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Corley vació el contenido de un sobre de cartulina sobre un escritorio de la oficina del FBI.

– Esto es todo lo que Fasil tenía.

Kabakov inspeccionó el montón. Había una billetera, un sobre con dos mil quinientos dólares en efectivo, un boleto de avión abierto para la ciudad de Méjico, las credenciales y el pasaporte falsos, cambio variado, las llaves del cuarto de la YMCA en la Bienville House y otras dos llaves.

– En su cuarto no hay nada -dijo Corley-. Un poco de ropa. El equipaje de Awad es igualmente limpio. Estamos tratando de saber el origen del revólver de Fasil, pero creo que lo trajo cuando vino aquí. Uno de los agujeros del Leticia había sido hecho por una Magnum.

– ¿Ha dicho algo?

– No -Corley y Kabakov, por un tácito acuerdo, no mencionaron más su violento encuentro en el Superdome, pero ambos lo recordaron en ese momento.

– ¿Ha amenazado a Fasil con una inmediata extradición a Israel para ser sometido ajuicio por el atentado de Munich?

– Lo he amenazado con cualquier cosa.

– ¿No probó con pentotal sódico o alucinógenos?

– No puedo hacerlo, David. Mire, estoy casi seguro de lo que probablemente tiene en su cartera la doctora Bauman. Por eso es que no le he permitido ver a Fasil.

– Está equivocado. Ella no haría semejante cosa. No es capaz de drogarlo.

– Pero estoy seguro de que usted le pidió que lo hiciera.

Kabakov no respondió.

– Estas llaves son de un candado Master -dijo Corley-. El equipaje de Fasil no tiene ningún candado, como así tampoco el de Awad. Fasil tiene algo encerrado con un candado. Si la bomba es grande y debe serlo aunque conste de una o dos cargas, entonces probablemente debe estar guardada en un camión o cerca de un camión. Eso equivale a un garaje, un garaje cerrado con un candado.

– Hemos mandado hacer quinientas llaves iguales. Se les entregarán a agentes de patrulleros con instrucciones de probarlas en todos los candados que encuentren en su zona. Si uno llegara a abrirse, el agente debe avisarnos y esperar.

– Sé lo que le preocupa. Cada candado nuevo trae dos juegos de llaves, ¿verdad?

– Así es -respondió Kabakov-. Alguien debe tener el otro juego.

24

– ¿Estas aquí, Dahlia? -El cuarto estaba muy oscuro.

– Sí, Michael. Aquí estoy.

Sintió su mano sobre el brazo.

– ¿Me quedé dormido?

– Has dormido dos horas. Es la una de la mañana.

– Enciende la luz. Quiero ver tu cara.

– Muy bien. Aquí está. La misma de siempre.

Le cogió la cara con ambas manos y acarició suavemente con los pulgares los suaves hoyuelos debajo de sus pómulos. Habían pasado tres días desde que comenzó a ceder la fiebre. Le aplicaban doscientos cincuenta miligramos de Eritromicina cuatro veces al día. Daba resultado, pero muy lentamente.

– Veamos si puedo caminar.

– Mejor será esperar…

– Quiero saber ahora si puedo caminar. Ayúdame a levantarme -se sentó en el borde de la cama del hospital-. Listo, ahí vamos -pasó su brazo por encima de los hombros de la muchacha y ella lo sujetó por la cintura. Se levantó y dio un paso algo vacilante-. Qué mareo -dijo-. Sigamos.

Lo sintió temblar.

– Volvamos a la cama, Michael.

– No. Quiero llegar hasta la silla. -Se sentó en la silla y luchó contra el mareo y las náuseas. La miró y sonrió débilmente-. Son ocho pasos. Desde el camión a la cabina no son más de veinticinco. Hoy es 5 de enero, no, 6 de enero, pasada ya la medianoche. Nos quedan cinco días y medio. Lo lograremos.

– Jamás lo dudé, Michael.

– Por supuesto que dudaste. Y dudas ahora mismo. Serías una tonta en no dudar. Ayúdame a volver a la cama.

Durmió hasta entrada ya la mañana y tomó gustoso el desayuno. Era hora ya de decírselo.

– Michael, mucho me temo que algo le haya ocurrido a Fasil.

– ¿Cuándo hablaste con él por última vez?

– El martes dos. Llamó para avisar que el camión estaba guardado en el garaje. Debía haber vuelto a llamar anoche. No lo hizo. -No le había contado a Lander lo del piloto libio. Nunca lo haría.

– ¿Crees que lo han pescado, verdad?

– No es tipo de olvidarse de llamar. Si no lo ha hecho mañana por la noche, quiere decir que lo han detenido.

– ¿Si lo hubieran atrapado lejos del garaje, que podría llevar para que lo descubrieran?

– Solamente su juego de llaves. Quemé el recibo de alquiler en cuanto lo recibí. El ni siquiera lo tuvo. No tenía nada para que pudieran identificarnos. En caso contrario, ya estaría aquí la policía.

– ¿Y el número de teléfono del hospital?

– Lo sabía de memoria. Y utilizó teléfonos públicos para llamar aquí.

– Seguiremos adelante, entonces. O bien el plástico está todavía allí o no. Será más complicado cargar la barquilla siendo solamente nosotros dos, pero podremos hacerlo si obramos rápidamente. ¿Hiciste las reservas?

– Sí, en el Fairmont. No pregunté si la tripulación del dirigible estaba allí porque me dio miedo.

– Está bien. La tripulación siempre se aloja allí cuando vamos a Nueva Orleans. Lo mismo harán en esta oportunidad. Caminemos un poco más.

– Se supone que debo llamar esta tarde a la oficina de Aldrich para hacerles saber cómo te encuentras.

Se presentó como la hermana de Lander cuando llamó para avisar que estaba enfermo.

– Diles que todavía estoy mal y que no podré volver hasta dentro de una semana y media. Tendrán a Farley como primer piloto y a Simmons como segundo oficial. ¿Recuerdas que aspecto tiene Farley? Lo viste una vez nada más, cuando volamos de noche sobre el Shea.

– Lo recuerdo.

– En casa hay otras fotografías de él por si quieres refrescarte la memoria.

– Mañana -respondió-. Mañana iré a casa. Debes estar harto de verme siempre con el mismo vestido. -Había comprado unas mudas de ropa interior en una tienda frente al hospital y se había bañado en el baño de Lander. Fueron las únicas veces que se apartó de su lado. Apoyó la cabeza sobre el pecho de Lander. El sonrió y le acarició el cuello.

No oigo ruidos, pensó. Sus pulmones están limpios.

25

La presencia de Fasil y Awad en Nueva Orleans convenció al FBI y al Servicio Secreto de que los árabes habían planeado realizar el atentado durante el Super Bowl. Las autoridades creyeron que al capturar a Fasil y a Awad había quedado conjurada la principal amenaza del Super Bowl, pero sabían que todavía les faltaba enfrentarse a una peligrosa situación.

Dos personas involucradas por lo menos periféricamente en el plan -la mujer y el norteamericano- no habían sido descubiertas. Ni siquiera identificadas a pesar de haberse fabricado un identikit de la mujer. Peor aún, más de media tonelada de un poderoso explosivo estaba escondida en algún lugar, posiblemente dentro de Nueva Orleans.

Corley esperó oír una terrible explosión en alguna parte de la ciudad en las horas siguientes a la detención de los árabes, o por lo menos una llamada telefónica exigiendo la liberación de Fasil como condición para que los guerrilleros no hicieran explotar la bomba en una zona poblada. Pero nada de eso ocurrió.

Los mil trescientos hombres que integraban la policía de Nueva Orleans pasaron a sus reemplazantes del turno siguiente los duplicados de las llaves del candado. Las instrucciones de probarlas en depósitos y garajes fueron repetidas en cada llamada al personal. Pero la policía de Nueva Orleans no es lo suficientemente numerosa considerando el tamaño de la ciudad que tiene además muchas puertas. La búsqueda prosiguió durante toda la semana, entre el revuelo producido por el Super Bowl y el gentío que aumentaba a medida que se aproximaba la fecha del partido.