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– ¿Y qué pasa con el cielo? -dijo Kabakov.

– Usted está pensando en ese asunto del piloto y la carta marítima, indudablemente -dijo el director del FBI-. Creo que podremos prohibir los vuelos en aviones privados durante la realización del partido. Lo verificaremos con la Federal Aviation Agency. Esta tarde llamaré a las respectivas oficinas. Sabremos algo más para entonces.

Lo dudo, pensó Kabakov.

21

El ruido de los interminables pasos de Abel Awad comenzó a molestar al guardia apostado en el pasillo. Levantó la mirilla de la puerta de la celda y maldijo a Awad a través de la puerta. Cuando lo hizo se sintió un poco avergonzado. El hombre tenía derecho a caminar. Levantó nuevamente la mirilla y le ofreció un cigarrillo advirtiéndole que lo apagara y lo escondiera en cuanto oyera ruido de pasos que se acercaban.

Hacía rato que Awad estaba atento a oír ruido de pasos. En cualquier momento, esta noche, mañana, pasado mañana, se aproximarían, para cortarle las manos.

Siendo piloto de la fuerza aérea libia fue acusado de robo y tráfico de drogas. La pena de muerte fue conmutada y reemplazada por una doble amputación, teniendo en cuenta los servicios prestados anteriormente a su país. Este tipo de castigo, recomendado por el Corán, había caído en desuso hasta que asumió el poder el coronel Khadafy que lo puso nuevamente en vigencia. Debe decirse, no obstante, que junto con su política de modernización, Khadafy reemplazó el hacha en la plaza por el bisturí de un cirujano en una aséptica sala de un hospital de Benghazi.

Awad trató de escribir sus pensamientos, trató de escribirle a su padre disculpándose por la vergüenza que había hecho caer sobre su familia, pero le resultaba difícil encontrar las palabras. Tenía miedo de que la carta estuviera a medio terminar cuando vinieran a buscarlo y no tener más remedio que despacharla en esas condiciones. O terminarla sujetando el lápiz entre sus dientes.

Se preguntó para sus adentros si la anestesia estaría permitida por el castigo.

Pensó si no podría enganchar una pierna del pantalón en la bisagra de la puerta y atarse la otra alrededor del cuello y ahorcarse sentado. Esos pensamientos lo torturaban desde que se enteró de la sentencia, una semana antes. Sería más fácil si le dijeran cuándo. Quizás la incertidumbre era parte del castigo.

La mirilla se levantó.

– Apáguelo, Apáguelo -susurró el guarda. Awad pisó el cigarrillo torpemente y lo empujó debajo de su catre. Oyó el ruido de los cerrojos que se corrían. Se paró frente a la puerta con las manos detrás de su cuerpo, clavándose las uñas en las palmas.

Soy un hombre y un buen oficial, pensó Awad. Ni siquiera en el juicio pudieron negarlo. No haré un papelón ahora.

Un hombre pequeño vestido de civil entró en la celda. Estaba diciéndole algo y sus labios se movían bajo el diminuto bigote.

– …¿Me oyó, teniente Awad? Todavía no ha llegado la hora de… de su castigo. Pero sí ha llegado el momento para tener una seria conversación. Hable en inglés, por favor. Siéntese en la silla, yo me sentaré en el catre -el hombrecito tenía una voz suave, y sus ojos no se apartaban ni un instante del rostro de Awad mientras hablaba.

Awad tenía manos muy sensitivas, manos de un piloto de helicóptero. Cuando le ofrecieron la oportunidad de conservarlas, de obtener la condonación de su pena, aceptó rápidamente las condiciones.

Fue trasladado de la prisión de Benghazi al destacamento de Ajdabujah, donde en medio de estrictas medidas de seguridad, fue puesto a bordo de un MIL-6, helicóptero ruso para tareas pesadas que es conocido en la NATO bajo el nombre de «Hook». Es uno de los tres que posee el ejército libio. Awad conocía ese tipo de máquina, si bien su experiencia había sido mayor con otros modelos más pequeños. Lo pilotaba bien. El MIL-6 no era exactamente igual a un Sikorsky S-58, pero se le parecía bastante. Por las noches estudiaba concienzudamente un manual de vuelo del Sikorsky que habían conseguido en Egipto. Manejando cuidadosamente el acelerador y los controles de vuelo y vigilando con atención las distintas presiones, estaría en condiciones de pilotarlo cuando llegara el momento.

El gobierno del presidente Khadafy está imbuido de fuertes principios morales, respaldados por terribles castigos y en consecuencia hay cierto tipo de delitos que han sido drásticamente reprimidos en Libia. El civilizado arte de la falsificación no florece allí, y fue necesario recurrir a un falsificador de Nicosia para que le consiguieran a Awad una nueva documentación.

Awad debía ser depurado íntegramente, no debía quedar en él rastro alguno de su origen. En realidad todo lo que se necesitaba eran unos buenos documentos de identidad para que pudiera entrar a los Estados Unidos. De allí no saldría vivo, ya que se desintegraría durante la explosión. Awad no estaba enterado de esto último. En verdad, lo único que se le había dicho era que se presentara ante Muhammad Fasil para cumplir órdenes. Le habían asegurado que podría escapar sin inconvenientes. Para mantener esa ilusión era necesario proveerlo de un plan de huida y la documentación correspondiente.

El 31 de diciembre, el día siguiente a la salida de Award de la prisión, su pasaporte libio, varias fotografías recientes y muestras de su caligrafía fueron entregadas a una pequeña imprenta de Nicosia.

El concepto de proveer de un «panorama» completo -un conjunto de documentos interrelacionados como un pasaporte, carnet de conducir, correspondencia reciente con sus correctos matasellos y recibos- es un adelanto reciente entre los falsificadores del hemisferio occidental, que pusieron en práctica después de que el tráfico de drogas estuvo en condiciones de pagar esos refinados trabajos. Los falsificadores del Oriente Medio han creado «panoramas» para sus clientes desde generaciones atrás.

El falsificador empleado por Al Fatah en Nicosia realizaba unos trabajos admirables. Les suministraba también pasaportes libaneses en blanco a los israelitas, que se encargaban de llenarlos ellos mismos. Y le vendía información al Mossad.

El trabajo solicitado por los libios era muy caro: dos pasaportes, uno italiano con un visado de entrada a los Estados Unidos y uno portugués. Pero no regatearon el precio. Lo que resulta valioso para uno suele ser igualmente valioso para otro, pensó el falsificador al ponerse la chaqueta.

Antes de que hubiera transcurrido una hora, el cuartel general Mossad en Tel Aviv sabía quién era Awad y en quién se convertiría. Su juicio fue objeto de gran atención en Benghazi. Todo lo que debía hacer el agente del Mossad era revisar los periódicos para descubrir cuál era la especialidad de Awad.

En Tel Aviv ataron cabos. Awad era un piloto de helicópteros que iba a entrar a los Estados Unidos en una forma y salir de otra distinta. La larga línea que comunicaba con Washington estuvo ocupada durante cuarenta y cinco minutos.

22

El 30 de diciembre por la tarde se inició una gigantesca búsqueda en el estadio de Tulane en Nueva Orleans en previsión de la realización del Sugar Bowl Classic que debía jugarse la víspera de Año Nuevo. Revisiones similares estaban programadas también para el 31 de diciembre en los estadios de Miami, Dallas, Houston, Pasadena, y en todas las ciudades en las que se jugaría un campeonato importante de fútbol entre los equipos universitarios durante el primero de enero.

Kabakov se alegraba de que los norteamericanos hubieran decidido finalmente poner en marcha sus grandes recursos contra los terroristas, pero le hacía gracia el proceso necesario para haber llegado a dicha decisión. Era típico de la burocracia. John Baker, director del FBI convocó a una reunión a los altos jefes del FBI, de la National Security Agency y del Servicio Secreto la tarde anterior, de resultas de su conversación con Kabakov y Corley. Kabakov, sentado en primera fila, sentía muchas miradas penetrantes mientras los oficiales reunidos hacían hincapié en la poca consistencia de las pruebas concernientes al objetivo del atentado: un ejemplar de una revista, sin marca alguna, conteniendo un artículo sobre el Super Bowl.