Su cara no aparentó nada.
– Le dije que trabajaría en un remolcador y eso es lo único que hago. Usted lo sabe bien.
– Lo sé. Pero conoces mucha gente, Eddie. Yo no conozco a nadie que se dedique a hacer negocios ilegales en lanchas. Necesito tu ayuda.
– Siempre fuimos sinceros entre nosotros, ¿verdad?
– Sí.
– Usted nunca comentó las cosas que yo decía cuando estaba en la camilla, ¿verdad?
– No.
– Bien. Hágame la pregunta y dígame exactamente quién quiere saberlo.
Rachel titubeó. La verdad era la verdad. Ninguna otra cosa serviría. Se lo dijo.
– Ya me interrogaron los del FBI -dijo Stiles cuando terminó-. Se presentó un tipo a bordo y empezó a hacerme preguntas delante de todos, y eso no me gustó nada. Sé que les preguntaron también a otros… otros tipos que conozco.
– Y no les dijiste nada.
Stiles sonrió y se sonrojó.
– No sabía nada que pudiera interesarles, ¿comprende? Para decirle la verdad no me concentré demasiado. Creo que nadie lo hizo tampoco, y tengo entendido que siguen dando vueltas por ahí.
Rachel no quiso presionarlo y esperó. El hombrecito se tiró del cuello, se acarició el mentón y colocó deliberadamente las manos sobre sus rodillas.
– ¿Usted quiere hablar con el dueño del barco? No quiero decir usted misma, eso no sería… quiero decir sus amigos quieren hablar con él.
– Exacto.
– ¿Nada más que hablar?
– Nada más.
– ¿Por dinero? Quiero decir, no para mí, doctora Bauman. No piense eso, por favor, ya estoy bastante en deuda con usted. Pero quiero decir que si conociera a otro tipo, pocas cosas son gratis. Tengo ahorrados unos cuantos cientos que puedo prestarle, pero…
– No te preocupes por el dinero -le dijo.
– Dígame nuevamente desde dónde vieron por primera vez la lancha los guardacostas y quién hizo qué.
Stiles escuchó asintiendo y haciendo de vez en cuando una pregunta.
– Francamente, no sé si voy a poder ayudarla, doctora Bauman -dijo por fin-. Pero se me ocurre algo. Me mantendré atento.
– Con mucho cuidado.
– Ya me conoce.
15
Harry Logan conducía su destartalada camioneta a lo largo del perímetro que encerraba las dependencias de equipos pesados de la United Coal Company, cumpliendo con su ronda, observando las hileras de topadoras y camiones. Se suponía que debía verificar la presencia de ladrones o saboteadores, pero jamás vio ninguno. No había nadie en kilómetros a la redonda. Todo estaba bien, podía entonces desaparecer.
Se dirigió por un camino de tierra que seguía la gigantesca herida cavada por la mina en las colinas de Pennsylvania, levantando a su paso una nube de polvo colorado. La brecha tenía doce kilómetros de largo y tres kilómetros de ancho y se ensanchaba a medida que las máquinas excavadoras corroían las colinas. Dos de las más grandes excavadoras del mundo cerraban sus mandíbulas contra las laderas de las colinas, como enormes hienas rompiendo un vientre a dentelladas, veinticuatro horas por día durante seis días a la semana. Se detenían únicamente el Sabbath, ya que el presidente de la United Coal era un hombre muy religioso.
Era domingo y lo único que se movía en esa tierra desierta eran columnas de polvo. Harry Logan aprovechaba ese día para ganar un poco de dinero extra. Era un recolector de residuos y trabajaba en esa zona condenada que muy pronto sería engullida por la mina. Logan dejaba su puesto en las dependencias de maquinarias todos los sábados para dirigirse al pequeño pueblo abandonado en una colina por donde pasarían las excavadoras.
Las casas descascaradas estaban vacías y olían a orina de los vándalos que rompieron sus ventanas. Los propietarios se habían llevado al mudarse todo lo que ellos consideraban de valor, pero su ojo para lo que podía ser vendido no era tan agudo como el de Logan. Era un recolector de chatarra innato. Había bastante plomo en las antiguas canaletas y en las tuberías. Podían sacarse los interruptores de electricidad de las paredes y también las duchas, y metros de alambre de cobre. Vendía todas esas cosas en el negocio de chatarra de su yerno. Logan estaba ansioso por lograr una buena cosecha ese domingo pues solamente quedaba una octava parte de una milla de bosques entre el pueblo y la mina. El pueblo habría desaparecido en las fauces de las máquinas dentro de dos semanas.
Entró con su camión en el garaje de una casa. Reinaba una gran calma y silencio cuando apagó el motor. Se oía solamente el viento, silbando entre las casas destartaladas y sin ventanas. Estaba cargando un montón de cajas en su camión cuando oyó el ruido del avión.
El Cessna colorado de cuatro plazas realizó dos pasadas a baja altura sobre el pueblo. Logan miró entre los árboles hacia la falda de la colina y lo vio dirigirse hacia el camino de tierra de la mina. Si Logan hubiera sabido apreciar esas cosas, se habría deleitado observando un aterrizaje con viento cruzado, un desplazamiento y el pequeño avión rodando suavemente, levantando una nube de tierra hacia un costado.
Se rascó la cabeza y el trasero. ¿Qué demonios querrían? Con toda seguridad eran unos inspectores de la compañía. Podía decir que estaba revisando el pueblo. El avión corrió hasta quedar fuera del alcance de su vista, detrás de una espesa arboleda. Logan descendió cuidadosamente por la ladera cubierta de árboles. Cuando logró ver nuevamente el avión, comprobó que estaba vacío y que sus ruedas estaban aseguradas. Oyó voces a su izquierda entre los árboles y se dirigió tranquilamente en esa dirección. Allí había un enorme cobertizo vacío y junto a él una finca de casi dos hectáreas. Logan sabía perfectamente bien que no contenía nada que valiera la pena robar. Desde el borde del bosque vio que en la finca había dos hombres y una mujer caminando entre el verde trigo invernal que les cubría los tobillos.
Uno de los hombres era alto, llevaba gafas oscuras y estaba vestido con una chaqueta de esquiador. El otro era más moreno y tenía una cicatriz en la cara. Los hombres desenrollaron una larga soga y midieron la distancia que había entre el costado del cobertizo y la finca. La mujer instaló un teodolito y el hombre alto miró por él mientras el moreno hacía unas marcas con pintura en la pared del cobertizo. Los tres se reunieron junto a un tablero, gesticulando con sus brazos.
Logan salió de entre los árboles. El moreno fue el primero en verlo y dijo algo que Logan no pudo oír.
– ¿Qué están haciendo ustedes aquí?
– Hola -respondió la mujer sonriendo.
– ¿Tienen alguna identificación de la compañía?
– No pertenecemos a la compañía -dijo el hombre alto.
– Esto es propiedad privada. No pueden quedarse aquí. Para eso estoy yo, para echar a los intrusos.
– Sólo queríamos sacar unas fotografías -dijo el hombre alto.
– Aquí no hay nada que fotografiar -respondió Logan receloso.
– Por supuesto que lo hay -interpuso la mujer-. A mí -agregó pasándose la lengua por los labios.
– Estamos haciendo la nota de portada de lo que podría llamarse una revista privada, sabe, una revista picaresca.
– ¿Se refiere a una de desnudos?
– Preferimos llamarla una publicación naturalista -aclaró el alto-. No se puede hacer este tipo de cosas en cualquier parte.
– Podrían llevarme presa -acotó la mujer riendo. Era realmente bastante atractiva.
– Hace mucho frío para eso -respondió Logan.
– La nota se va a llamar «Piel de Gallina».
Mientras tanto el moreno desenrollaba un carrete de alambre que iba desde el trípode hasta los árboles.
– No traten de engañarme, no entiendo nada de estas cosas. La oficina jamás me dijo que podía permitir la entrada de nadie. Mejor será que vuelvan a sus casas.
– ¿Quiere ganarse cincuenta dólares ayudándonos? Será solamente media hora y luego desapareceremos -dijo el hombre alto.