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Cada uno de los figurones del FBI y de la National Security Agency parecían decididos a que ningún otro se sintiera más importante mientras Corley exponía la teoría de un ataque durante la realización del partido en Nueva Orleans.

Los únicos que permanecían silenciosos eran Earl Biggs y Jack Renfro, representantes del Servicio Secreto. Kabakov pensó que esos agentes eran los dos hombres menos joviales que había visto. Aunque en honor a la verdad, no les faltaban preocupaciones.

Sabía que los presentes en esa reunión estaban lejos de ser tontos. Cada uno de ellos hubiera sido más receptivo a una idea peculiar si esa idea le hubiera sido presentada en privado. La mayoría de los hombres tienen dos tipos de reacciones cuando están en compañía de sus pares: las verdaderas y las otras destinadas a impresionar a sus compañeros. Desde los primeros momentos de la reunión el escepticismo pareció ser la reacción correcta, y una vez establecida como tal, prevaleció durante toda la exposición de Corley.

Pero esa norma colectiva actuó también en otro sentido. La semilla de alarma quedó implantada mientras Kabakov relataba las maniobras de Septiembre Negro previas a la masacre de Munich y el frustrado atentado a los partidos de fútbol por la copa mundial hacía seis meses. Teniendo en cuenta esos antecedentes ¿les parecía menos plausible un ataque durante el Super Bowl que el asesinato perpetrado en la Villa Olímpica? preguntó Kabakov.

– No juega ningún equipo judío -fue la respuesta inmediata. Pero no se oyó ninguna risa. Mientras los funcionarios escuchaban a Kabakov el temor se hizo presente en el cuarto, transmitido sutilmente entre los propios oyentes por pequeños movimientos de sus cuerpos y cierta impaciencia. Manos que se retorcían, manos que restregaban los rostros. Kabakov pudo ver el cambio operado en su auditorio. Siempre había perturbado a los policías, inclusive a la policía israelí. Lo atribuía a su propia impaciencia con ellos, pero era algo más que eso. Había algo en su persona que inquietaba a los policías tal como el olor a almizcle en el viento pone nerviosos a los perros, y los hace acercarse al fuego. Les indica que más lejos hay algo que no se siente atraído por el fuego; que los observa y no tiene miedo.

La prueba de la revista, reforzada por los antecedentes de Fasil comenzó a hacer sentir su peso al ser analizada por los presentes. Una vez admitida la posibilidad del peligro, un funcionario no se contentaría con medidas menos drásticas que las solicitadas por su vecino: ¿Por qué tenía que ser el Super Bowl el único objetivo? La fotografía de la revista mostraba un estadio lleno de gente, ¿y si fuera otro estadio? Dios mío, el Sugar Bowl se juega la víspera de Año Nuevo, pasado mañana, y en todo el país se jugarán otros partidos de fútbol el primero de año. Hay que revisar todos los estadios.

Junto con el temor se presentó la hostilidad. Kabakov se percató súbitamente de que era un extranjero, y además un judío. Se dio cuenta inmediatamente de que muchos de los espectadores estaban pensando en su calidad de judío. Lo había esperado. No se sorprendió entonces cuando de acuerdo con la mentalidad de estos hombres de pelo cortito y premisas legales, él representaba el problema y no la solución. La amenaza provenía de un grupo de extranjeros y él era extranjero. Nadie lo expresó en palabras pera estaba latente.

– Gracias, amigos -dijo Kabakov al sentarse. Ustedes no conocen la mentalidad de los extranjeros, pensó. Pero quizás lo descubran el 12 de enero.

A Kabakov no le parecía lógico que ya que Septiembre Negro tenía la posibilidad de perpetrar un atentado en algún estadio, lo hiciera en uno al que no concurriría el presidente. Insistía en su teoría del Super Bowl.

Llegó a Nueva Orleans el 30 de diciembre por la tarde. La búsqueda ya se había iniciado en el estadio de Tulane, en anticipación del Sugar Bowl. El contingente asignado al estadio se componía de cincuenta hombres, entre los que se contaban agentes del FBI y del destacamento de bombas de la policía, detectives policiales, dos entrenadores de perros de la Federal Aviation Administration con perros especialmente adiestrados para olfatear explosivos y dos técnicos del ejército con un detector electrónico, calibrado con la estatuilla recuperada del Leticia.

Nueva Orleans era un caso especial por el hecho de que personal del Servicio Secreto cooperaba en la búsqueda y en la necesidad de hacer dos veces el trabajo, un día para el Sugar Bowl y una segunda vez el 11 de enero, víspera del Super Bowl. Los hombres realizaban su tarea sin ocasionar alboroto alguno, y eran ignorados por el grupo de empleados encargados del mantenimiento de la cancha ocupados en dar los últimos toques al estadio.

Kabakov no parecía interesarse demasiado en la búsqueda, ya que no creía que lograran encontrar nada. Se dedicó en cambio a estudiar el rostro de todos los empleados del estadio. Recordaba que Fasil había enviado a sus guerrilleros en busca de trabajo a la Villa Olímpica con seis semanas de antelación al atentado. Sabía que la policía de Nueva Orleans estaba revisando el historial de cada empleado, pero a pesar de ello seguía inspeccionando sus caras como si creyera poder experimentar una reacción interna instintiva al enfrentarse con un terrorista. Pero no experimentó ninguna sensación extraña al examinar a los trabajadores. La revisión de los historiales tuvo como consecuencia el descubrimiento de un bígamo que fue entregado al condado de Coahoma, en Missisipi.

Kabakov asistió al partido jugado la víspera de Año Nuevo por el Super Bowl Classic, entre Los Tigres de la universidad del Estado de Louisiana contra Nebraska. Los Tigres perdieron trece a siete.

Nunca había visto antes un partido de fútbol y tampoco vio mucho de este encuentro. Pasó la mayor parte del tiempo paseándose debajo de las tribunas y cerca de las entradas en compañía de Moshevsky, ignorados por los numerosos agentes del FBI y la policía presente en el estadio. Kabakov tenía un especial interés en averiguar cómo se controlaban los accesos y a quién se permitía entrar después de haberse llenado el estadio.

La mayoría de los espectáculos públicos, y éste, con las «pompons», los estandartes y las bandas le resultó especialmente ultrajante. Siempre le habían parecido ridículas las bandas de música que desfilaban. El único momento agradable de la tarde fue durante un período de descanso, cuando sobrevoló el estadio una escuadrilla de los Blue Angels de la Marina, formando una especie de diamante con sus jets en los que se reflejaba el sol mientras se balanceaban en el espacio, por encima del dirigible zumbón que flotaba alrededor del estadio. Kabakov sabía que había además otros jets -interceptores de la Fuerza Aérea listos para despegar de pistas aledañas en el caso de que se aproximara a Nueva Orleans una máquina desconocida durante el transcurso del partido.

Sus sombras se proyectaron durante un buen rato sobre la cancha hasta que desapareció de su vista el último de la formación. Se sentía agotado por los gritos que había oído durante esas horas. Le resultaba difícil comprender el idioma que hablaba la gente y a menudo se sintió molesto. Corley lo encontró parado junto al límite de la cancha, fuera del estadio.

– Bueno, no hizo ¡pum! -dijo Corley.

Kabakov lo miró rápidamente esperando encontrarse con una sonrisa burlona. Pero Corley parecía cansado. Kabakov pensó que la expresión «una búsqueda quimérica» estaría repitiéndose con entusiasmo en los estadios de las otras ciudades, donde hombres cansados buscaban explosivos en vísperas del partido del día de Año Nuevo. Suponía que se estaban diciendo muchas cosas, lejos del alcance de sus oídos. Jamás dijo que el blanco sería un partido interuniversitario, ¿pero quién lo recordaba? De todos modos no tenía importancia. Corley y él se alejaron del estadio en dirección al estacionamiento. Rachel estaría esperándolo en el Royal Orleans.