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– ¿Le preguntó cómo se llamaba? -inquirió Kabakov.

– Sí.

– ¿Y de dónde venía?

– Correcto.

Kabakov sintió instintivamente una gran simpatía por Jackson. Parecía un hombre con buenos nervios. Se necesitaba un gran dominio sobre los nervios para poder realizar su trabajo. Le dio además la impresión de que podía ser muy fuerte cuando las circunstancias lo requerían.

– ¿Fue piloto de la marina? -le preguntó Kabakov.

– Así es.

– ¿Vietnam?

– Treinta y ocho misiones. Al cabo de las cuales resulté herido levemente y me retiraron hasta el final de la guerra.

– Necesitamos que nos ayude, señor Jackson.

– ¿Para agarrar a este tipo?

– Sí -respondió Kabakov-. Queremos seguirlo cuando se vaya de aquí después de su próxima visita. Se limitará a venir con su falso hermano para echar un vistazo. No debe asustarse mientras esté aquí. Tendremos que seguirlo durante un rato antes de detenerlo. Por eso es que necesitamos su cooperación.

– Aja. Bueno, pues resulta que yo también preciso vuestra cooperación. Déjeme ver sus credenciales, señor FBI -dijo mirando a Kabakov, pero Corley le entregó su tarjeta de identificación. El piloto cogió el teléfono.

– El número es…

– Yo conseguiré el número, señor Corley.

– Pregunte por…

– Preguntaré por el jefe -respondió Jackson.

La Oficina de Nueva Orleans del FBI confirmó la identidad de Corley.

– Veamos -dijo Jackson colgando el teléfono-, usted quería saber si el chiflado me preguntó de dónde era yo. Eso quiere decir si no me equivoco, que piensa localizar a mi familia. Por si precisa presionarme.

– Es posible que haya pensado en eso. Si fuera necesario -agregó Kabakov.

– Bueno, ¿de modo que ustedes quieren que actúe normalmente cuando vuelva a venir el sujeto en cuestión?

– Lo cubriremos permanentemente. Lo que nos interesa es seguirlo cuando salga de aquí -manifestó Corley.

– ¿Cómo saben que su próxima visita no será el día que piensa dar el golpe?

– Porque traerá primero a su piloto para que se familiarice antes con la máquina. Sabemos que día piensa atacar.

– Ajá. Bueno, lo haré. Pero dentro de cinco minutos llamaré a mi mujer que está en Orlando. Quiero oírla decir que frente a la casa está aparcado un coche del gobierno con los cuatro fortachones más grandes que ha visto en su vida. ¿Comprenden?

– Permítame utilizar el teléfono -dijo Corley.

Hacía cuatro días que el helicóptero era vigilado permanentemente. Corley, Kabakov y Moshevsky estaban allí durante las horas de trabajo. Tres agentes del FBI los reemplazaban cuando era amarrado durante la noche hasta el día siguiente. Fasil no apareció.

Jackson llegaba todos los días de muy buen humor y dispuesto a trabajar, quejándose únicamente de los dos agentes federales que lo acompañaban trabajo. Decía que arruinaban su estilo.

Una tarde fue a tomar una copa al Royal Orleans invitado por Kabakov y Rachel, y sus dos guardaespaldas con caras serias y compungidas se sentaron en la mesa de al lado. Jackson había estado en muchos lugares y había visto muchas cosas, y a Kabakov le gustaba más que la mayoría de los norteamericanos que había conocido.

Maginty era otro asunto. Kabakov deseaba haber podido evitar el meterlo en el baile. La tensión del jefe de cargas se hacía cada vez más visible. Estaba nervioso e irritable.

La lluvia obligó a hacer una pausa en la operación de carga durante la mañana del 4 de enero y Jackson aprovechó para tomar un café en la casilla.

– ¿Qué es esa arma que tiene allí? -le preguntó a Moshevsky.

– Un Galil -Moshevsky había pedido a Israel el nuevo modelo de rifle automático de asalto con la venia de Kabakov. Le quitó el cargador y la bala que tenía en la recámara y se lo entregó a Jackson. Moshevsky le indicó el abridor de botellas anexado al soporte, detalle que le parecía de gran interés.

– En el helicóptero que utilizábamos en Vietnam solíamos llevar un AK-47 -dijo Jackson-. Alguien se lo quitó a un vietcong. Me gustaba más que el M-16.

Maginty entró en ese momento a la casilla y al ver el arma salió nuevamente. Kabakov decidió decirle a Moshevsky que guardara el rifle de la vista. No había objeto en poner más nervioso a Maginty de lo que estaba.

– Pero para decirle la verdad ninguna de esas cosas me gusta -decía Jackson-. Usted sabe que muchos tipos alardean de lo lindo con las armas… No me refiero a usted, ése es su trabajo, pero muéstreme uno que le guste realmente una pieza y yo…

La radio de Corley interrumpió a Jackson.

– J-7. J-7. J-7, adelante.

– Nos avisan de Nueva York que el candidato Mayfly salió de la aduana de JFK a las nueve y cuarenta, hora del Este. Tiene pasaje reservado en el Delta 704 que llegará a las doce y treinta al Central Standard de Nueva Orleans -Mayfly era el nombre en código de Abdel Awad.

– De acuerdo, J-7. Afuera. ¡Kabakov, ese hijo de puta viene para aquí! Nos conducirá a Fasil y al plástico y a la mujer.

Kabakov lanzó un suspiro de alivio. Era la primera prueba realmente convincente de que la pista que seguía era la correcta, y que el blanco del atentado sería el Super Bowl.

– Espero que podamos separarlos del plástico cuando los detengamos. De lo contrario se oirá un ruido muy fuerte.

– Conque hoy es el día -dijo Jackson. Su voz no denotaba preocupación. Estaba tranquilo.

– No lo sé -respondió Kabakov-. Quizás sea hoy o quizás mañana. Mañana es domingo. Debe querer verlo trabajar en domingo. Ya lo sabremos.

Abdel Awad descendió del delta jet en el aeropuerto internacional de Nueva Orleans exactamente tres horas y cuarenta y cinco minutos después. Llevaba una pequeña maleta. Entre los pasajeros alineados detrás de él había un hombre de edad madura, alto, vestido con un traje gris. Los ojos del hombre se cruzaron un instante con los de Corley que estaba del otro lado del pasillo. El hombre miró un segundo a Awad en la espalda y luego apartó la vista rápidamente.

Corley, que llevaba una maleta, siguió al pasajero hasta el vestíbulo. No observaba a Awad, observaba a la gente que se había reunido para recibir a los recién llegados. Estaba tratando de localizar a Fasil o a la mujer.

Pero resultó evidente que Awad no esperaba ser recibido por nadie. Descendió por la escalera mecánica y salió afuera, donde titubeó durante un instante frente a la cola de pasajeros que esperaban los grandes autobuses que los transportarían hasta las oficinas céntricas de las diferentes líneas.

Corley se instaló en el coche junto a Kabakov y Moshevsky. Kabakov aparentaba estar leyendo un periódico. Habían convenido en que no se dejaría ver por si le habían enseñado su fotografía a Awad al darle las instrucciones.

– Ese grandote es Howard -dijo Corley-. Lo acompañará si coge el autobús. Pero si toma un taxi, se lo indicará a los otros que están en los coches con los radios.

Awad tomó un taxi. Howard caminó detrás de él y se detuvo para sonarse la nariz.

Era un placer observar cómo hicieron para seguirlo. Tres coches y una camioneta fueron utilizados, pero ninguno de los vehículos permanecía más de unos pocos minutos detrás del taxi mientras duró el largo viaje hasta el centro de la ciudad. Cuando resultó evidente que el taxi iba a detenerse frente al hotel Marriott, uno de los coches se metió a toda velocidad por la entrada lateral y antes de que Awad se acercara al mostrador para preguntar por su reserva, ya estaba parado allí uno de los agentes.

Este se dirigió rápidamente hacia el ascensor y al pasar junto a otro apostado bajo una planta le susurró:

– Seis once. -El que estaba bajo la palmera subió al ascensor. Estaba ya en el sexto piso cuando Awad seguía al botones que lo guió hasta su cuarto.