Se aproximaron los camarógrafos.
– ¿NBS? ¿Qué demonios es eso? No es nuestro…
– El director se lo explicará, llámenlo desde el autobús -Lander se subió a su asiento y puso en marcha los motores. La tripulación retrocedió asustada. Dahlia estaba ya en el interior de la góndola con las pinzas. No había tiempo para desatar nada. Había que tirar el equipo de la televisión antes de que el dirigible remontara vuelo.
El camarógrafo la vio cortando sus pertenencias.
– Eh, ¿qué está haciendo? -exclamó metiéndose dentro de la góndola. Lander se volvió y le disparó en la espalda. Un tripulante asomó su cara asombrada por la puerta. Los que estaban cerca de la aeronave comenzaron a retroceder. Dahlia soltó las cámaras.
– ¡La calza y la torre ahora! -gritó Lander.
Dahlia saltó a tierra esgrimiendo su Schmeisser. El personal de tierra retrocedía, algunos se echaron a correr. Retiró la calza que sujetaba la rueda y mientras el dirigible se mecía con el viento, corrió hacia la torre y soltó los cabos. El dispositivo que sujetaba la nariz tendría que soltarse de la torre. No podía fallar. El dirigible se balanceaba. Los hombres había soltado los cables que le sujetaban la nariz. El viento lo haría, el viento lo haría girar y zafarse. Oyó la sirena. Un patrullero avanzaba por la pista a toda velocidad haciendo funcionar la sirena.
La nariz quedó libre pero el dirigible seguía en tierra por el peso del cuerpo del camarógrafo y su equipo. Subió de un salto a la góndola. Tiró en primer lugar el transmisor, que se hizo añicos contra el suelo. Luego arrojó la cámara.
El patrullero avanzaba de frente al dirigible con su faro encendido. Lander empujó los aceleradores y la gran aeronave comenzó a moverse. Dahlia luchaba con el cuerpo del camarógrafo. Tenía la pierna enganchada debajo del asiento de Lander. El dirigible pegó un respingo y volvió a posarse. Se encabritaba como un animal prehistórico. El patrullero estaba a cuarenta metros de distancia y sus ocupantes abrieron las puertas. Lander descargó gran parte del combustible. El dirigible se levantó pesadamente.
Dahlia se asomó por la góndola y disparó su Schmeisser contra el patrullero, destrozándole el parabrisas. El dirigible se remontaba, un policía salió del coche con la camisa manchada de sangre esgrimiendo su arma y mirando a Dahlia mientras la aeronave pasaba por encima de ellos. Una ráfaga de la metralleta lo cortó en dos mientras Dahlia arrojaba a tierra de un patada el cuerpo del camarógrafo que cayó con los brazos y piernas abiertos sobre el capot del patrullero. El dirigible remontó el vuelo. Se acercaron en ese momento otros patrulleros, abrieron sus puertas, pero se hicieron cada vez más pequeños a medida que la aeronave ganaba altura. Oyó un «shock» contra la bolsa de gas. Habían comenzado a disparar. Apuntó al patrullero más próximo y disparó, levantando una nube de polvo alrededor del vehículo. Lander conducía el dirigible con una inclinación de cincuenta grados y los motores a fondo. Arriba y arriba, fuera del alcance de las balas.
¡La mecha y los cables! Dahlia se tiró sobre el suelo ensangrentado de la góndola desde donde podía alcanzarlos.
Lander cabeceaba, próximo a desmayarse. Estiró el brazo por encima del hombro del piloto y presionó el émbolo de la jeringa oculta bajo su manga. Levantó la cabeza casi inmediatamente.
Revisó el interruptor de la luz de la cabina. Estaba cerrado.
– Enciéndelo.
Quitó la tapa de la luz de la cabina, destornilló la bombilla y conectó los cables a la bomba. La mecha que debía usarse si fallaba el sistema eléctrico, debía asegurarse al soporte de un asiento en la parte de atrás de la góndola. Dahlia trabajó bastante para atar el nudo ya que la mecha, mojada con la sangre del camarógrafo se había puesto resbaladiza.
El indicador de velocidad registraba sesenta nudos. Llegarían al Super Bowl en seis minutos.
Corley y Kabakov corrieron al coche del primero en cuanto recibieron las confusas noticias de un tiroteo en el aeropuerto. Avanzaban a toda velocidad por la carretera número 10 cuando les transmitieron una información más precisa.
– Desconocidos disparan desde el dirigible Aldrich -dijo la radio-. Dos oficiales muertos. La tripulación de tierra advierte que la aeronave tiene suspendido debajo un extraño objeto.
– ¡Se apoderaron del dirigible! -exclamó Corley golpeando con su puño el asiento de al lado-. Ese es el otro piloto. -En esos momentos alcanzaron a ver la silueta del dirigible por encima de los edificios, agrandándose minuto a minuto. Corley se comunicó por radio con el estadio-. ¡Saquen al presidente!-exclamó.
Kabakov luchaba contra sentimientos de ira y frustración, contra la sorpresa y la imposibilidad de todo el asunto. Estaba atrapado, indefenso en medio de la autopista entre el estadio y el aeropuerto. Tenía que pensar, tenía que pensar, tenía que pensar. Pasaron en esos momentos por el Superdome. Sacudió entonces violentamente a Corley por el bruzo.
– Jackson -exclamó-. Llamar a Jackson. El helicóptero. Hay que alcanzar a ese miserable.
Habían pasado ya la salida de la autopista y Corley atravesó tres carriles haciendo chirriar las ruedas, y se dirigió de contramano por la vía de acceso, por donde venía otro coche al que esquivaron por centímetros y después de hacer un trompo, desembocaron en la avenida Howard junto al Superdome. Un sonoro giro alrededor del enorme edificio y una brusca frenada. Kabakov corrió hasta el lugar de aterrizaje del helicóptero, alarmando al equipo de vigilancia que seguía custodiando el lugar.
Jackson bajaba desde el techo para recoger unos tubos. Kabakov se acercó corriendo al director de cargas, al que no conocía.
– Hágalo bajar. Hágalo bajar.
El dirigible estaba a poca distancia del Superdome, avanzando rápidamente, justo fuera del alcance de ellos. Estaba a casi cuatro kilómetros del estadio atestado de gente.
Corley salió del coche que tenía el maletero abierto. Llevaba en su mano un rifle automático M-16.
El helicóptero se posó y Kabakov corrió agachado para protegerse del rotor. Se subió a la ventana de la cabina. Jackson se puso la mano detrás de la oreja.
– Tienen el dirigible de Aldrich -dijo Kabakov señalando a lo alto-. Tenemos que subir. Tenemos que alcanzarlo.
Jackson miró al dirigible y tragó. Su cara tenía una expresión extraña y decidida.
– ¿Están secuestrándome?
– Se lo estoy pidiendo. Por favor.
Jackson cerró los ojos durante un instante.
– Suban. Pero hagan bajar al otro hombre. No quiero ser responsable de él.
Kabakov y Corley sacaron por la fuerza al sorprendido ayudante tirado boca abajo y se metieron dentro del compartimiento de cargas. El helicóptero se remontó haciendo resonar con fuerza sus paletas. Kabakov se dirigió hacia la cabina y empujó el asiento vacío del copiloto.
– Podríamos…
– Escuche -dijo Jackson- ¿Piensa reventarlos o hablar con ellos?
– Reventarlos.
– De acuerdo. Si es que podemos alcanzarlos. Trataré de acercarme por encima, no pueden ver lo que pasa sobre sus cabezas desde dentro de ese aparato. ¿Piensa dispararle al tanque de combustible? No hay mucho tiempo para que se vacíe.
Kabakov meneó la cabeza.
– Podrían tratar de hacerla explotar cuando estén perdiendo altura. Tendremos que destruir la góndola.
Jackson asintió.
– Me acercaré por encima de ellos entonces. Cuando usted esté listo me dejaré caer a un lado. Este aparato no aguantará muchos impactos. Esté atento. Utilice los auriculares para comunicarse conmigo.
El helicóptero avanzaba a una velocidad de ciento diez nudos, pero el dirigible le llevaba una gran ventaja. Sería muy justo.
– Si liquidamos al piloto el viento lo arrastrará igual hasta el estadio -dijo Jackson.
– ¿Y el gancho? ¿No podríamos sujetarlo con el gancho y arrastrarlo a alguna otra parte?
– ¿Cómo haríamos para engancharlo? El maldito aparato es resbaladizo. Podríamos probar si tuviéramos tiempo suficiente; mire ahí van los policías.