negativos. Kabakov frunció el ceño. Si habían decidido enviar los negativos era porque las fotografías no eran buenas, bastante malas en realidad para ser transmitidas electrónicamente. Pero, era algo. Deseó haber esperado un poco para pedirles ayuda a los rusos.

– Muhammad Fasil -musitó Kabakov-. Sí. Este es tu tipo de trabajo. Espero que esta vez hayas venido en persona.

Salió nuevamente a la lluvia para regresar a Brooklyn. Moshevsky, y el trío israelí bajo sus órdenes registraron todos los bares de Cobble Hill y todos los modestos restaurantes y salas de juegos en busca del ayudante griego de Muzi. Quizás éste había visto al norteamericano. Kabakov sabía que el FBI había hecho lo mismo, pero sus hombres no tenían aspecto de policías, y podían mezclarse mejor con el conglomerado étnico de la vecindad y además podían escuchar y entender varios idiomas. Kabakov se instaló en la oficina de Muzi donde revisó la increíble cantidad de papeles que había dejado el importador, con la esperanza de poder encontrar algún dato referente al norteamericano o a los contactos de Muzi en el Oriente Medio. Un nombre, un lugar, cualquier cosa. Si existía una persona entre Estambul y el golfo de Aden que conociera la finalidad de la misión de Septiembre Negro en los Estados Unidos, Kabakov averiguaría su nombre, secuestraría a esa persona o moriría intentándolo. Ya avanzada la tarde descubrió que Muzi tenía por lo menos tres equipos diferentes de libros, pero no había averiguado nada más. Regresó muy cansado al apartamento de Rachel.

Estaba levantada esperándolo. Parecía algo diferente y al mirarla dejó de sentirse cansado. Su separación diurna había servido para poner algo en limpio para ambos.

Se convirtieron en amantes sin mayor estrépito. Y sus encuentros de ahí en adelante empezaron y terminaron con gran suavidad, como si ambos temieran quebrar la frágil defensa construida por sus sentimientos alrededor de la cama.

– Soy una tonta -dijo ella al descansar en una oportunidad-. Pero no me importa ser una tonta.

– Te aseguro que a mí tampoco me importa que seas una tonta -respondió Kabakov-. ¿Quieres un cigarrillo?

El embajador Tell telefoneó a las siete de la mañana, mientras Kabakov estaba bañándose. Rachel abrió la puerta del baño y lo llamó. Kabakov emergió rápidamente de la nube de vapor mientras Rachel seguía todavía en la puerta. Se envolvió con una toalla y se dirigió al teléfono. Rachel comenzó a inspeccionar detenidamente sus uñas.

Kabakov parecía algo incómodo. Si el embajador había obtenido una respuesta de los rusos, no se lo comunicaría por ese teléfono. La voz de Tell reflejaba tranquilidad e indiferencia.

– Mayor, hemos recibido una petición de informes sobre su persona del «New York Times». Y también una serie de preguntas molestas respecto del incidente con el Leticia. Me gustaría que pasara por aquí. Estaré libre un poco después de las tres, si le resulta conveniente.

– Lo veré allí.

Kabakov encontró el «Times» en el felpudo de la puerta del apartamento de Rachel. Primera página: LLEGO A WASHINGTON EL PRIMER MINISTRO ISRAELI PARA CONVERSAR SOBRE LA SITUACION EN EL ORIENTE MEDIO. Lo leeré después. EL COSTO DE LA VIDA. GM ANULA CONTRATO DE VENTA DE CAMIONES. Página dos. Oh, cuernos. Aquí está:

CIUDADANO ARABE TORTURADO AQUI

POR AGENTES ISRAELIES

SEGUN DENUNCIA EL CONSUL

Por Margaret Leeds Finch

El cónsul del Líbano manifestó el martes por la noche que un ciudadano de su país fue interrogado después de ser sometido a torturas por agentes israelitas que abordaron un barco mercante de Libia en el puerto de Nueva York, antes de ser detenido por agentes de la aduana de los Estados Unidos bajo la acusación de contrabando.

El cónsul Yusuf el-Amedi presentó una protesta redactada en enérgicos términos al Departamento de Estado aduciendo que Mustapha Fawzi, primer oficial del carguero Leticia fue golpeado y torturado con picana eléctrica por dos hombres que se identificaron como israelitas. Dijo que no sabía qué era lo que buscaban dichos agentes y se negó a comentar los cargos de participar en un contrabando levantados contra Fawzi.

Un portavoz israelí negó enfáticamente las acusaciones, diciendo que era un torpe intento por «despertar sentimientos antisemitas».

El doctor Cari Gillete, médico del departamento correccional dijo que examinó a Fawzi en la Federal House of Detention de West Street y que no encontró prueba alguna de que hubiera sido golpeado.