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– Mayor Kabakov.

Miró a su alrededor durante un instante antes de darse cuenta que la voz provenía de la radio que tenía en el bolsillo.

– Kabakov, adelante.

– Lo llaman en el puesto de mando.

– Bien.

El puesto de mando del FBI estaba situado en la oficina de relaciones públicas del estadio de Tulane, justo debajo de las Tribunas. Un agente en mangas de camisa le pasó el teléfono.

Lo llamaba Weisman desde la embajada israelí. Corley trató de deducir la naturaleza de la conversación por las breves respuestas de Kabakov.

– Vayamos fuera -dijo Kabakov después de terminada la conversación. No le gustaba la forma en que los agentes de la oficina evitaban mirarlo después de ese día de trabajo extra.

Kabakov, parado junto a la línea de límite de juego, levantó la vista hacia lo alto del estadio donde flameaban las banderas al viento.

– Van a traer a un piloto de helicópteros. No sabemos si es para este trabajo, pero viene para aquí. Desde Libia. Y están muy apurados.

Hubo un breve silencio durante el cual Corley digirió la información.

– ¿Qué es lo que saben de él?

– Su pasaporte, su fotografía, todo. La embajada le entregará el informe a vuestra oficina de Washington. Estará allí dentro de media hora. Posiblemente reciba usted una llamada dentro de un minuto.

– ¿Dónde esta?

– Todavía en el extranjero, no sabemos dónde. Pero mañana recogerán su documentación en Nicosia.

– Ustedes no intervendrán…

– Por supuesto que no. Los dejaremos actuar libremente allí. Vigilaremos el lugar de Nicosia donde recogerán la documentación y el aeropuerto. Eso es todo.

– ¡Un ataque por aire! Aquí o en algún otro lado. Eso es lo que planearon desde el primer momento.

– Quizás -repuso Kabakov-. Puede ser que Fasil invente otra variante. Todo depende de qué es lo que supone que nosotros sabemos. Si vigila éste o cualquier otro estadio, se dará cuenta de que sabemos bastante.

Corley y Kabakov revisaron el informe sobre el piloto de Libia en la oficina del FBI en Nueva Orleans.

– Va a entrar utilizando el pasaporte portugués y saldrá con el italiano que ya tiene el sello de entrada al país -dijo Corley golpeando suavemente la hoja amarilla del telex-. Si utiliza el pasaporte portugués para entrar al país por cualquier lugar, lo sabremos en diez minutos. Los tendremos, David, si es que forma realmente parte del proyecto. El nos conducirá a la bomba, a Fasil y a la mujer.

– Quizás.

– ¿Pero dónde pensarán conseguirle un helicóptero? Si el blanco es el Super Bowl debe haber alguien por aquí que lo tenga preparado.

– Así es. Y bastante cerca. No tienen gran autonomía de vuelo -Kabakov abrió un sobre de cartulina. Sacó del interior cien fotografías tres cuartos perfil de Fasil y cien copias del identikit de la mujer. Todos los agentes del estadio habían recibido copias de cada una-. La NASA realizó un buen trabajo con esto -dijo Kabakov. La fotografía de Fasil era extraordinariamente nítida y un dibujante de la policía le había agregado la cicatriz de la mejilla.

– Se las entregaremos a las líneas aéreas, al destacamento de marina y en todas partes donde tengan helicópteros -dijo Corley-. ¿Qué es lo que le pasa?

– ¿Por qué tardarían tanto en hacer venir al piloto? Todo concuerda perfectamente excepto ese detalle. Una bomba grande, un ataque por aire. ¿Pero por qué buscaron tan tarde al piloto? Lo primero que hizo sugerir la intervención de un piloto fue la carta marítima encontrada en la lancha, pero si la marca fue hecha por un piloto quiere decir que ya estaba aquí.

– En cualquier parte del mundo se pueden conseguir esas cartas marítimas, David. Quizás fue marcada en el otro lado, en el Oriente Medio. Una medida prudente. Una cita de emergencia en el mar, por las dudas. La carta puede haber venido con la mujer. Y la cita les resultó inevitable al desconfiar de Muzi.

– Lo que no concuerda es la prisa de último momento para conseguir la documentación. Si hubieran sabido de antemano que iban a utilizar un piloto libio, habrían tenido listos los pasaportes con mucha anticipación.

– Cuanto más tarde lo hicieran enterarse del asunto, menos peligro.

– No -insistió Kabakov meneando la cabeza-. Esa prisa en conseguir los papeles no es el estilo de Fasil. Usted sabe con qué anticipación hizo los arreglos para Munich.

– Es una posibilidad de todos modos. Lo primero que haré mañana será enviar a los agentes con estas fotografías a todos los aeropuertos -dijo Corley-. Muchas líneas van a estar cerradas por la festividad de Año Nuevo. Posiblemente tardaremos un par de días en hablar con todos.

Kabakov subió en el ascensor del Hotel Royal Orleans en compañía de dos parejas que reían con todas sus ganas, ambas mujeres luciendo complicados peinados. Trató de entender lo que decían, pero después decidió que aun si hubiera logrado comprender lo que hablaban, la conversación no debía tener mucho sentido.

Encontró el número y llamó a la puerta. Las puertas de los cuartos de hotel siempre parecen poco atractivas. No dan la impresión de que detrás de ellas pueda haber personas a las que amamos. Rachel estaba allí, y abrazó con fuerza y durante unos minutos a Kabakov sin decir una sola palabra.

– Me alegro de que la policía te entregara mi mensaje en el estadio. Podías haberme invitado a reunirme contigo aquí, sabes.

– Pensaba esperar hasta que todo terminara.

– Siento como si estuviera abrazando a un robot -dijo soltándolo-. ¿Que tienes debajo de la chaqueta?

– Una metralleta.

– Bueno, déjala por ahí y ven a tomar una copa.

– ¿Cómo hiciste para conseguir semejante cuarto sin haberlo reservado antes? Corley tuvo que ir a vivir a casa de un agente local del FBI.

– Tengo un amigo en el Plaza de Nueva York y ellos son los dueños de este hotel también ¿Te gusta?

– Sí -era una suite pequeña pero muy lujosa.

– Siento mucho no haber podido encontrarle un lugar a Moshevsky.

– Está esperando en el pasillo. Creo que podría dormir en el sofá… no, estoy bromeando. Está muy bien albergado en el consulado.

– Pedí que nos subieran algo de comer.

No la escuchaba.

– Dije que van a subir la comida. Un Chateaubriand.

– Creo que han mandado buscar un piloto -acto seguido procedió a contarle todos los detalles.

– Si el piloto te conduce a los otros, ya está todo listo -dijo ella.

– Siempre y cuando consigamos el plástico y los encontremos a todos.

Rachel estaba por hacerle otra pregunta pero cambió de idea.

– ¿Cuánto tiempo puedes quedarte? -preguntó Kabakov.

– Cuatro o cinco días. Más si puedo serte de ayuda. Pensé que tal vez podría regresar a Nueva York, reasumir mi trabajo y volver, digamos el 10 o el 11, si es que quieres.

– Por supuesto que quiero que vuelvas. Cuando termine todo esto nos dedicaremos a conocer a fondo a Nueva Orleans. Parece una bonita ciudad.

– Oh, David, no sabes qué ciudad tan maravillosa es.

– Una cosa. No quiero que asistas al Super Bowl. Encantado de que vengas a Nueva Orleans, pero no quiero que pongas ni un pie en el estadio.

– Si yo no estoy segura allí, nadie lo estará tampoco. Creo que en ese caso sería lógico prevenir a la gente.

– Eso mismo es lo que les dijo el presidente al FBI y a los del Servicio Secreto. Si el Super Bowl se juega, él va a asistir.

– ¿Hay posibilidades de que lo posterguen?

– Llamó a Baker y Biggs y les dijo que si el público que asistirá al partido no puede ser protegido debidamente, suprimirá el evento y hará públicos los motivos. Baker le respondió que el FBI puede protegerlos.