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Maginty se había convertido en una estatua.

– Después de lo que bebiste durante toda la noche tienes un aspecto espantoso, viejo -Jackson trataba de guiarlo hacia la casilla cuando Maginty dijo con voz bien audible-: ¿Dónde está la policía?

Fasil le pegó un grito a Awad y corrió hacia el límite de la pista con la mano sobre la cámara fotográfica.

– Reviéntelos, por Dios. Reviéntelos -exclamaba Corley por su radio.

Kabakov corrió la cortina.

– No te muevas, Fasil.

Fasil disparó contra él y su Magnum hizo un agujero del tamaño de un puño en el fondo del camión. Fasil corría a toda velocidad, zigzagueando entre las pilas de materiales de construcción, y Kabakov lo perseguía a veinte metros de distancia.

Awad se lanzó en pos de Fasil, pero Moshevsky salió de su escondite y sin perder un minuto le asestó un golpe en la base del cráneo que lo dejó tendido en el suelo, corrió luego detrás de Kabakov y Fasil. Awad trató de levantarse pero Jackson y Corley estaban ya sobre él.

Fasil corría en dirección del Superdome. Se detuvo dos veces para hacer fuego contra Kabakov. Este sintió el silbido de la bala junto a su cara al zambullirse para esquivarla.

Fasil avanzó por el espacio libre entre los montones de materiales y el portón entreabierto del Superdome. Kabakov disparó una ráfaga de ametralladora haciendo volar el polvo delante de Fasil

– ¡Alto! ¡Andek!

Fasil no titubeó ni aun cuando la arenilla levantada por los proyectiles se incrustó en sus piernas. Desapareció dentro del Superdome.

Kabakov oyó un desafío y un disparo mientras corría hacia la entrada. Agentes del FBI avanzaban del otro lado, desde el interior del estadio. Esperaba que no hubieran matado a Fasil.

Kabakov se abalanzó por el portón y se dejó caer dentro de un tinglado lleno de marcos para ventanas. Las partes superiores del enorme y sombrío recinto resplandecían con las luces de los obreros encargados de la construcción. Kabakov podía ver los cascos amarillos de los hombres que miraban hacia abajo. Tres disparos resonaron en el estadio. Y después se oyó el grave sonido de la Magnum de Fasil. Se arrastró hasta el final del tinglado.

Había dos agentes del FBI agazapados en el suelo tratando de ocultarse detrás de un generador eléctrico portátil. Una alta pila de bolsas de cemento se alzaba a treinta metros de distancia de ellos en un ángulo de la pared. Uno de los agentes disparó haciendo volar una nube de polvo de la parte superior del montón de bolsas.

Kabakov atravesó el recinto corriendo rápido y agachado en dirección a los agentes. Algo se movió rápidamente detrás de la pila, Kabakov se tiró al suelo y rodando consiguió ocultarse detrás del generador mientras resonaban los disparos de la Magnum. Un hilo de sangre corría en su antebrazo por el corte producido por un trozo de cemento.

– ¿Está herido? -preguntó Kabakov.

– No lo creo -respondió un agente.

Fasil estaba cercado. Las bolsas de cemento lo protegían por el frente y el ángulo de la pared resguardaba sus flancos. Treinta metros de suelo sin protección lo separaban de Kabakov y los agentes ocultos detrás del generador.

Fasil no podía escapar. El problema sería atraparlo vivo y obligarlo a decir dónde estaba escondido el plástico. Tratar de atrapar a Fasil vivo era como intentar agarrar a una serpiente cascabel por la cabeza.

El árabe disparó una vez. El proyectil se incrustó dentro del generador, haciendo brotar un hilo de agua. Kabakov disparó cuatro veces para cubrir a Moshevsky, que corría a reunirse con ellos.

– Corley ha pedido gases y humo -dijo Moshevsky.

La voz que resonó detrás de la barricada de cemento tenía una extraña entonación.

– ¿Por qué no viene a buscarme, mayor Kabakov? ¿Cuántos de ustedes morirán tratando de cogerme con vida? Nunca lo lograrán. Venga mayor, venga. Tengo algo para usted.

Kabakov estudió la situación de Fasil a través de un agujero en la máquina que lo escudaba. Tenía que actuar rápidamente. Temía que Fasil se matara antes de que llegaran con el gas. Había una sola cosa que podía ser de utilidad. Un gran extintor de incendios adosado a la pared junto al lugar donde se ocultaba Fasil. Debía estar muy cerca. Muy bien. Hazlo. No pienses más en ello. Le dio unas instrucciones a Moshevsky y rechazó sus objeciones con un único movimiento de la cabeza. Kabakov adoptó la postura de un corredor junto al extremo del generador.

Moshevsky alzó su rifle y lanzó una terrible andanada de proyectiles sobre la parte superior de la defensa de Fasil. Kabakov se echó entonces a correr, agachado bajo la cortina de balas, en dirección a la pila de bolsas de cemento. Se quedó agazapado junto al parapeto al resguardo de los proyectiles; con todos sus músculos en tensión y sin mirar a Moshevsky, hizo un gesto con la mano. Instantáneamente se oyeron nuevos disparos del Galil y el extintor de incendios explotó sobre el Fasil desparramando una abundante espuma. Kabakov se lanzó sobre el parapeto, zambulléndose en medio de la espuma y encima de Fasil, todo cubierto de espuma. Su Magnum resonó estruendosamente junto al cuello de Kabakov. Este agarró por la muñeca la mano que empuñaba el arma, movió rápidamente la cabeza hacia uno y otro lado para impedir que le clavara los dedos en los ojos, y con la mano libre le rompió la clavícula en ambos costados. Fasil se escurrió debajo de él y cuando trató de levantarse Kabakov le golpeó el diafragma con el codo, haciéndolo caer de espaldas sobre el suelo.

Moshevsky intervino entonces, levantó la cabeza de Fasil y le tiró hacia adelante la mandíbula y la lengua para asegurarse de que estaba libre su faringe. La serpiente había sido agarrada.

Corley oyó los gritos al acercarse corriendo al Superdome con un rifle de gases lacrimógenos. Procedían de detrás de la pila de cemento, donde dos agentes del FBI enfrentaban titubeantes la amenazadora figura de Moshevsky.

Corley encontró a Kabakov sentado sobre Fasil, con su cara a diez centímetros de la del árabe.

– ¿Dónde está, Fasil? ¿Dónde está Fasil? -Le preguntaba al tiempo que presionaba las fracturas de su clavícula. Corley pudo percibir el crujido de los huesos-. ¿Dónde está el plástico?

Corley empuñaba su revólver. Acercó el cañón al puente de la nariz de Kabakov.

– Suficiente, Kabakov. Maldito seas, suficiente.

Kabakov habló pero no se dirigió a Corley.

– No le dispares, Moshevsky -y levantó la vista hacia Corley agregó-. Esta es la única oportunidad que tendremos de averiguarlo. No es necesario que inicie un proceso contra Fasil.

– Lo interrogaremos. Quítele las manos de encima.

Tres segundos después respondió:

– Muy bien. Mejor será que lea lo que dice en la tarjeta que guarda en su billetera.

Kabakov se levantó. Se apoyó, tambaleándose y salpicado por la espuma del extintor, contra el parapeto de bolsas y vomitó. Corley se sintió mal también al mirarlo, pero ya no estaba enojado. No le gustaba la forma en que lo miraba Moshevsky, pero tenía que cumplir con su deber. Cogió la radio de uno de los agentes del FBI.

– Aquí J-7. Pidan una ambulancia y dígale que espere en la entrada Este del Superdome. -Miró entonces a Fasil que se quejaba tirado en el suelo. Tenía los ojos abiertos.

– Queda detenido. Tiene derecho a permanecer en silencio -comenzó a decir lentamente.

Fasil fue detenido bajo la acusación de entrada ilegal al país y conspiración para violar las reglamentaciones aduaneras. Awad fue detenido por entrada ilegal. La embajada de la Unión de Repúblicas Árabes hizo los arreglos necesarios para que los representara una firma de abogados de Nueva Orleans. Ninguno de los árabes dijo nada. Corley interrogó durante horas a Fasil el domingo por la noche en la enfermería de la prisión y lo único que obtuvo fue una mirada burlona. El abogado de Fasil renunció al caso al enterarse de la naturaleza de las preguntas que le hicieron. Fue reemplazado por otro proporcionado por la Ayuda Legal. Fasil no hizo caso a ninguno de los dos. Parecía no preocuparle en absoluto la espera.