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– Torre a Nora, Uno Cero.

Simmons agarró el micrófono.

– Nora, Uno Cero, adelante.

– Tráfico en su área una milla al Noroeste acercándose -dijo el operador-. Déjele mucho espacio.

– De acuerdo. Estoy viéndolo. Nora Uno Cero afuera.

Simmons señaló con su mano y Lander vio un helicóptero del ejército que se acercaba a doscientos metros.

– Es el presidente. Quítate el sombrero -dijo Simmons y alejó la aeronave del extremo Norte del estadio.

Lander vio cómo desplegaban la lona que indicaba el lugar de aterrizaje del helicóptero en la pista exterior al campo de juego.

– Quieren una toma de la llegada -dijo el asistente del camarógrafo-. ¿Puede situarse paralelo a él?

– Así está bien -manifestó el camarógrafo. A través de sus largos lentes, ochenta y seis millones de personas vieron tocar tierra al helicóptero del presidente. Este salió de la cabina y caminó con paso rápido hacia el estadio, perdiéndose de vista.

– Toma dos -indicó el director dentro del furgón de la televisión. La teleplatea a lo largo y ancho del país y en otros lugares del mundo vio cómo el presidente se dirigía a su palco.

Lander miró hacia abajo y vio nuevamente su figura fornida y la cabeza rubia rodeada por un grupo de hombres, levantando los brazos para saludar a la multitud y los espectadores poniéndose de pie al verlo pasar.

Kabakov oyó el rugido con que fue recibido el presidente. No lo conocía y sintió cierta curiosidad. Refrenó el impulso por ir a verlo. Su lugar era ése, cerca del puesto de mando, donde se le comunicaría inmediatamente cualquier inconveniente.

– Yo me haré cargo, Simmons, mira si quieres el puntapié inicial -dijo Lander. Cambiaron de lugar. Lander ya se sentía cansado y le costó bastante trabajo mover el timón de profundidad.

En la cancha estaban repitiendo nuevamente «la tirada de la moneda» para beneficio de la audiencia televidente. Los equipos se alinearon luego para el puntapié inicial.

Lander miró a Simmons. Tenía la cabeza fuera de la ventanilla. Lander se inclinó hacia adelante y apretó el control de la mezcla de combustible del motor de babor. Hizo que la mezcla se aligerara lo suficiente como para que se calentara el motor.

El marcador de temperatura subió en contados minutos hasta la zona marcada en rojo. Lander aflojó la palanca para que la temperatura volviera al nivel normal.

– Tenemos un pequeño problema, señores -Simmons se volvió inmediatamente. Golpeó el indicador de temperatura.

– ¿Qué demonios pasa ahora? -dijo Simmons. Se dirigió al otro lado de la góndola para echarle un vistazo al motor de babor, por encima de los encargados de la televisión-. No pierde aceite.

– ¿Qué? -preguntó el camarógrafo.

– Ha recalentado el motor de babor. Déjeme pasar por encima suyo. -Se dirigió al compartimiento de atrás y trajo un extintor de incendios.

– ¡Eh, no me diga que se está quemando! -El camarógrafo y su asistente estaban muy preocupados, tal como lo había supuesto Lander.

– No, cuernos, no -respondió Simmons-. Tenemos que sacar el extintor, es obligatorio.

Lander puso en bandera la hélice del motor. Estaba apartándose en ese momento del estadio tomando rumbo al Noroeste, hacia el aeropuerto.

– Le pediremos a Vickers que le eche un vistazo -dijo.

– ¿Le avisaste?

– Mientras estabas atrás -Lander dijo algo por el micrófono pero no apretó el botón para transmitir.

Volaba por encima de la carretera nacional 10, abajo a su derecha estaba el Superdome y el terreno de las ferias con su pista ovalada a la izquierda. Volar con un solo motor viento en contra era un procedimiento lento. Mejor será la vuelta, pensó Lander. Estaba en ese momento encima de la cancha de golf de Pontchartrain y podía ver extenderse allá adelante las pistas de aterrizaje del aeropuerto. Ahí estaba el camión, acercándose al portón de entrada. Dahlia había logrado llegar.

Dahlia vio aproximarse la aeronave desde la cabina del camión. Esta adelantada unos pocos segundos. Había un policía junto al portón. Sacó el pase por la ventana y le hizo señas de seguir adelante. Avanzó lentamente por el camino que bordeaba la pista.

El personal de tierra vio el dirigible en ese momento y se amontonó alrededor del autobús y del acoplado. Lander quería que se dieran prisa. Cuando estuvo a noventa metros de altura oprimió el botón del micrófono.

– Muy bien, bajaré con ciento setenta y cinco, necesito bastante sitio.

– Nora, Uno Cero, ¿qué es lo que pasa? ¿Por qué no avisaste que volvías, Mike? -Era la voz de Vickers.

– Lo hice -respondió Lander. Que se rompiera el seso. La tripulación de tierra corría hacia sus puestos-. Me acercaré a la torre con viento de costado y quiero que inmovilicen la rueda. No lo dejes mecerse con el viento, Vickers. Tengo un pequeño problema con el motor de babor, un problema pequeño. No es nada pero quiero que el motor de babor quede a sotavento de la aeronave. No quiero que se sacuda, ¿entendido?

Vickers comprendió. Lander no quería que los camiones de auxilio en una emergencia avanzaran por el aeropuerto haciendo sonar sus sirenas.

Dahlia Iyad esperó para atravesar la pista. La torre había encendido una luz roja. Esperó hasta que el dirigible tocó tierra, rebotó, tocó tierra nuevamente y la tripulación terrestre se precipitó a agarrar las sogas que colgaban de la nariz. Consiguieron controlarlo en pocos segundos.

La torre encendió la luz verde. Dahlia atravesó la pista y estacionó el camión detrás del tractor con acoplado, fuera de la vista del personal atareado con el dirigible. En menos de lo que canta un gallo bajó la tapa posterior y colocó la rampa. Cogió la bolsa de papel que contenía la metralleta y las pinzas y corrió por detrás del acoplado hasta el dirigible. El personal no reparó en ella. Vickers abrió la tapa del motor de babor. Dahlia le entregó a Lander por la ventanilla de la góndola la bolsa y corrió nuevamente hacia el camión.

Lander se dirigió a los camarógrafos de la televisión y les dijo:

– Tienen tiempo de estirar un rato las piernas.

Ambos bajaron y él hizo lo mismo.

Lander se dirigió al autobús y regresó inmediatamente a la aeronave.

– Eh, Vickers, lo llaman de Lakehurst.

– Oh, cuernos… Está bien, Frankie, echa una mirada aquí pero no cambies nada hasta que yo vuelva. -Fue corriendo hacia el autobús. Lander lo siguió. Vickers acababa de coger el radio-teléfono cuando Lander le disparó en la nuca. La tripulación de tierra había quedado sin jefe. Oyó el ruido del elevador de horquilla al bajar del autobús. Dahlia ocupaba el asiento, y pasó con el vehículo por detrás del acoplado. La tripulación, azorada ante la aparición de la enorme barquilla, dejó pasar el vehículo. La joven prosiguió la marcha, deslizando la gran barquilla debajo de la góndola. Levantó la horquilla veinte centímetros y quedó a la altura correcta.

– ¿Qué pasa, qué es todo esto? -preguntó el hombre que estaba en el motor. Dahlia hizo caso omiso de él. Ajustó las dos grapas de adelante al pasamanos. Faltaban otras cuatro.

– Vickers dijo que quitáramos las bolsas -dijo Lander.

– ¿Dijo qué?

– Que quitáramos las bolsas. ¡Vamos, muévanse!

– ¿Qué sucede, Mike? Nunca vi semejante cosa.

– Vickers te lo explicará. A la televisión le cuesta ciento setenta y cinco mil dólares cada minuto, de modo que manos a la obra. El canal quiere este aparato. -Dos hombres desengancharon las bolsas mientras Dahlia terminaba de ajustar la barquilla. Alejó luego el elevador de cargas. La tripulación estaba confusa. Algo andaba mal. Esta enorme barquilla con las letras del canal no había sido probada jamás en la aeronave.

Lander se dirigió al motor de babor y miró al interior. No le habían quitado nada. Cerró la tapa.